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Damas y cabeleiras
Columna
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Xabi Alonso, mi novio imaginario

Como una maldición que me persigue desde niño, parece inevitable que mis oscuros objetos de deseo terminen siempre enfundados en la elástica del Real Madrid

Rafa Cabeleira
Xabi Alonso llega al ayuntamiento de Múnich para las celebraciones del título de liga.
Xabi Alonso llega al ayuntamiento de Múnich para las celebraciones del título de liga.Alexander Hassenstein (Bongarts/Getty Images)

Oculto bajo las emociones desbordantes de un final de liga apretado, y tras el humo asfixiante de las polémicas artificiales que suelen desatar las celebraciones eufóricas, el pasado sábado jugaba su último partido como profesional Xabi Alonso, uno de esos futbolistas a los que he admirado tanto que incluso ha llegado a costarme la salud. Como una maldición que me persigue desde niño, parece inevitable que mis oscuros objetos de deseo terminen siempre enfundados en la elástica blanca del Real Madrid, como si tras cada bofetada veraniega se ocultara algún tipo de mensaje encriptado que no alcanzo a descifrar: Paco Buyo, Fernando Redondo, Zidane, Benzema, Toni Kroos… Solo en contadas ocasiones se ha mostrado generoso el destino con mis filias (ahí figuran Laudrup y Luis Figo como conquistas más significativas) pero todas han terminado reducidas a un desencanto macabro que no hace más que reafirmar mi convicción de que los culés de mi generación hemos venido a este mundo a sufrir.

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Con la despedida del tolosarra se pone el punto final a otra de mis tormentosas historias de amor con los centrocampistas de creación, esos futbolistas que parecen habitar tierras de nadie pero que son lo más parecido, sobre la hierba, a un corazón. Xabi Alonso, como en su día Pep Guardiola, simboliza al sospechoso habitual para los aficionados de puro en boca, copa de coñac y asiento de tribuna: futbolistas de trote lento, inteligentes y calculadores, cariñosos en el trato con la pelota hasta el punto de malcriarla, de presentarle al cuero un mundo ficticio que se termina en cuanto algún desaprensivo la desvirtúa con un punteirolo y la manda al río.

Futbolista de pata dura y tacto suave, mariscal y barrendero, poeta y estrella del rock: así se recordará al hijo del Chatarrero, apodo que su padre adoptó por herencia familiar. La suya ha sido una carrera impecable y exitosa, sin más sombras que alguna lesión de gravedad y un adiós al Real Madrid que se tiñó de vodevil por el empeño despiadado de unos cuantos despechados. No por casualidad, Xabi Alonso ha sido ídolo en todos los clubes en los que ha militado y, con todo merecimiento, se convirtió en la bestia negra de los más enconados rivales. Estandarte de los años de plomo del mourinhismo, en Barcelona jamás perdonarán su entrega incondicional a los colores que defendía, como si a un rival se le pudiera exigir que reme en contra de sus propios intereses. Con él corrimos el riesgo de perder definitivamente la razón hasta que Guardiola lo llamó a filas y nos recordó la diferencia entre las churras y los mediocentros.

A Xabi Alonso lo he querido con la pasión irracional propia del aficionado al fútbol, ese sentimiento descabellado por el que serías capaz de pegarte con todo el mundo defendiendo a un perfecto desconocido. Repasando su interminable galería fotográfica, cara y cruz del futbolista millennial, encuentro cierto consuelo al descubrirlo vestido de azulgrana en varias etapas de su vida, algo que compensa tantas bromas pesadas como me ha gastado el destino. Intuyo que tras el adiós, se instalará Alonso en Madrid y ejercerá como leyenda merengue de por vida, mal que me pese, lo cual tampoco debería ser impedimento alguno para nuestro amor: nada haría más ilusión a mi pobre madre, querido Xabi, que ver a su hijo paseando de la mano con un madridista.

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