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Reportaje:

El orgullo kiwi

Los neozelandeses cruzan el mundo para apoyar a su barco en Valencia

"En mi país lo más patriótico es la vela". El país de Georgie Knight es Nueva Zelanda y se ha cruzado la Tierra para estar una semana en Valencia junto a New Zealand, el barco de su país que, tras eliminar ayer a Luna Rossa por 5-0, aspira a recuperar la Copa del América.

"Toda Nueva Zelanda apoya el barco. La vela es nuestro deporte nacional", dicen John y Rubine, un matrimonio sesentón que permanecerá en Valencia hasta que acabe la Copa del América. Han llegado desde Auckland, conocida como la ciudad de las velas por la cantidad de barcos que fondean en su bahía.

"El deber es trabajar. Si trabajamos duro hoy, mañana habrá frutos. Es la cultura kiwi", dice el capitán
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Tras el triunfo sobre los italianos, el puerto valenciano se ha cubierto de negro, color con el que se identifica a Nueva Zelanda. La gente lleva camisetas negras con la inscripción "ValeNZia", y otras más reivindicativas: "Let's bring it home!" (llevémosla a casa), en referencia a la Copa. Una especie de charanga neozelandesa -en esto no son muy buenos- desfila con banderas de su país. Llegan delante de la base del Alinghi, su último obstáculo, mientras les cantan retadores: "Vosotros seréis los próximos".

La mayoría de los seguidores kiwis ha llegado en avión, pero no es el caso de Irene Hayward, que, junto a cuatro tripulantes más, salió de Auckland en su barco Cutty Hunk el 27 de diciembre. Atravesó el Pacífico, el canal de Panamá, el Atlántico; pasó por las Azores y Gibraltar, y el 10 de mayo llegó a Valencia después de navegar 14.150 millas náuticas (26.177 kilómetros) alrededor del planeta.

Quizás porque España y Nueva Zelanda son países antípodas y contrapuestos, con la lluvia en el sur y el sol en el norte, allí la vela no es un deporte de reyes, sino el más de pueblo de todos. Ese país de cuatro millones de habitantes -menos que la Comunidad Valenciana- tiene una oveja por cada cuatro personas y un barquito por cada ocho. Allí el primer bote no se compra, se construye en el jardín de casa.

Detrás del barco New Zealand efectivamente está todo el país empujando, pero en la misma dirección. El agua que beben en Valencia ha sido donada por la principal empresa acuífera de aquel país, lo mismo ocurre con las manzanas o los cereales, los muebles o las moquetas de la base. Hasta los enchufes -los eléctricos, los otros no existen, es el país menos corrupto del mundo- han sido regalados por empresas de material eléctrico; incluso los guardias de seguridad de la base son policías locales de Auckland que han pedido una excedencia para estar en Valencia.

Setentones pero animosos, Ian Hopper y Catherine Cowan han volado desde su pueblecito de Pamanni Beach para ver España por primera vez. "Todo es nuevo en Valencia, todo es grande, hasta las raciones de comida, muy buena por cierto". El matrimonio aprovechará los 15 días de descanso para viajar a Portugal. "Pero el día 23 regresamos a Valencia para ver cómo nos llevamos la Copa del América a nuestro país".

Reconquistar esta Copa, que poseyeron de 1995 a 2003, es una cuestión de orgullo. El pueblo neozelandés siente que la perdieron por la traición de uno de los suyos, Russell Coutts, fichado por el barco del enemigo, los suizos del Alinghi. Cuatro años después llega la hora de la revancha en Valencia.

A diferencia de los otros barcos, que tenían tripulantes de ocho nacionalidades, en el New Zealand 15 son autóctonos y sólo dos proceden de Estados Unidos. Este barco que intenta reconquistar el trofeo deportivo más antiguo del mundo simboliza lo que ellos llaman el orgullo kiwi, que nada tiene que ver con la raza o la testosterona, sino con su sentido luterano del deber.

"Nuestro pueblo paga con su dinero, con sus impuestos, que nosotros naveguemos", aclara cada vez Grant Dalton, el serio capitán del barco New Zealand. "El deber es trabajar y trabajar y trabajar. Si trabajamos duro hoy, mañana habrá frutos. Es la cultura kiwi. La nuestra".

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