Deshonroso adiós de Kerber

Estreno, derrota y decepción. Una más, porque la trayectoria de Angelique Kerber esta temporada sobre tierra batida ha dejado mucho que desear. Esquematizada: cuatro torneos, dos victorias y este domingo, en el arranque de Roland Garros, otra caída: doble 6-2 (en 1h 22m) frente a la rusa Ekaterina Makarova. Una despedida que vino a refrendar el difícil momento de la número uno, que hasta ahora no ha sido capaz de ejercer conforme a su estatus y ahora tiene además un borrón en su hoja de servicios, porque se convirtió en la primera cabeza de serie que cae en la primera ronda del grande francés en la Era Abierta.

Más información

Kerber, reinado y Nueva York

Kerber, la ‘sirenita’ que eligió la raqueta

Cierto es que Makarova, hueso duro de roer, no suponía un estreno nada amable para ella, pero la realidad dice que Kerber ha estado muy desorientada los dos últimos meses. "En tierra batida no me encuentro cómoda, especialmente a la hora de moverme por la pista. Normalmente me puedo desplazar muy bien en las pistas, pero en arcilla es más difícil y diferente para mí. Estoy bastante decepcionada", argumentó la de Bremen, que esta temporada no ha levantado ningún título y se ha beneficiado de la ausencia de Serena Williams, embarazada, para volver a encaramarse a lo más alto del ranking.

De abril a mayo, su ficha recoge discretos pasos por Stuttgart (segunda ronda), Madrid (tercera), Roma (primera) y París, donde no aterrizaba con grandes expectativas, pero sí al menos con la pretensión de batallar y mejorar su dinámica. "Este año la exigencia es mucho más grande que los anteriores por ser la número uno; realmente no le doy demasiado importancia a esto, solo pienso en encontrar de nuevo mi mejor tenis", afirmó la alemana, de 29 años y que apuntaba a un teórico cruce con Garbiñe Muguruza en las semifinales.

Campeona el curso pasado en Australia y Nueva York, Kerber se destapó en 2016 como una competidora estajanovista y sumamente rocosa, pero de momento no acaba de cogerle el punto a la arena ni a la máxima altura. En París, lógicamente, se esperaba más de ella.