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Özil sofoca la rebelión

Un recital de pases del mediapunta lanza a las semifinales a Alemania ante una Grecia sin recursos, pero que resistió con fe hasta empatar el encuentro en la segunda parte

Özil celebra el cuarto gol de Reus.
Özil celebra el cuarto gol de Reus.Joern Pollex (Getty Images)

El poder atacante de Alemania crece exponencialmente con el avance del torneo. Recién instalados en la alineación, Reus, Klose e incluso Schürrle demostraron recursos para dar y regalar. Sobre todo, si están en manos de Özil, en el origen de los cuatro goles germanos, omnipresente en cada ofensiva, paciente para encontrar todos los puntos débiles del contrario. Demasiados en el caso de Grecia, vulnerable a partir de un portero, Sifakis, con manoplas de cristal y una zaga confundida por la profundidad y la complejidad del ataque adversario. En Alemania, si acaso, deja dudas su defensa. No por falta de calidad (el imponente Hummels es una de las sensaciones del campeonato), sino de años de experiencia para cerrarse. Boateng, Hummels y Badstuber no superan la barrera de los 23 años. Si un conjunto como Grecia puede rasgarla en dos ocasiones, Löw tiene motivos para preocuparse.

ALEMANIA, 4 - GRECIA, 2

Alemania: Neuer; Boateng, Badstuber, Hummels, Lahm; Schweinsteiger, Khedira; Schürrl (Müller, m. 67), Özil, Reus (Goetze, m. 80) y Klose (Mario Gómez, m. 80). No utilizados: Zieler, Wiese, Howedes, Mertesacker, Schmelzer, Gündogan, Kroos, Lars Bender y Podolski.

Grecia: Sifakis; Torosidis, Papadopoulos, Papastathopoulos, Tzavelas; Makos (Liberopoulos, m. 72), Katsouranis, Maniatis; Ninis (Gekas, m. 46), Salpigidis y Samaras. No utilizados: Fotakis, Tzorvas, Chalkias, Malezas, Fortounis, Mitroglou y Fetfatzidis.

Goles: 1-0. M. 38. Lahm. 1-1. M. 55. Samaras. 2-1. M. 61. Khedira. 3-1. M. 68. Klose. 4-1. M. 74. Reus. 4-2. M. 89. Salpingidis.

Árbitro: Damir Skomina, de Eslovenia. Amonestó a Samaras y Sokratis.

Estadio Gdansk Arena, 39.000 espectadores

Cuando habla de libertad en el equipo de Alemania, Özil se refiere a esto. Es el jefe del ataque. Elige desde dónde arrancar según el momento o la circunstancia. El punto de partida es la mediapunta, pero no se conforma con esa visión privilegiada: prefiere visitar el extremo izquierdo y el derecho, además de retrasarse para recibir como mediocentro. Sus desplazamientos, como si se tratara del voleibol, mueven a todos sus compañeros. Por ejemplo, si él se desliza a la derecha, a Reus le toca pasar al centro. Y así hasta un sinfín de posibilidades con las que Löw ha enriquecido tácticamente a Alemania.

Favorecida esta vez por la pequeña revolución del seleccionador en la delantera: Schürrle, Klose y Reus en vez de Podolski, Mario Gómez y Müller. Si buscaba más dinamismo, lo logró. Sobre todo, por los nuevos extremos. Le dieron otro aire, mucho más imprevisible. Sus diagonales fueron imparables para los zagueros griegos, desbordados desde el primer momento. Su entrenador, el portugués Santos, se tapaba la cara de vergüenza. No era eso lo que había planeado con esmero.

 Neuer jugó por momentos en el centro del campo. Özil buscó todos los espacios hasta que sirvió a la izquierda al lateral Lahm en la zona de los tres cuartos. El capitán oteó el horizonte y avanzó unos metros antes de reventar la pelota con el exterior del pie derecho desde unos 30 metros. El balón se fue abriendo hacia el poste izquierdo de Sifakis. Si un equipo quiere sobrevivir bajo el larguero, necesita un portero inspirado. No fue el caso de Sifakis: se le escapaba todo. El gol provocó un terremoto entre los 30.000 hinchas germanos en el estadio Arena de Gdansk, una multitud comparada con los 4.000 helenos. Entre los primeros, una saltarina Angela Merkel, cerrando los puños en señal de victoria. Hasta en el despliegue de las banderas previas al choque se había notado la diferencia económica: gigantesca la alemana, pequeña la griega.

Sifakis, un portero con manoplas de cristal, y su zaga, lastres helenos ante un gran Özil

Antes del gol, lo mejor de Grecia había venido a través de su capitán, Katsouranis: un robo del balón a Schweinsteiger que evidenció el estado renqueante del centrocampista alemán y un pase intencionado inalcanzable para Ninis porque se adelantó Neuer. No hubo más.

“¡Deutschland, Deutschland!”. La grada, repleta de hinchas alemanes, se dispuso a disfrutar de la segunda parte en su área más cercana. La sorpresa no tardó en llegar. Santos había tirado la casa por la ventana con Foutakis y Gekas. Al primer contragolpe, gol. La llegada de Salpingidis por la orilla derecha y su centro raso y enroscado al segundo palo invitó a que Samaras entrara como lo hizo: como un auténtico león. La respuesta alemana fue la paciencia. Otra vez Özil como maestro de ceremonias, moviendo la pelota por todos los rincones del área. Esta vez hacia el lateral derecho Boateng. A su centro acudió Khedira como si quisiera volear con las dos piernas a la vez. Fue la derecha, en un remate estrambótico: parte con la tibia y parte también con el empeine.

Sifakis completó su calamitosa actuación con una salida a ninguna parte, confundiendo el aire con la pelota, cuando Klose cabeceó a gol una falta de Özil a pie cambiado desde la derecha. El mediapunta refinó su aportación esta vez con un pase en profundidad a Klose. En su salida, rechazó Sifakis y voleó espectacularmente Reus. Las dos apuestas de Löw, Klose y Reus, ofrecían sus réditos. La grada germana coreó entonces los pases como una especie de olés descafeinados. Salpingidis, de penalti, despidió a Grecia. Özil había abortado cualquier intento de rebelión.

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