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El Athletic se agarrota ante el Alavés

Valverde renueva el once tras el esfuerzo ante el Barcelona y no pasa del empate a 0

FOTO: Muniain dispara ante Marcos Llorente. / VÍDEO: Rueda de prensa de los entrenadores.Foto: atlas | Vídeo: MIGUEL TOÑA (EFE) / ATLAS

Días de mucho, vísperas de poco. Noches de emociones, días de bajones. Y así hasta agotar el refranero de los contrastes, de las sensensaciones de este juego que es el fútbol en el que ningún día es igual a otro y no hay rival pequeño, y once contra once y no se gana con la camiseta ni sin bajar del autobús. Y todo eso que por más que se repita no deja de ser verdad ni mentira, todo depende del cansancio con que se mida. El Athletic venía de un cansancio físico y anímico de su brutal esfuerzo el jueves frente al Barcelona. Por eso y porque una cosa es que acabe el año y otra la temporada, Valverde decidió refrescar el equipo. Pero se paso con el hielo. Mantuvo a los dos centrales y a los dos delanteros. Los demás ingredientes eran todos nuevos. Y la mezcla se resintió notablemente. Tenía un sabor plano, como esas sangrías de verano de chiringuito atestado, de paladares sudados por el sol.

El Alavés tenía la alegría de los emigrantes retornados. También había cambiado algunas prendas de la maleta pero olía a ambientador nuevo y no a alcanfor. Se sabe el Alavés la lección, sobre todo cuando tiene metros para correr y juega a un toque aprovechando la movilidad de Camarasa, la velocidad de Ibai Gómez y la brega de Deyverson. Por detrás, el pulso lo pone Llorente con el inestimable sudor de Manu García.

El Athletic era un tren de vía estrecha: con los laterales inofensivos, Beñat cosido (a veces literalmente) por los mediocampistas del Alavés, y los extremos jugando (o intentando) por dentro, la planicie rojiblanca era esteparia. No había vida en el área de Ortolá: un disparo de Raúl García y un cabezazo de Laporte, en un córner fueron los únicos pálpitos del Athletic en toda la primera mitad.

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Los del Alavés eran más sonoros, más didácticos, mas evidentes. Recitaba la lección con la solvencia de los buenos alumnos: los de atrás no tartamudeaban, rigurosos en cada acción, siempre al filo Laguardia de ducharse el primero, poderoso Feddal frente a Aduriz. El resto con una agilidad que le llevó al Alavés a adueñarse de la pelota, del tiempo y del partido. Pudo marcar Camarasa en un error rojiblanco, cuando se plantó solo ante Irazoz (recién ingresado por la lesión de Arrizabalaga) y remató al poste. Fue su acción de la primera mitad. No voló muy lejos, pero su aleteo resultaba más plástico, más lógico, más eficaz.

Quedaba que resucitase el otro Athletic, el que pone el corazón en el césped cuando la cabeza se marea. Influyó para ello que apareciesen San José y, sobre todo, Williams para que el corazón rojiblanco bombease con más asiduidad. Y aún así el gol estuvo en las botas de Deyverson en el error tan cotidiano de Laporte que le dejó el balón en un acto de suficiencia. Se adivinaba en la segunda parte un rasgo de la personalidad del Athletic aunque el Alavés no renunciaba a la pelota y a sus contras fulgurantes. Los dos creían que podían ganar el partido, aunque no sabían muy bien por qué. El Alavés porque jugaba mejor, el Athletic porque soñaba con un córner, con una falta, con un centro, con esas cosas que provienen del asedio, tan ritual en el Athletic. Y hubo córners y faltas y centros, y contras del Alavés, que siempre soñó con ganar, pero no hubo goles. Demasiado frío para tan poco calor.

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