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La inocente sonrisa de Madison Keys

La gran promesa estadounidense, de 16 años, asume un reto similar al de Tracy Austin, Jennifer Capriati y Andrea Jaeger en los años ochenta

Ver un Grand Slam por la televisión ofrece a veces imágenes inéditas que nunca se observan cuando se pisan las pistas en directo. A primeras horas de la tarde de ayer, las cadenas no tenían partidos de gran interés y ofrecieron los que tenían en pista. Entre otros, el que enfrentaba a una joven jugadora estadounidense, Madison Keys, a la checa Lucie Safarova, una tenista consolidada en el circuito internacional. Keys, con 16 años, es considerada la promesa más importante del tenis femenino norteamericano y asume a su corta edad retos parecidos a los que en los años ochenta tuvieron que afrontar Tracy Austin, Jennifer Capriati y Andrea Jaeger. Keys tuvo el partido en la mano tras ganar la primera manga y con 4-4 y 15-40 a su favor en la segunda. Pero cuando llegó el momento decisivo estaba demasiado cansada y su mente no actuaba ya con claridad. Perdió por 3-6, 7-5, 6-4.

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Pero el partido dejó algunos detalles imborrables. El mejor, la inocente sonrisa de Madison cuando pidió la revisión, a través del ojo de halcón, de varias bolas que acabó ganando. Aquella sonrisa medio avergonzada por haberse atrevido a cuestionar algo a una tenista consolidada como Safarova y haber acertado, no estaba contaminada. Era franca, sincera. Y recordaba, sin duda, la que adornaba las caras de Austin, Capriati y Jaeger cuando iniciaban sus carreras a una edad todavía más precoz que la de Keys. Capriati tenía 14 años cuando irrumpió en el Roland Garros de 1990 y llegó hasta las semifinales. Era una niña feliz, que cogía los micrófonos de la sala de prensa y llamaba a los periodistas para que acudieran a escucharla consiguiendo una aclamación generalizada.

Sin embargo, la historia de aquellas tres jugadoras que parecían llamadas a coger el relevo de Martina Navratilova y Chris Evert acabó mal. Su talento era incuestionable y su precocidad las elevó rápidamente al Olimpo de los dioses. Con 14 años, Tracy Austin había llegado ya a los cuartos de final del Open de Estados Unidos en 1977 y había ganado su primer torneo en Portland, siendo entonces la campeona más joven de la historia del WTA Tour. A los 16 fue ya campeona del Open americano (1979) y atesoró el curioso record de haber ganado a Chris Evert y a Martina Navratilova en el mismo torneo cuatro veces. Pero la misma precocidad que la llevó a la fama, le causó daños irreparables: una lesión en la espalda la obligó a retirarse en 1983 cuando cumplía los 20 años. Le costó aceptar su nueva vida, pero se casó y es madre de tres hijos, que compartió con su trabajo de comentarista de televisión.

La historia de Jaeger fue todavía más severa. Apareció en el circuito a los 14 y a los 15 había ganado ya su primer título en Las Vegas. Nunca fue una niña feliz. Algunos rumores apuntaban que había sido tan presionada por sus padres para convertirse en profesional y comenzar a ganar dinero, que no logró encajarlo con naturalidad. Parecía enfrentada a todo el mundo. Tenía un carácter difícil, se enojaba por cualquier cosa. Pero en 1982 fue finalista de Roland Garros y en 1983 de Wimbledon. Solo dos años más tarde, en 1985, con 19 años, sufría lesiones irreversibles en el hombro que la llevaron al quirófano en siete ocasiones, antes de decidir su retirada. Se sumió en una terrible depresión. De la que salió hace algunos años, cuando decidió enclaustrarse como monja de la iglesia anglicana-dominicana.

El caso de Capriati fue bastante más patético. Llegó con 14 años y con 18 ya se había retirado por problemas personales. Su padre tomó las riendas de su carrera y logró convertir aquella niña feliz en una pobre indeseable, que alternaba con amistades poco recomendables. Fue acusada de robar en una joyería, de tomar drogas y de poseerlas. Y su vida llegó a un punto insostenible cuando descubrió que su padre se estaba aprovechando de la fortuna que ella había ganado en las pistas. En 1994 lo dejó todo. Estuvo dos años parada y en tratamiento psicológico. Pero luego regresó en 1996, reconvertida en una joven muy equilibrada y ofreció lo mejor de sí misma, ganando tres títulos del Grand Slam y agotando su carrera hasta que lesiones en el hombro y la muñeca le impidieron seguir.

Tres ejemplos claros de la presión que es capaz de ejercer la sociedad americana cuando la necesidad acucia. Probablemente, éste no será el caso de Keys que llega al circuito con más madurez que sus antecesoras y que acaba de debutar en los torneos grandes superando la primera ronda de este Open de EEUU y cayendo en la segunda . Pero que no se descuide. Porque tal como ahora es la mejor promesa, la exigencia social y la necesidad de un relevo para las hermanas Williams puede acabar helando su inocente sonrisa neoyorkina.

Madison Keys
Madison KeysM. HEIMAN (AFP)

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