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El Eibar borra al Granada de principio a fin

El equipo azulgrana se da un festín de goles ante un rival desconcertado

Inui pugna con Foulquier.
Inui pugna con Foulquier.Juan Herrero (EFE)

El filo de la navaja le hizo una herida profunda al Granada, porque el Eibar manejó el acero con aire de espadachín. Ingason agarró a Enrich con tal insistencia que Mateu le castigó con penalti. No fue un agarrón, un empujón, un derribo desesperado. Fue un estirón de camiseta educado pero insistente como si vas corriendo a coger el autobús y alguien te agarra una solapa. Comparado con otros agarrones recientes parecía una niñería, pero era opuesto a la ley y Mateu la aplicó como a él le gusta: sin ambages ni memoria.

El segundo gol tenía el filo de la navaja aún más afilado. Sergi Enrich bordeaba el fuera de juego, pero por dentro, no por fuera porque Lombán y Foulquier trazaron una leve curva en la línea recta con la que querían hacer naufragar al jugador catalán. Y en la curva Enrich encontró su salvavidas. Luego remato la jugada con el arte, la paciencia y la inteligencia para hacer fácil lo difícil.

La discusión sobre ambas acciones tenía, sin embargo, poca incidencia en el conjunto de las cosas. Antes del penalti pudo marcar Ramis tras una falta. Después del penalti Adrián remató a bocajarro al larguero y otra vez tuvo el gol en sus botas en otra acción. Es decir, el Eibar era más que sus circunstancias, porque prevalecía su personalidad, su capacidad para el juego directo y para el fútbol transversal, ante la dimisión colectiva del Granada. Un equipo aturdido es un equipo vulnerable, indefenso a pesar de sus cinco defensas, tan desorganizado atrás como inexistente en ataque. Muchos defensas no supone mejor defensa. Sucedió que los cinco de atrás estaban tan anchos que entre ellos los pasillos parecían avenidas, es decir el territorio perfecto para tipos como Enrich y Adrián, dos futbolistas que asistidos por el tacto de Pedro León o Inui parecen caballos salvajes disfrutando de la pradera.

Noqueado el Granada, el partido le resultó un martirio con una segunda parte por delante. Si tenía alguna excitación, se la apagó Ramis al rematar un saque de esquina en el enésimo error de concentración del Granada. Ahí se le paró el reloj. Le quedaba tanto que prefirió no mirar. Y ahí comenzó la avaricia razonable del Eibar. La pasión por el gol se adueñó del Eibar. Tanta que Arbilla se pagó una carrera de cincuenta metros ara centrar desde la raya como si de aquella jugada dependiera el futuro del mundo. Y su centro lo remachó Pedro León con su toque habitual.

El fútbol se apagó, hasta se oía el vuelo de las moscas en el leve murmullo de Ipurua. De nada le había valido a Lucas Alcaraz romper su defensa de cinco. Antes de que se pusiera en marcha, el Eibar le había marcado el tercero y antes de despejarse llegó el cuarto. La adversidad era demasiado grande como para subirla sin oxígeno. Los estadios silenciosos revelan que el partido está ganado o está perdido. Y en Ipurua reinó el silencio, porque todo estaba ganado. Todo había terminado demasiado pronto.

 

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