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Al otro lado del espejo

Laura Ponte, Béatrice d'Orléans, Alaska y Miranda Makaroff aceptan el reto de distanciarse de su propia imagen para reencarnar a influyentes leyendas

Béatrice d'Orléans caracterizada como Anna Piaggi.
Béatrice d'Orléans caracterizada como Anna Piaggi.JUAN GATTI

El día en que el Metropolitan de Nueva York encomendó a Diana Vreeland el montaje de una exhibición sobre la opulenta moda del siglo XVIII, se ofendió por el insignificante tamaño de las pelucas que le proponían sus asistentes. “¿A quién le importa lo que digan los libros cuando podemos capturar una idea en su integridad?”. Al cabo de unas horas, le trajeron una peluca estratosférica coronada por una goleta que rozaba el techo. “¡Ahora está preparada para ir a la guillotina!”, aplaudió.

La venerada y temida editora de Vogue, que construyó para sí ese rol arquetípico, conocía mejor que nadie el valor de la reinterpretación, de la sorpresa, de convertir la moda en el perfecto aliado para reescribir la historia propia y ajena. Su figura viene a la mente al contemplar el trasiego en un estudio madrileño donde una Siouxsie Sioux teletransportada en el tiempo sale del camerino y se cruza con la recién llegada Alaska. “¡Pero si la que lleva a Siouxsie dentro soy yo!”, dice la vocalista de Fangoria a la falsa pospunk, reencarnada en la modelo Laura Ponte. Un juego de espejos que nos acompañará el resto de la jornada.

“Yo jamás fui punki. Por más que me pinte el ojo de negro, vaya vestida de oscuro y con chupas de cuero o cultive una imagen ambigua”, relata Ponte. “Me eduqué escuchando música clásica. Incluso hoy trato de aprender a tocar el piano, aunque solo sea de oído”. La top gallega confiesa que tuvo un despertar tardío “en el sentido de vestir lo que quiero y como quiero sin pensar en los demás. Siempre he sido hipertímida. Y mírame ahora, solo me falta la fusta [ríe]. Nunca fui muy transgresora, aunque podía llamar la atención para lo que era mi Oviedín [creció en la capital asturiana]. Mi abuelo era sastre y me hacía trajes de hombre. O iba con pantalones de montar a caballo, aunque no montara”.

Tras ponerse a prueba como diseñadora de joyas, ha alquilado una nave de coworking artístico “para salir del comedor de mi casa, que es donde empecé a dibujar, y experimentar con el vídeo, la foto o la escultura”. Una imagen, la de artista, que no concuerda con la que se pueda tener de ella. “No tengo Twitter y mi Instagram es con un pseudónimo. Tengo la sensación de que mi nombre ya no es mío, me pesa, se ha convertido en producto. Laura Ponte significa unas cosas con las que yo no me identifico y sobre las que se emiten unos juicios. Por eso me apetece empezar de cero, y controlar ese punto que ya no es mío”.

Un problema que ha sabido modular con inteligencia la mujer que le sucede en el plató: Alaska. Ataviada con pelucón rubio y resaltando su evidente personalidad russmeyeriana, personifica a Dolly Parton. “Uno de los iconos que me han acompañado siempre. Aunque nunca podría ser como ella. No digo físicamente, por eso firmaba ahora mismo, porque es como la persona más sexy del mundo, sino en su manera de vestir”. Ha hecho un break en los ensayos de su actual gira, Policromía, para que la saquemos de su zona de confort. Aunque con ella resulta complicado, como dice, “porque mi tiesto es enorme. El country, como la ranchera, me gusta mucho. Pero el antiguo, no el del padre de Miley Cyrus, Billy Ray; aunque él me vuelva loca con su mullet”.

Imposible que la conversación con Alaska discurra en una sola dirección. Al hablar sobre lo restrictivas que le resultan las etiquetas, su enciclopédica cultura pop le lleva de una arista a otra. “Practicar el tribalismo en la moda me parece una gilipollez. En los ochenta, el modelo estético cada seis meses había mutado. Por eso cuando me dicen ‘los ochentas’, respondo ‘¿qué ochentas?’ ¿Los de Kylie con sus zapatitos bajos rojos cantando Locomotion? ¿Los de Wham!?¿Los de Dead or Alive? ¿Los de Steve Strange? Y en el punk es peor; se ha reducido a cuatro clichés. Presentan un editorial como “moda punk” cuando eso ni existía. Punk era una cosa y su contraria también”.

Se muestra de acuerdo en que es un contrasentido vivir en una era que clama por la individualidad y, al mismo tiempo, impone la uniformidad. “Las revistas solo se fijan en determinados tipos de it-girl, no en Kelly Osbourne. No les cuadra”. El tan traído revival grunge le aburre. “Para empezar es un estilo muy difícil de justificar, porque si sales a la calle no sabes quién es grunge y quién, sencillamente, va mal vestido: ¿Ese señor es gordo, sucio y con barba o es un hipster con camisa de cuadros que se ha dejado barba?”.

