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Los negros de Brasil levantan la voz

Víctimas de racismo se animan a denunciar actitudes discriminatorias. La última sentencia condenó a un supermercado a pagar 8.500 dólares a un cliente al que llamaron “negro ladrón”

María Martín
Robson en la comunidad donde vive en Carapicuíba.
Robson en la comunidad donde vive en Carapicuíba.M. MARTÍN

Cauã era solo un bebé cuando su tío Robson fue al supermercado para aprovechar la oferta de un litro de leche a 40 céntimos de dólar. Compró dos cajas, se arregló el delantal del bar donde trabajaba y atravesó la calle para volver a la cocina. Pero los gritos que se oyeron a su espalda lo detuvieron. Entre el griterío, tres palabras se repitieron: “negro”, “ladrón” y “sinvergüenza”.

Dos empleadas agarraron a Robson por el brazo y lo acusaron de robar la leche. Él mostró el ticket y ellas se disculparon. Pero la supervisora del establecimiento, una tienda de la red Walmart, en Carapicuíba, en la Grande São Paulo, colocó la guinda del pastel en el tumulto: “Disculpa, te confundimos con otro negro ladrón”. Robson temblaba en mitad del aparcamiento, a punto de llorar.

Acostumbrado a que le sigan por los pasillos de las tiendas que frecuenta, el joven negro decidió no denunciar el asunto en la comisaría, a pesar de que en Brasil el racismo es delito penado hasta con cinco años de cárcel. Pero un veterano abogado de la región, que lo conocía de vista, lo convenció para acudir a la Justicia.

Cinco años después, cuando Cauã ya es capaz de acunar en sus brazos a su hermana recién nacida y Robson, de 26 años, ya es conocido por los vecinos como el “negro de la leche”, un juez condenó a la multinacional americana a pagar 8.500 dólares a su cliente. La sentencia considera los daños morales sufridos por la actitud ilícita y discriminatoria de las empleadas. Robson, según el Tribunal de Justicia de São Paulo, “sufrió humillación pública” y fue “motivo de escarnio” por el color de su piel.

Con el dinero que le sobre tras pagar los gastos del proceso, Robson quiere terminar de construir la chabola de ladrillo que levantó en lo que era un campo de fútbol empantanado.

El caso de Walmart, que ya había sido condenada en 2009 por otro caso de racismo contra una cliente negra acusada de ladrona, fue el último en hacerse publico. Pero la secuencia de episodios parecidos marcó los últimos meses, en un país donde casi el 51% de la población se declara negra o mestiza.

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“Aunque aún es tímida, hay una creciente demanda de procesos laborales con solicitudes de indemnización por daños morales. Hay trabajadores despedidos o a los que se les obligó a marcharse por el racismo que vivían en el ambiente de trabajado”, dice Maria Aparecida Vargas, directora de la Secretaría del Tribunal de Trabajo de São Paulo que llevó el caso de Robson. “Algunas veces se bautiza a los empleados con apodos peyorativos por parte de compañeros o del propio jefe, como también ven que se quedan fuera de los ascensos en favor de un compañero no más competente que él, pero de piel blanca”, completa.

Policía poco preparada

Quando Robson estaba más tranquilo, tras el incidente en el supermercado, llamó a la policía. “Tardaron más de una hora en llegar, cuando la tienda ya estaba casi cerrando”, explica Robson. “En vez de hablar conmigo, fueron directos a hablar con la supervisora y después pidieron mi identidad, pero para ver mis antecedentes!”, reclama.

Las personas involucradas en procesos contra racismo que hablaron con este periódico coinciden en la falta de preparación de la policía cuando tiene que lidiar con un caso de discriminación. “Las autoridades policiales no están cualificadas para recibir este tipo de denuncia, lo que ya desestimula al agredido a comparecer en una comisaría”, lamenta Maria Aparecida Vargas la Directora de la Secretaria del Tribunal de São Paulo que llevó el caso de Robson.

