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Una reina feliz

La gimnasia alegre y arriesgada de Douglas triunfa por delante de la sufriente Komova

Amaya Iríbar
Douglas, durante su ejercicio sobre barra.
Douglas, durante su ejercicio sobre barra.THOMAS COEX (AFP)

Marta Karolyi, seleccionadora estadounidense, la apodó la ardilla voladora porque realmente la niña volaba en las paralelas. Nadie, o tal vez alguna china, hace las sueltas tan altas en ese aparato como Gabrielle Douglas, que ha pasado de hacerse a la fuerza un hueco en el equipo estadounidense, el más competitivo del mundo, a liderarlo y convertirse en campeona olímpica con 16 años, la primera de raza negra de la gimnasia.

La clave del éxito de Douglas no estuvo, sin embargo, en las paralelas, donde su máxima rival, la rusa Viktoria Komova, de aspecto tan frágil como un pajarito indefenso y de exquisita gimnasia clásica, la supera en dificultad. Fue antes, en el potro, con ese amanar que las estadounidenses ejecutan como nadie —y que obligó a dar dos pasos a la rusa— donde Douglas abrió una brecha de medio punto que ya no se cerró.

La clave del éxito de Douglas estuvo en el potro, donde ganó una distancia que sus rivales no pudieron recortar

Douglas fue ligeramente más precisa en la temible barra, donde se rindieron las otras dos aspirantes, su compañera Aly Raisman y la rusa Aliya Mustafina, pero el duelo con Komova se mantuvo hasta el final, hasta el último ejercicio del último aparato, el suelo.

Como Douglas y Komova compartían grupo resultaba curioso observar su comportamiento, tan diferente, en los tiempos muertos. La estadounidense buscaba siempre a su entrenador, el exgimnasta de origen chino Liang Chow, que ya llevó a la plata olímpica a Shawn Johnson hace cuatro años, hablaba con él, le escuchaba, se dejaba arropar. Decía Chow hace unos días que su pupila es muy diferente a su anterior campeona, que es muy joven y necesita ser guiada a cada paso.

La rusa se aislaba de todo. Se sentaba con la mirada perdida sin atender a lo que ocurría en los aparatos o mostraba su ansiedad con pucheros. Parecía incapaz de controlar sus nervios. Cuando Douglas salió al tapiz, le dio la espalda, así que no vio a la americana clavar cada una de sus diagonales, aunque no pudo evitar oír al público gritar al final de cada una de ellas. Y entonces ocurrió algo increíble. La sufriente Komova se olvidó de los nervios, controló la ansiedad, y sacó la diva que toda gran gimnasta rusa lleva dentro y ejecutó el ejercicio de suelo más bello y perfecto de la noche. También fue el mejor puntuado,pero ya era tarde.

El deporte es cruel y, por segunda vez en estos Juegos, negó la gloria a la rusa, que volvió a llorar inconsolable

El deporte es cruel y, por segunda vez en estos Juegos, negó la gloria a la rusa, que volvió a llorar inconsolable. La única alegría para el equipo ruso, recuperado para la mejor gimnasia tras años de zozobra, fue que Mustafina se llevó el bronce por desempate con Raisman.

Douglas es la nueva reina. Feliz, extrovertida, tanto fuera de la pista, cuando explica que le gusta la presión porque significa que la partida ha empezado”, que le “motiva” o admite entre risas que incumplió la norma de sus entrenadores de no mirar el marcador para centrarse en sus rutinas, como dentro, donde sonríe con frecuencia. Una reina cuya gimnasia es una fiesta y a la que le enorgullece que la comparen con su compatriota Dominique Dawes, también negra, que participó en tres Juegos Olímpicos y se llevó dos medallas, el oro de Atlanta 96 entre ellas, pero por equipos. El mérito de Douglas es mayor. Ha ganado en solitario y su carrera no ha hecho más que empezar.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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