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Rusia muere de melancolía

El empuje de Grecia tumba al conjunto ruso (1-0), que fue semifinalista en 2008

Diego Torres
Karagounis es felicitado por sus compañeros.
Karagounis es felicitado por sus compañeros. OLIVER WEIKEN (EFE)

La juventud no suele durar más de una Eurocopa. La época del entusiasmo, ese estado de euforia cercano a la ignorancia, pasó para los rusos a la velocidad del verano de 2008. El torneo de Austria y Suiza, en que fueron semifinalistas, fue el impulsor de una maravillosa generación que no ha sabido madurar. El éxito, la migración a las grandes ciudades occidentales y los contratos millonarios han infundido en estos jugadores una suerte de melancolía insalvable. Teóricamente, atraviesan el momento de la plenitud física y mental. En la práctica, se aburren de sí mismos. La confusión existencial explica la suficiencia aristocrática de estos jóvenes sobrados de dones que no resistieron la confrontación con los rústicos griegos. Los mató un saque de banda y Grecia pasó a cuartos.

GRECIA, 1 – RUSIA, 0

Grecia: Sifakis; Torisidis, Papadopoulos, Papasthatopoulos, Tzavelas; Katsouranis, Maniatis; Salpingidis (Ninnis, m. 83) Karagounis (Makos, m. 67), Samaras; y Gekas (Holebas, m. 64).

Rusia: Malafeev; Anyukov (Izmailov, m. 81), Beretzuski, Ignashevich, Zhirkov; Shirokov, Denisov, Glushakov (Pogrebnyak, m. 72); Dzagoev, Kerzhakov (Pavlyuvhenko, m. 46) y Arshavin.

Gol: 1-0. M. 67. Karagounis resuelve en el área chica.

Árbitro: J. Eriksson. Amonestó a Anyukov, Zhirkov, Dzagoev, Karagounis, Holebas y Pogrebnyak.

Fernando Santos, el seleccionador de Grecia, entró al campo meneando la cabeza como si le acabaran de comunicar una terrible noticia. Daba síntomas de estar sufriendo una crisis de fatalismo. Pero los gestos del técnico no coincidían con la determinación que mostraron sus jugadores. A diferencia de los rusos, los griegos de 2004 no hicieron fortuna ni ganando una Eurocopa. Sus descendientes viven como sus predecesores. Les basta con muy poco para crear problemas a cualquiera. Contra Rusia siguieron un guion sencillo. Conducir los ataques por afuera para evitar pérdidas en el medio campo, trasladar hasta ser derribados, o buscar en largo a Samaras y Gekas, y cerrarse todos en el centro del campo para desconectar a Dzagoev y Arshavin de su línea de volantes. Poca cosa. Pero Rusia no supo reaccionar.

A diferencia de los rusos, los griegos de 2004 no hicieron fortuna ni ganando una Eurocopa. Les basta con muy poco para crear problemas a cualquiera

El conjunto ruso dispuso del balón y lo movió hasta con soltura, con garbo, alentada por los magníficos Shirokov, Denisov y Gloutchakov. Todos tocaban la pelota con criterio, apoyados desde atrás por Ignachevitch, que se incorporaba como un centrocampista más. Eran armoniosos. Ortodoxos. Pero les faltaba la colaboración de Arshavin, cada vez más disperso, y de Zirkhov. Y se partían cada vez que los apretaban.

Zirkhov no estuvo atento a Karagounis, que le ganó la espalda y marcó justo antes de irse al descanso

Grecia se fue metiendo en el campo ruso a fuerza de empuje. Katsouranis remató el primero entre los tres palos para lucimiento del portero ruso. Si la melancolía hizo mella en un hombre fue en Zirkhov. El zurdo fue el único que pudo sorprender a la defensa griega pero sus incursiones se espaciaron demasiado. El gol llegó por su costado. Se le escapó un balón fuera del campo y del saque de banda desembocó el gol. El propio Zirkhov no estuvo atento a Karagounis, que le ganó la espalda y batió al portero en el minuto 45. Justo antes de irse al descanso.

Rusia no se recuperó. Kerzhakov no salió del vestuario. Advocaat lo sustituyó por Pavlyuchenko. Comenzó un largo asedio a la portería griega. A la avalancha rusa respondió Grecia con un grupo de jugadores verdaderamente encendidos que pelearon por cada balón con una abnegación admirable. Cortaron todo lo que se podía cortar, rechazaron todo lo que se podía rechazar. Rusia no tuvo, después de todo, mejores ocasiones que la de Tzavellas, que mandó un tiro de falta directa a la cruceta. Cuando se agotaron los minutos, el esforzado equipo de Fernando Santos le dio motivos para renunciar al fatalismo.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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