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Sarri, el banquero que lee a John Fante y usa drones en los entrenamientos

Al técnico del Nápoles, extremadamente supersticioso, le describen como un enfermo del fútbol

Eleonora Giovio
La sonrisa de Maurizio Sarri antes del partido contra el Bologna.
La sonrisa de Maurizio Sarri antes del partido contra el Bologna. GIUSEPPE CACACE (AFP)

Si Italia es el país de la superstición [scaramanzia que se dice allí], Nápoles es el sitio donde eso se lleva al extremo. Aurelio De Laurentis, presidente del Napoli, ordenó el pasado mes de enero que el equipo dejara de vestir la tradicional camiseta azul y la sustituyera por la blanca con raya azul. Lo hizo después de un empate contra el Sassuolo. Que el miércoles en el Bernabéu el equipo tenga que abandonar esa tradición –el Madrid es el que vestirá de blanco- ya se está viviendo como un pequeño drama. El inquilino del banquillo del equipo italiano, Maurizio Sarri, no se queda atrás en scaramanzia. Hubo una época en la que sólo vestía de negro porque un chándal de ese color le trajo suerte en un partido. Cuando entrenaba al Pescara usaba un espray para colorear de negro los botines naranjas, verdes y azules de sus jugadores.

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El entrenador italiano de 58 años se curtió en campos de regional, Tercera y Segunda. Su experiencia en Primera empezó en 2014 con el Empoli, al que ascendió, y prosigue ahora en el Nápoles con el que lleva una temporada y media. Tenía un trabajo de responsabilidad en un banco –se encargaba de finanzas- y viajaba por Europa. Al salir de la oficina se quitaba el traje y se ponía el chándal para entrenar a equipos amateur.

Pasó a Regional y en 2000 llevó a la Sansovino –equipo de la Toscana, de un pequeño pueblo de 8.000 habitantes en la provincia de Arezzo- a la Serie D (cuarta división italiana). Durante un tiempo compaginó las cuentas en el banco con su pasión por el fútbol, luego pidió una excedencia y finalmente pidió permiso a la familia para dejar un trabajo fijo y bien remunerado y aventurarse con el balón y la pizarra. Balón y pizarra de Tercera.

“Es un enfermo de fútbol. Ya en la Serie D consideraba que hacían faltan al menos diez horas de dedicación diaria… y era la cuarta división”, cuenta Fabrizio Ferrari periodista y amigo de Sarri que le puso el apodo Míster 33. 33 eran, supuestamente, los esquemas de Sarri para las jugadas a balón parado. Cada uno tenía un nombre. “Cuando uno de sus jugadores gritaba Loris 13 en un saque de esquina, el técnico rival gritaba a los suyos que estuviesen pendientes del tal Loris, pero no existía ningún jugador con ese nombre. Se volvían locos”, relata Ferrari que recuerda también las cenas de cada lunes en casa de Sarri. “La mesa se convertía en un pequeño campo de fútbol y él no paraba de mover vasos de un lado a otro explicando tácticas”.

El ahora entrenador del Nápoles ha mantenido ese cuidado extremo por los detalles y esa habilidad para encontrar soluciones tácticas diferentes. “Ha sabido cambiar movimientos y jugadas para suplir la baja de Higuaín. Se dio cuenta de que, con los futbolistas que tenía, jugar con un trescuartista no tenía sentido. Hace un futbol muy vistoso, para mí es el equipo más europeo de la Serie A”, dice de él Ciro Ferrara, exdefensa del Napoli.

“Soy hijo de obreros, con lo que gano tengo de sobra. Me pagan para hacer algo que habría hecho gratis por las tardes después de salir del trabajo MAURIZIO SARRI

Obsesionado con los movimientos defensivos de la zaga, en el Empoli empezó a utilizar drones para grabar los entrenamientos. Quería que sus defensas vieran las imágenes y estudiaran sus posiciones. Quiere que la línea de atrás se mueva como si fuese dirigida por un mando. Hijo de obreros –su padre fue ciclista profesional-, optó por el fútbol después de haber probado la bicicleta. “Recuerdo las tardes viendo a Merckx, pero también las noches viendo a Cassius Clay: soy un en enamorado del deporte”, ha comentado.

El trabajo en el banco, en cambio, asegura que le ayudó a entender la importancia de la organización y la capacidad de tomar decisiones. El año pasado le preguntaron qué sentía al ser el entrenador menos pagado de la Serie A. “Soy hijo de obreros, con lo que gano tengo de sobra. Me pagan para hacer algo que habría hecho gratis por las tardes después de salir del trabajo”, contestó. Amante de Bukowski y Fante, ya coge aviones y cree que un buen técnico tiene que tener tres características. “Personalidad, buen habla y conocimientos. Estos son los que hacen creíble los dos primeros. Yo estudio hasta 13 horas al día”, contó en una entrevista en La Repubblica.

Directo y más bien poco políticamente correcto –la semana pasada le preguntaron si Insigne sufre la presión del San Paolo y dijo que tiene la cara de culo suficiente para no notarla-, es un fumador incansable. En su equipo de colaboradores hay 3-4 ayudantes que sólo se dedican a estudiar a los rivales y a preparar los vídeos. El año pasado fue duramente criticado –y sancionado- por sus comentarios homófobos. Después de un Nápoles-Inter le castigaron con dos partidos de suspensión y 20.000 euros de multa por llamar “frocio” y “finocchio” [marica] a Roberto Mancini. El miércoles pisará el Bernabéu. Con su chándal de siempre.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de deportes, especializada en polideportivo, temas sociales y de abusos. Ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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