En su vocabulario estilístico no existe la palabra arrepentimiento. “Jamás hay que renegar de lo que uno se ha puesto. Me da pena la gente que dice: ‘Qué vergüenza, como nos vestían en los ochenta’. Pues, payasa, no habértelo puesto. Odio a la gente que rechaza que se viste y que se crea una personalidad a través de la ropa. ¡Todos lo hacemos! Si tú me lo reconoces, yo te lo respeto, aunque te pongas un traje de Emidio Tucci. Es como la que dice: ‘Sácame natural’. Y para que te saquen natural te maquillan tres horas. Ese concepto contradictorio entre lo artificial y lo natural es algo de lo que abusa también la prensa”.

"Odio a la gente que rechaza que se crea una personalidad a través de la ropa"

Este debate se salda a favor de la artificialidad en el caso de la siguiente homenajeada: Anna Piaggi. Béatrice D’Orléans se muestra encantada de afrontar el reto de recrear a la extravagante periodista del Vogue Italia, que falleció en 2012. “Era divertidísima. Yo cené muchas veces con ella en París, cuando venía a ver las colecciones. Aparecía disfrazada, pero al mismo tiempo era la biblia de la moda. Hoy no hay equivalentes a ella. La imagen de directora de moda es la de Anna Wintour, una persona aburridísima que no se atreve a hacer nada con su look”.

D’Orléans, exdirectora de Dior España, hoy presidenta de la Asociación Española del Lujo, aterrizó con 22 años en la capital de la moda como redactora de Women’s Wear Daily. Su cultivado ojo le permite diferenciar entre “creadores” y “estilistas”. “Los primeros vienen en su mayoría del Mediterráneo: Galliano, Saint Laurent, Lacroix… Y los segundos suelen ser los americanos, como Tom Ford. O Karl Lagerfeld, que no es un creador, sino un intérprete de Chanel. Casi son dos profesiones distintas. A los que hacen alta costura no les importa lo que pasa en la calle, les da igual. Es algo que se está perdiendo”.

Y nos deja con una reflexión: “Hemos entrado en una falta de creatividad terrible. Se fomenta que la gente esté hecha bajo el mismo molde. ¿A cuántas personas conoces hoy que puedas tildar de originales?”.

Como buscando una respuesta, aparece nuestra cuarta invitada: Miranda Makaroff; lo más parecido a una it-girl patria: “Vivo de mil cosas diferentes. De pinchar en un evento de moda, de hacer de modelo-barra-celebrity, de colaborar con marcas como Eastpak o & Other Stories, de que me hagan fotos y las cuelguen online, de sacar marcas en mi blog, de hacer una línea de ropa con mi madre [Lydia Delgado], de actuar en una miniserie en Barcelona o de aparecer en un spot para Tampax. Me cuesta definir lo que hago, ¿cómo le explico yo a una señora ‘mire, mi trabajo es hacer cosas raras en Internet?”.

La hemos llamado para reencarnar a Stevie Nicks, la cantante de Fleetwood Mac, que en estos días vive un proceso de autorreivindicación convertida en personaje de American Horror Story o musicando los poemas que le inspira Juego de Tronos. “Yo no la controlaba. Solo la tenía presente porque Tavi Gevinson, una bloguera que me gusta mucho, siempre dice: ‘¡Tenéis que vestir como Stevie Nicks!”. Confiesa que su estilo está a “infinito” de distancia de la cantante setentera que fuera referente del bohemian cool. “Yo vivo cada día como si fuera una peli. Un día me visto de garçon, otro de pin-up, otro rollo Spice Girls –aunque menos, porque a mi novio no le gusta–. El único estilo que no me gusta es el de madre, que está muy de moda entre otras blogueras”.

Aun así, está metida en ese ranking de chicas que seducen a las marcas según la cantidad de seguidores que tengan. “En la vida tienes dos opciones: uno, hacer lo que la gente espera de ti; y dos, hacer lo que realmente quieres sin estresarte por el feedback. Sé que si fuera menos friki tendría más seguidores, que si pongo determinadas fotos, la masa, la que va a comprar a Zara, no se va a identificar conmigo, pero me da igual. Ahora hay una corriente entre otros blogueros de hacerse fotos con celebrities como si fueran sus mejores amigos. Una vez, vale, te puedes hacer una foto con Alaska y ya. Pero hay quien se agarra a un famoso para ganar posicionamientos, y muchas veces se nota que es forzado”.

Sus auténticas inspiraciones vienen de Instagram, “de tías loquis de su pueblo que no las conoce nadie, que se disfrazan y que son lo más. ¿Las revistas de moda? No compro y casi no las miro, me parece que promueven un modelo de mujer un poco irreal, prefiero la gente más cercana”. Y tras todo este cambio generacional de parámetros, uno se pregunta qué exclamaría Diana Vreeland.

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