“Uno ve que desde la policía, pasando por el propio negro agredido hasta el guardia de seguridad están poco instruidos. Uno de los mayores Estados del país no está preparado para la cuestión racial”, critica Karina Chiaretti. “Al llegar a la comisaría me invitaron a irme porque la señora ya tenía cuatro procesos y no habían llegado a nada. El policía no sabe que eso es racismo. Ellos no saben lidiar con la situación. El agente que tenía que llevar a la señora para la comisaría acabó llevándola a casa”.

Carmen Dora, presidente de la Comisión Racial de la Orden de Abogados de Brasil en São Paulo, también cree que las denuncias están aumentando. “Intentamos hacer una estadística porque recibimos muchas reclamaciones, pero no hay datos oficiales y aún no conseguimos concluirla. Parece que es un asunto que no interesa. Todos, incluso la prensa, tenemos que ser más incisivos para acabar con el falso discurso de que Brasil no es un país racista”, dice.

En febrero, la condena a una anciana obligada a pagar 6.000 dólares por llamar a tres clientes de un centro comercial “negros inmundos” y “monos” marcó un precedente porque la juez ordenó el ingreso inmediato en prisión de la señora. La legislación prevé castigos severos contra este tipo de delito, calificándolo como hediondo y el agresor no tiene derecho al pago de fianza. Pero el hecho de que la acusada tenga 72 años podría haber atenuado la pena. El abogado de la anciana finalmente consiguió el habeas corpus para su cliente, pero una de las víctimas, Karina Chiaretti, asegura que no va a parar hasta ver a la mujer entre rejas. “Yo solo creo que este episodio va a servir para algo cuando esa persona esté presa. Mientras no haya nadie que pare esas actitudes, van a continuar sucediendo”, dice Chiaretti.

La misma perseverancia demostró la pareja blanca, Priscila Celeste y Ronald Munk, al denunciar, el año pasado, al empleado de un concesionario de BMW en Río de Janeiro, que mandó a su hijo negro, de siete años, salir de la tienda. La pareja, para proteger al menor, decidió no denunciar el caso, pero su historia ganó tal repercusión que la propia Secretaria de Estado de Asistencia Social y Derechos Humanos llevó el caso a la Justicia. Perdieron por falta de pruebas, pero la pareja se convirtió en activista del respeto a la diversidad racial.

“Llega un momento en el que dejas de ir a un lugar porque las personas no paran de mirar a tu hijo, porque no puede dejarlo solo, porque sé que lo van a parar por creer que está robando. Una tiene que oír en el club que él no es socio, sino el hijo de un empleado...”, explicó la madre, por teléfono. El pequeño, adoptado por la familia de clase medía alta, es, según la madre, el único negro de la escuela, de la piscina, del club, de las fiestas de cumpleaños... “Hoy sé que el no haber ido a la comisaría fue un error. Si no denuncio, estoy protegiendo el agresor. Pero, en aquel momento era ignorante, no conocía la ley”, cuenta Celeste.

Para ella, como para las otras víctimas de discriminación, “el coraje de contar viene de la voluntad de cambiar las cosas” y porque la percepción de su hijo es mucho mayor de lo que ellos pensaban. El pequeño, recuerda la madre, le dijo un día: “Mamá, querría quitarme esta piel y colocar una de vuestro color”.

Esta semana en una emotiva entrevista, el árbitro Márcio Chagas da Silva contó públicamente que le llamaron “mono salvaje” durante un partido entre el Esportivo y Veranópolis, equipos de Rio do Grande do Sul. Al llegar al aparcamiento, se encontró su coche abollado y cubierto de plátanos. Era la segunda vez que le insultaban durante un partido por ser negro y, por segunda vez, lo hizo público. “Tengo que mostrar a mi hijo la importancia que yo, como padre, tuve al denunciar una práctica que sucede continuamente en Brasil”, dijo Chagas da Silva, a la Globo News. El procurador Alberto Franco llevará al Esportivo al Tribunal de Justicia Deportiva por discriminación racista.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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