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La aguda crisis de Carlsen

El campeón del mundo, de 26 años, peligra como número uno, puesto que logró por primera vez en 2010

Magnus Carlsen, el pasado noviembre, durante una conferencia de prensa en el Mundial de Nueva York
Magnus Carlsen, el pasado noviembre, durante una conferencia de prensa en el Mundial de Nueva YorkLeontxo García
Leontxo García

Pocos dudan de que el genial Magnus Carlsen está capacitado para batir todas las marcas de Gari Kaspárov, incluida la que roza lo imposible: ser el número uno durante 20 años consecutivos. Pero sus enormes apuros para defender el título ante Serguéi Kariakin en 2016 (desempate rápido) y sus tres fracasos de 2017 en los torneos Tata (Wijk aan Zee, Holanda), Grenke (Baden-Baden, Alemania) y Altibox (Stavanger, Noruega) cuestionan su dominio.

“Por encima del número uno no hay nada. Y por debajo hace mucho frío”. Es el resumen de una conversación muy profunda (cuyos detalles prometí no publicar) que mantuve con Henrik Carlsen, padre de Magnus, hace año y medio en Wijk aan Zee. Henrik me explicó lo difícil que es motivar a Magnus para mantenerlo en el camino de búsqueda de la perfección, sobre todo si ve que triunfa incluso jugando por debajo del nivel que se exige a sí mismo. En esas situaciones tampoco es muy eficaz decirle -como hacen con frecuencia sus familiares y amigos- que la pérdida del número uno implicaría el adiós a muchos privilegios y dineros.

Los padres de Magnus Carlsen, Sigrun y Henrik, junto a una de sus tres hermanas, Ingrid
Los padres de Magnus Carlsen, Sigrun y Henrik, junto a una de sus tres hermanas, IngridAltibox Norway Chess

Y todo ello encaja muy bien con una sabia observación que otro astro del tablero, el holandés Anish Giri, le hizo a mi colega David Llada: “Lo que peor soporta Magnus es el aburrimiento”. Ciertamente, Carlsen no es Kaspárov, para quien la vida tendría muy poco sentido sin plantearse objetivos grandiosos, uno tras otro: ser el campeón del mundo más joven, el mejor de la historia, destruir a los dirigentes mafiosos que dominan la Federación Internacional (FIDE), destronar a Vladímir Putin, lograr que los derechos humanos se respeten en todos los países…

Aunque sería muy injusto decir que el noruego carece de conciencia social o política -ha dado claras muestras de su sensibilidad en ese sentido desde muy joven-, hasta ahora no ha mostrado síntoma alguno de que quiera poner su genialidad al servicio de otra causa que no sea el ajedrez competitivo, pero tampoco se marca la meta de superar a Kaspárov: “Aunque rara vez planifico un régimen estricto de entrenamiento (sólo en vísperas de un Campeonato del Mundo), yo estoy pensando casi siempre en alguna partida o posición. Cuando camino por la calle, o voy en avión, o esquío o cualquier otro momento. Es una de las pocas cosas que me hacen feliz”, me dijo hace unos años en Oslo. Pero si le faltan estímulos para lograr el más difícil todavía, puede llegar el aburrimiento que menciona Giri.

Carlsen, durante una de las partidas de París, frente a Kariakin
Carlsen, durante una de las partidas de París, frente a KariakinGrand Chess Tour

La relajación tras renovar el título por los pelos a primeros de diciembre en Nueva York ante Kariakin puede haber causado esa falta de estímulos. Para Carlsen, todo lo que no sea ganar un torneo es un fracaso. Incluso cuando no lo gana con claridad, como en el Grand Chess Tour de partidas rápidas de hace unos días en París, suele ser muy autocrítico. Quienes le seguimos desde que era un niño sabemos que se pone el listón así de alto, y evaluamos sus resultados en consecuencia. Por tanto, sus tres torneos de ajedrez clásico en lo que va de año han sido tres fracasos: 2º en Wijk aan Zee, tras Wesley So; 2º en Baden-Baden, tras Levón Aronián; y penúltimo (9º de 10) en Stavanger, donde sólo ganó a Kariakin; sin esa victoria, hubiera sido la primera vez desde 2007 (cuando tenía 16 años) que el noruego se iría de un torneo sin ganar una sola partida. El triunfo muy justito en París (1º en rápidas, 5º en relámpago, vencedor del desempate contra Vachier-Lagrave) y lo que pueda hacer estos días en Lovaina (Bélgica), segundo torneo rápido del Grand Chess Tour, no empañan esa calificación.

