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Columna
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Suerte

Andoni Zubizarreta

La cosa empezó nada más llegar al estadio, el lunes por la tarde. La primera persona a la que saludé fue a Bora Milutinovic, trotamundos del fútbol, hombre extraordinariamente amable y sabio. Hasta aquí todo bien, la cosa se complica si les recuerdo que era el seleccionador de Nigeria, aquel infausto día en Nantes. Y comencé a caminar dentro del Camp Nou pensando si aquello me traería mala suerte y, conmigo, a las huestes blaugrana.

Me olvidé del asunto pensando en que un abrazo amable solo puede ser presagio de éxito. Pero la cosa se complicó cuando unos amigos me invitaron a comer el martes para desvelarme que se reúnen antes de la Champions para debatir, diseccionar el partido y que desde que lo hacen el Barça no había perdido. Y yo me decía que, a ver si iba a ser esta la primera ocasión en que el rito no acabase en victoria. Y me iba hacia el hotel pensando en que no contaba con muchas energías positivas previas al encuentro de la noche.

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Bueno, todo se puede solucionar, pensaba mientras me incorporaba a mi posición de comentarista, para cambiar el rostro al descubrir que mi bolígrafo de la suerte se había quedado en la mesilla de mi habitación. Les reconozco que cuando el Arsenal se ponía por delante, cuando el Coliseo blaugrana se quedaba mudo ante lo imprevisto, tuve un segundo en el que pensé en irme del campo para alejar mi mal fario del césped. Y entonces surgió el antídoto contra la mala suerte, contras los malos augurios, contra los malos pensamientos. Ya saben de quién les hablo: un tal Messi. Ya sé que el fútbol es un juego colectivo y sé que no se debe individualizar, pero también reconozco que el 10 blaugrana se convirtió en mi pata de conejo, aquellos jugadores que cuando eres portero y recibes un gol siempre sabes que acudirá a salvarte, siempre puedes contar con él para salir del embrollo. Es cierto que no siempre estará igual de acertado, que siempre no tendrá el punto de mira tan perfecto pero también es verdad que ponerse los guantes para medirse con sus habilidades supone un reto inmenso.

Y en todo ello meditaba mientras el Barça se daba un festín goleador siempre bajo la amenaza de un equipo inglés que nunca renunció a la pelea ni a discutirle la supremacía al campeón de Europa. Las grandes victorias necesitan de grandes rivales a los que vencer y la actitud del Arsenal, su disposición para el juego, su estado de ánimo de permanente reto competitivo, le ha dado al triunfo blaugrana mayor mérito. Cierto que los londinenses han sufrido mucho con sus bajas, seguramente las de sus jugadores más determinantes, las de esos que están llamados a marcar las diferencias pero Wenger puede estar orgulloso de la actitud y el talante de sus jugadores.

El caso que entre unos y otros me han hecho olvidar las cuestiones de la suerte y las maldiciones, cuando el talento aparece la fortuna tiene un espacio pequeño, no despreciable pero sí secundario, aunque ya sabemos que la pelota es caprichosa, que el juego es imprevisible y que nunca sabremos lo que hubiera pasado si Messi no llega a encontrar 10 centímetros en la frontal del área para poner la pelota en la escuadra de Almunia. Lo que yo sí sé es que ya puedo volver a comer con mis amigos, una vez que se ha demostrado que si hay algún gafe, ese no soy yo.

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