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Sin bajar del autobús
Columna
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Ranieri, el eterno

La belleza subsistirá siempre en el recuerdo, como en el poema, y hasta el horrible despido de Ranieri nos parecerá hermoso

Juan Tallón
Un mural con la imagen de Claudio Ranieri, en un muro en Leicester.
Un mural con la imagen de Claudio Ranieri, en un muro en Leicester.Michael Regan

Los finales tristes también pueden ser finales perfectos. Tal vez por eso en nada cambie el despido de Claudio Ranieri la bellísima historia que el entrenador y el Leicester protagonizaron el año pasado. Es desolador, cruel, odioso, pero ¿y qué? Conquistar la Premier fue tan heroico que, en el fondo, el equipo va a estar ganando aquel título durante décadas. Será siempre un hecho del presente, con el que se podrían seguir abriendo los periódicos eternamente, y descorchando botellas los aficionados. Hay un tipo de relato que el tiempo no desgasta. Se vuelve un clásico.

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En el fútbol moderno, por desgracia, se tiende a creer que todo tiene solución, y que si en algún momento algo falla basta cambiar una pieza, o las que sean, para restituir la normalidad. Es una cuestión mecánica, ajena a los sentimientos. No hay piezas importantes, sino sustituibles. Un entrenador o un jugador se reducen a componentes. Nadie lo entiende mejor que el dueño del club, Vichai Srivaddhanaprabha, con dinero para comprar todas las aes del mundo y ponérselas en el apellido. No admite que existen los dramas, y que hay que dejarlos fluir hasta que encuentran su salida natural. Para eso se requiere tiempo, comprensión, y no ser un hombre de negocios asiático. Ciertas vocaciones están incapacitadas para entender que el fútbol es una suma imperfecta de drama, noche, desamor, milagro, luz, suerte, gloria y después drama otra vez.

Mal saben los peces gordos del Leicester, llegados de Tailandia en busca de un sitio en el que poner el dinero, que no habría existido final más perfecto, aunque triste, que ese en el que Ranieri guía al Leicester a la segunda división justo un año después de haber ganado la Premier. Sería una ruina económica, y también emocional, pero a la vez una historia de amor irrepetible, la de unos jugadores y su técnico que llegaron a lo más alto, donde nadie creía que llegarían, y después fueron cayendo lentamente, como una bolsa de plástico a merced del viento, pero sin dejar de decirse que se querían y que siempre estarían juntos.

Todos nos embarcamos en aventuras que no acaban. La realidad las doblega, o las abandonamos nosotros con nuestro desencanto. Pasa así desde hace siglos. La historia del fútbol está llena de técnicos despedidos en mitad de la nada, lejos del final. Fulminado como por un rayo, Ranieri representa otro nombre en esa lista. En su caso, con el agravante de que, meses antes, planeó el milagro que condujo al Leicester al título. Hizo historia, cuando lo normal es leer que la hacen otros, que se llaman Manchester United, Chelsea o Liverpool. Nadie sabe qué ocurrirá en el futuro, ¿pero alguien estaría dispuesto a apostar, siquiera cinco míseros euros, que nuestros ojos, los de los vivos, volverán a ver al Leicester ganar la Premier? Pero no hay que afligirse. Aunque los ojos ya no puedan ver ese puro destello, la belleza subsistirá siempre en el recuerdo, como en el poema, y hasta el horrible despido de Ranieri nos parecerá hermoso.

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