_
_
_
_
_
Crónica:PORTUGAL 5 - COREA DEL NORTE 3 | SUDÁFRICA 2010
Crónica
Texto informativo con interpretación

El segundo partido de sus vidas

Corea del Norte se cruza con Portugal 44 años después de que cuatro goles seguidos de Eusebio acabaran con una de las grandes gestas de los Mundiales

José Sámano

En los frenéticos años 60 del siglo pasado, con las faldas recién recortadas, Carnaby Street revolucionando la moda y los Beatles desmelenados, un grupo de enigmáticos norcoreanos procedentes de un hoyo por encima del paralelo 38 aterrizó en Reino Unido. A los 13 años de concluida la Guerra de Corea, el Norte se había ganado el billete para el Mundial de 1966 tras apabullar a Australia en Camboya a doble partido (6-1 y 3-1). No necesitó más trámites porque el resto del bloque afroasiático se retiró de las eliminatorias en protesta por disponer solo de una plaza de clasificación. La victoria otorgaba a la remota Corea del Norte un hueco mundialista, pero no era un visado definitivo. El país organizador, Reino Unido, no tenía relaciones diplomáticas con los norcoreanos. La FIFA, en cuyo seno se había alistado la federación norcoreana en 1958, logró que Londres cediera y abriera sus puertas a la selección asiática. Eso sí, el Gobierno británico puso una condición: no sonaría el himno de Corea del Norte.

Arenga en 1966 del presidente norcoreano: "Hay que correr mucho y tener puntería"
Los asiáticos ganaron a la Italia de Rivera, recibida en Génova a tomatazo limpio
Los 'marcianos' de Middlesbrough vencían a los lusos por 0-3 a los 25 minutos
Fue entonces cuando La Pantera Negra rugió y dio la vuelta al resultado
Más información
Portugal se pone las botas

Días antes del viaje, Kim Il-sung, el dictador norcoreano, recibió a sus futbolistas en palacio: "En el fútbol hay que correr mucho y tener puntería. Podemos ganar a los más fuertes. Os pido una o dos victorias". La táctica dio resultado para asombro universal.

Corea del Norte se concentró al noreste del país, en Middlesbrough, una comarca en declive industrial, nada que ver con el pop alborotado de Londres. De entrada, padecieron la indiferencia de los lugareños, que veían a los asiáticos como unos marcianos cuyo único carisma era lo desconocido, lo exótico. Todo muy lejos de lo que ocurriría después para sorpresa general.

La selección norcoreana arrancó el campeonato ante la antigua URSS con arbitraje del español Juan Gardeazabal. Lo previsto: sucumbió con facilidad (3-0). Días después, de nuevo en Ayresome Park, todo hacía presagiar la segunda derrota de los llamados Chollimas, en honor de un caballo de su mitología nacional, esta vez ante Chile. Y así parecía hasta que, a falta de dos minutos, Pak Seung-zin logró el empate (1-1). Algo se movía ya en Middlesbrough. "No entendíamos nada. ¿Por qué aquella gente nos tenía tanto afecto?", diría años después Pak Seung-zin.

El cuento de hadas llegó el 19 de julio. Veinte mil espectadores se citaron en el Ayresome Park, hoy convertido en un enjambre de viviendas, para el Italia-Corea del Norte, un equipo de pulgarcitos frente a la imponente selección de Albertosi, Facchetti, Mazzola, Rivera y Meroni. "La caída del imperio romano no fue nada comparado con lo sucedido en este Mundial", titulaba al día siguiente un periódico británico. "Como eran todos iguales y no les distinguíamos, jugaron 11 distintos en cada tiempo", quisieron justificarse desde el seno del equipo italiano. A los 42 minutos, Pak Doo-ik, interior zurdo, birló la pelota a Rivera, Il Bambino d'Oro; avanzó y batió a Albertosi de disparo cruzado. La mayor sorpresa en un Mundial desde el Maracanazo. Los italianos fueron recibidos en el aeropuerto de Génova a tomatazo limpio. Durante años, cuando Edmondo Fabbri, el seleccionador, o alguno de sus futbolistas aparecían por un estadio del calcio les anunciaba un grito unánime: "¡Corea, Corea, Corea!". Un periodista apodó a Pak Doo-ik como El Dentista por el dolor de muelas que había provocado a toda la nación.

