_
_
_
_
_

Terremoto Luis Enrique

El entrenador se ha adaptado a las necesidades futbolísticas del Barça y los jugadores se han impregnado de su carácter para protagonizar el partido que les faltaba

Ramon Besa
Luis Enrique celebra la remontada ante el PSG.
Luis Enrique celebra la remontada ante el PSG. Andreu Dalmau (EFE)

Jupp Heynckes hipotecó la carrera de Pep Guardiola como entrenador del Bayern Múnich. El técnico alemán anunció en enero de 2013 que en junio abandonaría el banquillo del Allianz Arena y el club respondió poco después con el anuncio de que su sustituto sería el exentrenador del Barça. La jugada pareció tan calculada y perfecta como la sustitución de Guardiola por Tito Vilanova en el Camp Nou. Ocurrió que aquella temporada el campeón bávaro ganó el triplete —la Copa, la Bundesliga y la Champions—, de manera que Guardiola recibió una herencia envenenada de Heynckes.

Más información
Luis Enrique, una renuncia a la carta
La sorpresa de un adiós ya sabido

No se sabe si al sucesor de Luis Enrique le puede pasar algo parecido después de que el asturiano haya comunicado que no renovará por el Barça. A Lucho le avalan ocho títulos sobre 10 y su equipo opta a ganar los tres campeonatos en disputa: finalista en la Copa, es líder provisional de la Liga y se ha clasificado para los cuartos de la Champions después de un remonte histórico e inédito ante el PSG: 6-1. Aunque le importe “un rábano” entrar en la historia, el asturiano es hoy un ganador como técnico del Barcelona.

Luis Enrique ha sabido manejarse en un club tan volcánico como el Barça. Aparentemente intransigente, se presentó como técnico azulgrana con una declaración de intenciones que duró medio año: “En mis equipos el líder soy yo”. Lucho desafió a Messi con la suplencia en Anoeta y se montó la de Dios es Cristo. Hasta Xavi tuvo que mediar en el contencioso antes de que el técnico se plegara a la manera de ser del 10. Ambos hicieron las paces y el Barça consiguió el segundo triplete después del logrado por Guardiola.

La ductilidad del entrenador fue entonces tan vital para la suerte del equipo como lo ha sido su respuesta a las declaraciones de Iniesta y Busquets después del 4-0 de París. Los capitanes expresaron su sorpresa porque el manual de instrucciones recibido no se correspondía con lo ocurrido después en la cancha del Parque de los Príncipes. El técnico, entregado a una política de rotaciones difícil de descifrar y a la imprevisibilidad como fórmula para sorprender a unos rivales que ya sabían cómo combatir al tridente, se corrigió y recuperó el viejo dibujo táctico barcelonista, el 3-4-3 con rombo que pintó Cruyff.

Lucho comprendió que el antídoto contra el tridente, la alternativa a un equipo inocuo en ataque estático, había surtido efecto y se imponía cambiar el despliegue de sus muchachos con la intención de darle una mejor salida a la pelota, llenar el medio campo y activar a Messi. Así que no solo se reconcilió con el manual cruyffista sino que demostró que no era sectario y que sabía interpretar además las necesidades futbolísticas del Barça. Nadie dudó nunca de su condición de culer sino que se discutía a veces sobre su categoría y ascendente sobre el plantel de Messi.

Hasta que llegó el remonte ante el PSG. El plan le salió perfecto por el comportamiento de su equipo y la cobardía de Emery. La lesión de Aleix Vidal, así como la goleada de París, le animaron a jugar sin laterales, con tres centrales que anticipaban y un medio del campo intimidador, dispuesto a presionar y a tomar riesgos, consciente de la pegada de los delanteros (el equipo marcó seis goles en nueve tiros) y la solvencia de Ter Stegen, estupendo en un mano a mano con Cavani con 3-1 y apoteósico en la jugada previa al 6-1. Hasta 14 jugadores se enchufaron a la causa.

Movimiento sísmico

El Barça se impregnó del carácter de Lucho. Jugó con riesgo, agresividad, carácter y épica, salvaje en los momentos decisivos —marcó tres goles en los últimos siete minutos mientras el PSG solo daba cuatro pases, tres para sacar de centro—, conectado a una hinchada a la que convenció de que no alcanzaba con ganar sino que se imponía remontar desde la irracionalidad: el sismógrafo del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera, a 500 metros del estadio, detectó un “minúsculo terremoto” —la mayor vibración de este tipo registrada hasta ahora— después del 6-1 de Sergi Roberto.

No fue la última noche europea del liberado Luis Enrique con el Barça sino que resultó ser el partido que le faltaba por jugar a una generación única de futbolistas, adultos que no veteranos, liderados por Neymar. “Para hacer historia necesitamos pasar”, sentenció Suárez. El artístico equipo que no pudo con el Inter de Mourinho en tiempos de Guardiola firmó la remontada por excelencia ante el PSG con la mitad de Messi, un cuarto de Iniesta, un plenipotenciario Neymar y la competitividad colectiva expresada en Ter Stegen. El Barça tuvo el sello inconfundible de Luis Enrique, ya instalado en el panteón de los entrenadores del Camp Nou.

El club aspira a que el sacrificio de Lucho tenga el mismo efecto que supuso en 2015 la convocatoria de elecciones por parte del presidente Bartomeu y, por tanto, siga la senda de Heynckes.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_