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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manual para descender

El Valencia lleva el suficiente tiempo cayendo como para haber asumido que la idea de caer no es mala

Juan Tallón
Voro dirige el entrenamiento del Valencia.
Voro dirige el entrenamiento del Valencia.MANUEL BRUQUE (EFE)

El Valencia se precipitó desde la azotea y ahora mismo aún está cayendo. No sabemos si es suicidio, homicidio o la clase de resbalón desafortunado que sufres cuando te acercas mucho al borde. Habrá que esperar a que el equipo llegue al suelo y, si es el caso, haya cadáver, para iniciar una investigación. Aunque a lo mejor no hace falta investigar. En estos casos en los que la confusión está clarísima, yo siempre recuerdo aquella frase que un diputado de AP pronunció en 1986, en el parlamento gallego, después del fracaso del golpe palaciego con el que el vicepresidente de la Xunta pretendió fulminar al presidente. “Aquí pasou o que pasou e sabémolo todos”,explicó sin explicar nada más. Hoy parece que hablaba del Valencia, y mañana de otra cosa cualquiera.

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Aquel que se haya caído de un vigésimo piso, y sobrevivido, sabe que el último problema no es precipitarse con amargura, o con felicidad, sino encontrar el suelo al final. Ese descubrimiento se vuelve definitivo. Mientras caes existe cierta esperanza. El equipo valenciano lleva el suficiente tiempo cayendo como para haber asumido que la idea de caer no es mala del todo, no mientras continúes cayendo, pues esa forma de desplome, casi a expensas de la gravedad, equivale a una modalidad de vuelo. Entretanto quizás encuentres un tendal con sábanas, y a continuación otro con toallas, y aún después un gran toldo de Estrella Galicia, bajo el cual haya un bar con terraza y cervezas recién servidas. ¿Es factible? No.

El Valencia parece seguir uno de esos manuales que enseñan a bajar a Segunda División. Me temo que, de lo contrario, sería imposible que descendiese. Rafa Lahuerta (1971), socio del club y autor de La balada del Bar Torino, quizá el mejor libro sobre la pasión por el fútbol que he leído nunca, ya advertía hace una década que “los mejores años de nuestra vida se perdían por el sumidero”, y nadie quiso verlo. Él, que había asistido en el Camp Nou al descenso del 1986, decidió contemplar al lento declive que siguió al doblete desde la última fila de Mestalla, bajo el mástil de una bandera. Fue un autoexilio. Es fácil imaginar hoy a muchos valencianistas ahí arriba, refugiados contra el inminente naufragio, mientras disfrutan de lo que Lahuerta considera una experiencia metafísica, en la que “el tapete verde está demasiado lejos, las vistas de la ciudad son inmejorables y el juego se desvanece”.

El club ha alcanzado una situación límite, de manos de uno de esos señores bastante millonarios que no comprenden que el fútbol es inútil y que por eso a sus seguidores les apasiona. En los peores días, en el estadio se aprende a manejar “la paciencia, la autogestión del fracaso y el amor por las imperfecciones”. Es difícil saber cómo acabará la temporada. Quizá la única esperanza del Valencia ya sólo pase porque la plantilla abandone el manual para descender y lea el libro de Lahuerta. Contiene un momento muy alentador en el que recomienda “no hacerse ilusiones, ahí comienzan todas las ilusiones”.

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