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'EL QUE APAGA LA LUZ'
Columna
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La catástrofe

Luis Enrique está sentenciado por mucho que el Barça (o sea, Messi) resucite una y otra vez

Luis Enrique, durante el Atlético-Barcelona del Calderón.
Luis Enrique, durante el Atlético-Barcelona del Calderón.Javier Lizón (EFE)

Hace unos días, Gerard Piqué, defensa y portavoz del FC Barcelona, colmó de halagos a su técnico. Y lo hizo así: “Cuando Luis Enrique llegó estábamos en la mierda absoluta”. Debe referirse Piqué a la etapa del Tata Martino como técnico azulgrana. Y lo que él califica de “mierda absoluta” vendría a ser que el equipo perdiera el título de Liga en la última jornada a manos del Atlético, que cayera en los cuartos de la Champions ante el mismo rival y que el Madrid le dejara sin la Copa gracias a aquel memorable sprint protagonizado por Bale. Fue la reciente debacle sufrida por el Barça en la Liga de Campeones, donde fue apaleado por el PSG, la que provocó que Piqué se pusiera la toga de abogado defensor.

Ocurre que eran muchos los que aguardaban, cuchillo en mano, a que el técnico azulgrana se diera de morros contra el suelo para, una vez allí, despellejarle vivo. Hubo oportunidades, varias, a lo largo de la temporada. Pero la inmediatez de la competición impedía que se consumara el desollamiento, a lo que ayudaba sobremanera que el equipo (o sea, Messi) alzara el vuelo en medio del estruendo de los tambores de guerra. Pero la catástrofe de París puso en fila de a uno a la ristra de enemigos que ha ido acumulando Luis Enrique, la mayoría con domicilio en Barcelona.

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Eran los mismos que durante meses gritaron a los cuatro vientos que el Madrid, aquella banda que se mantuvo invicta 40 partidos, no jugaba a nada y Zidane era un simpático becario. Eran tiempos en los que, se decía, el Barça deleitaba y el Madrid ganaba, un asunto baladí, a ver si ahora vamos a dar importancia a los resultados cuando el fútbol del equipo irradia tamaña belleza. Pero de repente descubrieron, ¡ay va Dios!, que los problemas de juego los tenía el Barça, con lo que la propaganda dejó de ganarle la batalla a la verdad.

De golpe se hizo de noche allá en París. Y quienes buscan culpables cuando no llueve, y también cuando llueve mucho, se pusieron a la tarea. Lo tenían fácil. ¿Cómo culpar a aquellos chicos, ilusionistas del balón, ídolos de media humanidad ora por sus dotes futbolísticas ora por cómo cantan y bailan en su cumpleaños feliz te deseamos todos? La culpa no es de ellos, por favor. ¿Quién dijo que el fútbol es de los futbolistas? La culpa es del tipo ese que les dirige, ese que contesta mal a los periodistas, agrupémonos todos, que se está cargando las esencias del fútbol azulgrana, que va a echar a perder al “mejor equipo del mundo”, afirmación esta que uno no entiende cómo no ha sido incluida en la Constitución.

Pagará su afrenta Luis Enrique, qué duda cabe. La lapidación no se detendrá por mucho que el equipo esté a un partido de ganar la Copa, se mantenga vivo (y mucho más después de lo de ayer en el Calderón) en la Liga y moribundo, que no muerto, en la Champions. Su destino está escrito. No le ayudarán sus inexistentes dotes diplomáticas y seguirá asistiendo a las ruedas de prensa con la convicción de que el batallón que tiene enfrente, amén de estar lleno de soplagaitas, ha decidido fusilarle.

Todo ello mientras los voceros del club, con el defensa-portavoz a la cabeza, acuden al mercado en busca de cuarto y mitad de conspiraciones y los directivos contratan abogados para que les saquen a ellos, que no al club, del banquillo de los acusados. Pero bastará que el equipo (o sea, Messi) gane un partido para que los apóstoles de la única verdad futbolística existente vuelvan a pregonar su evangelio, en el que apenas será un pie de página la trayectoria de Luis Enrique Martínez, ese señor tan antipático que en el peor de los casos abandonará el club con ocho títulos ganados en tres temporadas.

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