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Un rey nunca se quiere jubilar

Francesco Totti, legendario capitán de la Roma, se despide a los 40 años del club de su vida, que le ha mostrado la puerta de salida tras un año crepuscular

Daniel Verdú
Francesco Totti, emocionado durante su despedida en el estadio de la Roma.
Francesco Totti, emocionado durante su despedida en el estadio de la Roma.VINCENZO PINTO

Algunas personas aman tanto su trabajo, a sus compañeros, pasar tiempo en la oficina... que cuando llega el día de la jubilación hacen como si la cosa no fuera con ellos. Son gente de gustos sencillos, ninguna extravagancia, capaces de convertir la rutina en una obra de arte. En parte por eso, Francesco Totti, 41 años, diez tornillos en el tobillo y una placa de acero en la pierna, leyenda de la Roma y última expresión de un fútbol que se extingue a partir de hoy, ha consentido durante tanto no jugar ni un minuto y consumir su genio en el banquillo de la Roma. Ha sido triste para los aficionados e incómodo para los entrenadores, que como dijo y pudo comprobar ayer Luciano Spalletti, solo aspiraban a gestionar al atleta porque sabían que, tarde o temprano, se los zamparía el mito. A él le apetecía tan poco marcharse, que ni siquiera sabe qué va a hacer hoy por la tarde.

Sus entrenadores solo aspiraban a gestionar al atleta porque sabían que, tarde o temprano, se los zamparía el mito

En el Olímpico estaba todo vendido desde que se supo que era su último partido. Muchos tifosi de pie. Ahí estaba Pietro, un enjuto y hosco panadero del Testaccio, el barrio más romanista de Roma, que lleva 25 años viendo jugar al mito. Hace tanto tiempo que debutó el Capitano, que ni siquiera habían nacido la mitad de jugadores que esta temporada se han enfrentado a él en la Serie A. Muchos de los espectadores que le aplaudieron ayer han crecido con él y no saben lo que es un Roma sin su capitán. Por eso, no había ni un solo motivo de alegría en la grada, que al final del partido terminó llorando desconsoladamente con su capitán hasta que se apagaron las luces del estadio horas después. “Esperaba que este momento no llegase nunca. Tengo miedo”, dijo en su despedida, en ese romanesco cerrado que ni sus compañeros de selección entendían.

Era un mal día para las emociones, porque la Roma se jugaba la segunda posición, la entrada directa en Champions y muchos millones de euros. Totti no salió de inicio, como en el resto de partidos de la temporada. Se le esperaba para el final. Marcó primero el Génova, 16º clasificado, en el minuto 3, y empató pocos después Dzeko empujando con la cadera un rebote propio. Había que matar rápido el partido para que saliese lo antes posible el hombre del día. Fue en el minuto 54, cuando el partido transcurría fallón, tosco y algo aburrido. Un clima muy habitual últimamente en el estadio de la Roma. Y en esas se puso el brazalete por última vez. Corrían ya 786 partidos y 307 goles. Un pase largo perfecto y una croqueta. Puede que viejo, pero un genio. Y el estadio -y también el partido- se volvió loco cuando marcó De Rossi, el otro capitán. A partir de aquí hubo de todo. La tuvo Totti en el 54 y terminó marcando Perotti en el 90.

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El último balón que pateó Totti con la Roma fue en el córner de la curva sur, con cierta desgana, confundiéndose con el resto y liquidando el partido a la vez que su carrera. Pero ingresa hoy en un Olimpo donde no hay tantos como él. Puede que encuentre esperándole Ryan Giggs y a Paolo Maldini, con quién nunca tuvo gran sintonía. También, próximamente, a Pirlo y a Gigi Buffon. Pero no conviene engañarse, es mucho más fácil ser fiel a un equipo cuando se ganan ligas y Champions. Su caso es único en muchos aspectos. Nadie ha levantado tan poco en 25 años -una Serie A, dos Copas de Italia, dos Supercopas de Italia y, eso sí, un Mundial- y ha sido tan admirado. De modo que no hagan escoger a un romanista entre su equipo, especialmente en los últimos tiempos, y el Capitano. Se quedarían sorprendidos.

La devoción por él no tiene límites. Ayer centenares de aficionados que viven fuera de Italia se subieron a un avión y cruzaron Europa para verle trotar por útlima vez. Marco, ingeniero que trabaja en Malmö, llegó el viernes con toda su familia, uniformada con el 10 a la espalda. Su odisea tiene que ver con esa insólita fidelidad del jugador. A Totti le quisieron el Real Madrid y el Mián, donde podría haber ganado todos los títulos individuales y colectivos y cubrir de oro a toda su familia. Pero su amor por la Roma -y por Roma- le convirtieron en uno de esos deseos que siempre serán inalcanzables.

La leyenda de Totti en el equipo de su vida acaba de forma extraña. Es difícil de entender, pero él quería seguir.

La leyenda de Totti en el equipo de su vida acaba de forma extraña. Es difícil de entender, pero él quería seguir. Él mismo lo ha dicho estos días. No le importaba que en septiembre fuera a cumplir 41 años ni que el banquillo se hubiera convertido en su segunda casa. De hecho esperó hasta el último minuto novedades y fue Monchi, el nuevo director deportivo -dicen que con el único que se lleva bien ahora- el primero en ser claro con él. La oferta era seguir como técnico a su lado, o buscarse la vida fuera. Tras meses de hipócritas y complacientes comentarios de Spalletti, tahúr y entrenador a partes iguales, se había acabado.

Totti es el último rey de Roma. Se lo dijo Maradona el otro día. Pero lo saben incluso en la Lazio, donde la síntesis del odio más visceral hacia el rival no impidió que sus ultras le reverenciasen, a su manera, con una pancarta en la curva norte [“Los enemigos de una vida despiden a Totti] y un comunicado. “Has logrado el respeto. Un apretón de manos a un adversario que, después de tantos años, deja el terreno de juego. De parte de tus mejores enemigos”. Totti llegó a tener un despacho en el club y a decirle a los distintos alcaldes de la ciudad lo que debían hacer en las celebraciones de la Roma o con el nuevo estadio. Pero los "americanos", como llaman aquí a los dueños del club desde 2011, le pidieron que se dedicará solo a ser futbolista. Totti, sin embargo, siegue pensando que un rey nunca se jubila.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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