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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Yo vi jugar a Luka Modric

En una memorable segunda parte, el croata se metió el partido en el bolsillo e hizo con él lo que quiso

Modric controla el balón en la final de la Champions.
Modric controla el balón en la final de la Champions.Laurence Griffiths (Getty Images)

Una confesión: el título que encabeza estas líneas pertenece a Javier Lafuente, corresponsal de EL PAÍS en México. Este que escribe se ha limitado a robarlo. Que está feo, reconozcámoslo.

Tantos y tan doctorados fueron los que intentaron convencernos de que el tonto este de Zidane no era más que un obediente alineador, que nos ha costado año y medio tomarle en serio. El francés llegó a un Madrid al que la mortaja le sentaba igual de bien que los trajes de Mango a su nuevo técnico. Un Madrid en cuyas filas convivían tipos que solo unos meses antes, con Ancelotti al mando, habían ganado la Copa de Europa, la Décima que era entonces, asunto baladí por lo visto. Llegó Zidane en tiempos de tripletes, cuatripletes, y otros pletes ajenos, tiempos en los que la risa, que va por barrios, se había empadronado en el de Les Corts, sito en Barcelona. Llegó, decimos, Zidane a un Madrid en ruinas aquel mes enero de 2016. Y todo cambió. Al equipo se le borró el gesto mustio y al aficionado el de hastío. Tanto fue así que comenzó a encadenar victorias, la más sonada aquella del Camp Nou con un gol anulado a Bale porque el muy cenutrio lo marcó de cabeza. Y también en la Champions, donde derribó rivales hasta plantarse en la final. Rivales como el Wolfsburgo o el City, de medio pelo al parecer, algo así como el Tarazona y la Unión Adarve, con todos los respetos hacia ambas instituciones. Y en la final superó en los penaltis al Atlético, el mejor equipo de la competición, sin duda, aunque para conseguirlo Ramos tuviera que marcar en fuera de juego, según dicen, y agarrado por un defensa rival, según no dicen.

El caso es que comenzó Zidane la temporada actual al frente del equipo, con la Undécima bajo el brazo, y las victorias se sucedieron a velocidad de vértigo. Algunas de ellas se produjeron en los minutos finales de los partidos. Nada tenían que ver en aquellas continuas remontadas los cambios tácticos realizados por el técnico, invisibles para quienes no querían verlos, ni la preparación física de un equipo que acababa los partidos arrasando al rival. Y tampoco la planificación de las jugadas de estrategia, que no se entrenan en el Madrid, se nos aseguraba, aunque asiduos a Valdebebas juraran que se entrenan todos los días. La razón de los buenos resultados del equipo era, digamos, más prosaica: Zidane tenía una flor en el culo.

Así que Zidane, o sea, la flor, comenzó a romper récords. De partidos sin perder, de partidos seguidos marcando, de triunfos fuera de casa… El vestuario vivía convencido de que nada era imposible. Y como poco había que criticar, entreteníamos al auditorio con debates la mar de interesantes. Que si Cristiano debía ir al banquillo (eso se decía a principios de temporada, créanme), que si debía hacerlo Benzema, que si Bale… Imposible encontrar un bar donde los parroquianos no litigaran sobre la célebre BBC, o sobre por qué no jugaban este, aquel o el de más allá, futbolistas todos que cuando aparecían daban un resultado óptimo. Se quiso convertir la virtud del equipo —todos juegan y todos juegan bien— en un defecto. El Madrid ganaba y ganaba, pero a Zidane solo se le preguntaba por el ruido. El francés escuchaba, sonreía y contestaba así, a modo de resumen: “Mis jugadores y yo estamos de puta madre”.

Y en tan placentero estado debían estar cuando conquistaron la Liga ganando los seis últimos partidos, mientras en Europa dejaban en la cuneta a dos cocos como el Bayern y el Atlético. Pero no cesó el ruido, ni siquiera en la semana previa a la final ante la Juve. Fuimos bombardeados sobre si jugaría Isco o Bale, controversia que en ningún otro equipo del mundo se puede dar. Y se dijo que el simpático alineador que se sienta en el banquillo del Madrid, el de los trajes de Mango, la flor y el culo, no se atrevería a desairar a su jefe dejando al galés fuera. Pero se atrevió. Y el Madrid goleó a la Juve gracias a una segunda parte que pasará a la historia como una de las más extraordinarias que se recuerdan. Una segunda parte en la que un ciudadano croata se metió el partido en el bolsillo e hizo con él lo que quiso. De ahí el titular, robado, que encabeza estas líneas. Porque es cierto, yo vi jugar a Luka Modric.

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