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Sin bajar del autobús
Columna
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El hombre del método

Sin tener ni idea, lo nombraron director deportivo. Era desde luego otro Monchi, que sin embargo siempre fue el mismo

Juan Tallón
El director deportivo del Sevilla, Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, en el banquillo de su equipo.
El director deportivo del Sevilla, Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, en el banquillo de su equipo.CRISTINA QUICLER (AFP/Getty Images)

En la vida lo más difícil es reinventarse. Ese día tienes que ser otro, que tome un camino muy distinto, y a la vez ser el de siempre, sin desvíos. Ejercer este equilibrio tan sutil, casi imposible, está al alcance de pocos. Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, es uno de ellos. En sus años al frente de la dirección deportiva del Sevilla el club obtuvo nueve títulos y doscientos millones de euros de beneficios solo en traspasos. Lo nunca visto. Creó un modelo para crecer, y durante diecisiete años se mantuvo fiel a él. Sus logros resultan aún más admirables si uno observa su trayectoria, desde que empezó como portero del equipo hasta que acabó en sus despachos.

En la portería tuvo días terribles, como cualquiera de nosotros en su trabajo. Con el Sevilla en Segunda, quedaron apeados en la Copa ante el Isla Cristina, en el Sánchez Pizjuán, en una eliminatoria que estaba casi ganada, pero vieron a Monchi adelantado y le colaron una vaselina. Esa tarde salió del estadio oculto en la furgoneta del utillero, y cuando se subió a su coche, tuvo que taparse la cara en los semáforos para que no lo abuchearan los aficionados. Meses después, metidos en otra una mala racha de resultados, llegaría Semana Santa. “Al final decidí salir de casa porque me gustan mucho las cofradías, pero ponía a mi mujer embarazada por delante para dar pena y que no se metieran conmigo”, le confesó a Álvaro Corazón durante una entrevista en Jot Down.

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Los malos partidos sólo equivalieron a una parte de una trayectoria llena de infortunios. A menudo su carrera transcurrió entre banquillos. Era el eterno suplente. Sin embargo, no se limitó a ver pasar la vida. En el banquillo acaparó las lecciones con las que años después se reinventó. La suplencia le enseñó a ver el fútbol desde otra perspectiva, observando a sus entrenadores. Con Bilardo aprendió que hay que proveerse de un método y atarse a él. El técnico era particularmente metódico. No dejaba nada al azar. Lo controlaba todo. El método era el método, y no se saltaba. Monchi cuenta que en los hoteles, cuando todo el mundo iba en chanchas, él calzaba botines. Le preguntabas y te decía: “¿Y si arde el hotel? ¿Y si tenemos que salir corriendo? Tú en chanchas…”. No le gustaba cómo jugaban sus equipos, pero Monchi admitía que Bilardo llevaba a las últimas consecuencias sus ideas, según su método.

El año de su retirada se convirtió en delegado del equipo. Empezó con tan mal pie que al Sevilla le cerraron el estadio, en un partido le dieron al árbitro un botellazo, en otro con una lata, y aún después alguien lanzó al campo el famoso cuchillo. Casi sin transición, y sin tener ni idea, lo nombraron director deportivo. Su primer encargo fue confeccionar una plantilla nueva que costase cero euros. Entonces ideó el método para detectar jugadores a punto de despuntar, que compraba a bajo precio, triunfaban en el Sevilla, y fichaban por otros equipos, que pagaban por ellos un dineral. Era desde luego otro Monchi, que sin embargo siempre fue el mismo.

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