La victoria norcoreana tuvo un extraordinario calado entre los habitantes de Middlesbrough, que identificaron sus penurias con las de sus sombríos huéspedes. Además, el equipo local vestía de rojo, como la selección residente. La gente se refería a Corea del Norte como "nuestro equipo", hasta el punto de que 3.000 aficionados se desplazaron a Liverpool para animar a los embajadores de Kim Il-sung en el duelo de los cuartos de final ante Portugal. "Eran todos muy pequeñitos, muy rápidos. Parecían yóqueis", recordaría años después un seguidor de Middlesbrough en El partido de sus vidas, un documental al respecto dirigido en 2002 por el cineasta británico Dan Gordon.

En Goodison Park, el estadio del Everton, la puesta en escena de los norcoreanos resultó inolvidable. En apenas 24 minutos ya ganaban por 3-0. El público se pellizcaba. Hasta que rugió una pantera nacida en la miseria de Mozambique, un chico de mirada triste y zancada prodigiosa que aprendió a regatear en las calles esquivando a sus muchos hermanos. Antes del descanso, Eusebio marcó dos veces, una de ellas de penalti. A la vuelta de las duchas, de nuevo hizo doblete y otra vez desde los 11 metros en una ocasión. Corea del Norte estaba fundida, rendida ante la majestuosidad de Eusebio. José Augusto cerró la remontada y nunca más se supo del fútbol norcoreano hasta Sudáfrica 2010, donde hoy se cruzará de nuevo con Portugal. No estará Eusebio sobre el campo, sí Cristiano Ronaldo. Ciudad del Cabo no es Middlesbrough, pero, al menos, tendrán como animadores postizos a los 1.000 actores chinos de China Sports Management que ha contratado el régimen de Pyongyang para que sus muchachos no se sientan solos. La gesta de Corea del Norte desató todo tipo de conjeturas en la época. Desde el Sur, la prensa deslizó que varios jugadores habían acabado en un gulag al haber descubierto el régimen que se habían ido de juerga tras la victoria sobre Italia. Se dijo incluso que el autor del tanto a Italia fue confinado en un campo de internamiento en el que solo podía comer los insectos que cazaba.

Tras cuatro años de engorrosos papeleos, en octubre de 2001, Dan Gordon consiguió el permiso para entrar con sus cámaras en Pyongyang. Su idea era localizar a los supervivientes de la hazaña del 66, lo que durante más de 30 años habían intentado sin éxito los periodistas italianos, que intentaron seguir el rastro de El Dentista. Gordon contaría después que se encontró con la incredulidad general de todos los jugadores, estupefactos ante el hecho de que hubiera quien les recordara; a ellos, que vivían en el último zulo del mundo. Los protagonistas desmintieron haber sufrido represalia alguna a la vuelta y la mayoría se dedicaba al fútbol como entrenadores (según el censo de la FIFA, en Corea del Norte hay más de 400.000 jugadores federados). Gordon consiguió otro imposible. El régimen le autorizó a que los héroes resucitados viajaran a Middlesbrough 36 años después. Nada más pisar el escenario de su gloria, uno de ellos interpeló al cineasta: "¿Aún vive el alcalde?".

Eusebio, <i>La Pantera Negra,</i> recoge el balón para que el partido se reanude con rapidez tras uno de sus goles.
Eusebio, La Pantera Negra, recoge el balón para que el partido se reanude con rapidez tras uno de sus goles.AP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_