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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De provocados y provocadores

Ahí está esa masa vociferante dedicando los más asquerosos insultos a un futbolista que, por lo visto, no tiene derecho ni a hacer el más mínimo gesto de desprecio

Ramos dedica un gesto a la grada que le increpa.
Ramos dedica un gesto a la grada que le increpa.CRISTINA QUICLER (AFP)

Imagínese, estimado lector, que camina usted por un aeropuerto maleta en mano, ensimismado en sus pensamientos, cuando de repente un joven que no se sabe muy bien de dónde ha salido ni qué hace allí se le acerca despacio y le dice “hola, Jaume” (imagínese que se llama usted Jaume) y, tras mirar a un lado y a otro, le espeta: “Más huevos, ¿eh? Hay que echarle más huevos”. Usted le mira de hito en hito, piensa qué demonios hará ese imbécil allí a la una de la mañana, e intenta no hacerle caso. Pero él insiste: “Tenéis que echarle más huevos, que no lo hacéis. Huevos, huevos, huevos…, porque si no…”, el término y la amenaza se van agrandando a la vez que se pierde su eco en aquella terminal vacía. Su primera reacción, amable lector, bien podría ser la de lanzar un improperio a tan ovíparo tocapelotas. Pero no lo hace. Luego se plantea decirle, con toda educación, que le deje tranquilo. Tampoco lo hace. Porque no lo puede hacer. Porque es usted futbolista. Y si es usted futbolista y se cruza en su camino con uno, 10, 1.000 o 10.000 idiotas que le acosan y le insultan no le queda otra que quedarse callado, agachar la cabeza, controlar el control y apretar el paso sin dejar escapar un gesto de desprecio, no sea que lo haga y le acusen de provocador. Y luego, ya en casa, vomita usted toda su humillación. Pero en la intimidad. Sin cámaras, sin focos. Es usted futbolista, así que su condición de ser humano… ¿a quién le importa su condición de ser humano?

Tan surrealista episodio lo vivió la semana pasada Jaume Domenech, portero del Valencia. Y resulta insignificante comparado con otros sucesos que él y sus compañeros han sufrido en tiempos recientes. Sin ir más lejos, en diciembre pasado medio centenar de aficionados (con perdón para los aficionados) les esperaron en la ciudad deportiva y tanta fue la violencia de la escena que la policía tuvo que acudir en auxilio de los futbolistas. Y sacarles de allí. No es el primer episodio parecido, ni por desgracia será el último. Aún existen clubes en los que los ultras tienen mando en plaza. Clubes pequeños, medianos y algunos que se consideran grandes, como el propio Valencia. En otros, como el Barça, Joan Laporta les exilió del Camp Nou. Como hizo Florentino Pérez en el Madrid, lo cual es digno de elogio aunque en este caso tuviera que darse la circunstancia de que el presidente había perdido el favor de los fascistas tras la marcha del incendiario Mourinho. También en el Atlético han dejado los radicales de comer a mesa puesta. Pero para que ello sucediera fue necesario que se produjera un espantoso asesinato.

En el reciente Sevilla-Madrid de Copa, Sergio Ramos dijo basta. Durante una hora escuchó cómo desde una parte de la grada del Pizjuán se le llamaba “hijo de puta” sin descanso. Lo lleva escuchando muchos años, 11 concretamente, justo desde que abandonó el Sevilla y se fue al Madrid para que Del Nido hiciera caja y engañara a toda la afición culpándole a él. Qué raro, ¿verdad?, que un jugador se vaya de un club y fiche por el Madrid. No imagina uno los motivos que le pueden llevar a ello. Cuando Ramos marcó de penalti en ese partido de Copa, los insultos se multiplicaron. Y el futbolista contestó señalándose su nombre impreso en la camiseta y llevando las manos a sus orejas a la par que pedía perdón al resto del estadio. Las imágenes de televisión muestran a una masa vociferante, de pie en sus asientos, con el dedo corazón levantado, gritando “Sergio Ramos, muérete” o “Sergio Ramos, cómo la chupa tu madre”. En esa masa había ultras, sí, pero también señores y señoras encopetados, tal vez devotos de Frascuelo y de María, que diría el poeta. Y había niños.

Tras estos hechos, el Sevilla hizo pública una nota en la que condenaba el comportamiento de parte de su afición y, sobre todo y por encima de todo, condenaba a Sergio Ramos.

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