El excampeón del mundo Vladímir Krámnik lo acaba de decir con gran claridad durante una entrevista con el diario ruso Nezavísimaya Gazeta: “Si Carlsen sigue jugando como últimamente, alguien lo alcanzará pronto. No sé si Aronián o yo. Está claro que ya es hora de que vuelva a su ser y salga de la crisis; de lo contrario, a finales de año habrá perdido el número uno”. Hay mucha estadística que apoya a Krámnik. Por ejemplo: Carlsen tenía 2.889,2 puntos Elo el 21 de abril de 2014, unos 75 puntos más que el número dos de entonces, Aronián; hoy ha bajado a 2.822,3, sólo 10,8 más que Krámnik. También ha descendido mucho en la modalidad relámpago (de 2.948 a 2.899); sólo se mantiene muy firme en la de rápidas, donde incluso ha subido (de 2.906 a 2.923,8).

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En mis conferencias me preguntan a menudo si creo que Carlsen puede batir las marcas de Kaspárov. Soy pesimista en eso, porque ser el número uno del mundo dos decenios seguidos en el ajedrez actual roza lo imposible. Suelo dar este argumento: “¿Qué pasará el día en que Magnus se enamore? Kaspárov se ha casado tres veces y ha tenido cuatro hijos en esos matrimonios, pero ser el número uno siempre fue para él de una importancia extrema, lo que resulta casi inhumano. Y dudo mucho que Carlsen pueda llegar a ese extremo”.

Nunca, en 34 años de profesión, he publicado algo sobre la vida privada de los jugadores, salvo cuando había una clara conexión con el rendimiento deportivo (por ejemplo, cuando Kaspárov estaba unido a la actriz Marina Neyólova durante sus primeros duelos con Anatoli Kárpov). Y tampoco lo voy a hacer ahora, porque no hay indicio sólido alguno de que las relaciones sentimentales de Carlsen estén incidiendo en la calidad de su juego. Todo indica que Krámnik tiene razón: “Los éxitos atraen a los éxitos como el dinero atrae al dinero. Es probable que los resultados de Magnus en su mejor momento estuvieran sobrevalorados con respecto a su juego, pero estaba en racha. Ahora ocurre lo contrario, porque ha bajado más de lo que indica su juego, que no es tan malo. Pero sus rivales se han dado cuenta de que es vulnerable, y eso crea un fondo psicológico negativo”.

¿Y qué dice Carlsen? “Sé que puedo jugar, pero ya no estoy tan convencido sobre mi capacidad para ganar. Es una combinación de falta de confianza y de buen juego de mis rivales, lo que no es precisamente una buena mezcla para mí”. Pero el noruego no tiene intención alguna de abandonar la arena de los gladiadores, ni siquiera parcialmente: “¿Por qué debería tomarme un descanso? Me gusta mucho el ajedrez. Es una de las cosas más divertidas que hago”.

Carlsen, durante un día de descanso en el reciente torneo de Stavanger (Noruega)
Carlsen, durante un día de descanso en el reciente torneo de Stavanger (Noruega)Altibox Norway Chess

Tal vez ahora, cuando por primera vez empieza a sentir el aliento de sus perseguidores en el cogote, encuentre la motivación que le falta. Y quizá se decida por fin a trabajar con un psicólogo especializado en el deporte de alta competición. Ya lo reconoció cuando le pregunté por ello en Nueva York, un día después de ganar el desempate contra Kariakin: “Mi punto más débil es el control de las emociones”.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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