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Aquí estoy yo, dijo Noya

El gallego logra entre los Brownlee la primera medalla olímpica del triatlón español

Carlos Arribas
Javier Gómez Noya saliendo del agua tras la prueba de natación
Javier Gómez Noya saliendo del agua tras la prueba de nataciónHANNIBAL (EFE)

Al bajar del podio, con la medalla de plata, pesada, un medallón más bien —“es más grande que la de los Mundiales, y más sonora”, dijo su portador—, doblándole el cuello, Javi Gómez Noya dio un paso atrás para no salir en la foto del día, la de los hermanísimos Brownlee, Alistair y Jonathan, ingleses de Leeds, oro y bronce en el triatlón, abrazados con sus medallas al cuello al borde del Serpentine, el lago de Hyde Park, donde en invierno se bañan los londinenses que buscan el vigor en sus aguas heladas. No necesitaba ya interferir más entre los hermanos, los dos mejores triatletas del mundo: ya lo había hecho cuando importaba, cuando el golpe psicológico tenía sentido, en los 10.000 metros.

Llevaba siete años esperando este momento, pensando en este momento, y, cuando llegó, Gómez Noya, de 29 años, no dudó en la ejecución. “Era mi momento”, dijo. “En Pekín [fue cuarto], quizás me faltaba experiencia y me sobraba presión, además, llegué medio lesionado y tuve problemas digestivos”. La plata de Londres es un jalón hermoso en la carrera individual de Gómez Noya (uno de los mejores triatletas mundiales de los últimos años, dos veces campeón mundial, tres europeo), una carrera de pelea y desafío en la que tuvo que luchar en 2005 contra la prohibición de competir dictada por el Consejo Superior de Deportes (CSD), por problemas cardiacos.

“Las cosas del pasado son pasado”, dijo el medallista. “Mi carrera deportiva no ha sido fácil en muchos aspectos, pero yo siempre miro adelante”. También es un premio inevitable para el triatlón español, uno de los más potentes del mundo tanto a nivel directivo (la presidenta de la federación internacional es la española Marisol Casado) como deportivo, como se mostró ya en los primeros Juegos en que fue deporte olímpico, en Sidney, donde Iván Raña, otro gallego, quedó quinto. Y así lo reconocieron Mario Mola y Josemi Pérez, los otros dos españoles en Londres, quienes celebraron felices el éxito de “un gran deportista y mejor persona”. “Es un honor que él sea el primer medallista del triatlón español”, dijo Pérez. “Javi no tiene fallos ni puntos débiles”, dijo Mola.

La plata es bonita. Cruzas la línea de meta y solo piensas que se ha acabado el sufrimiento

La natación (1.500 metros) y el ciclismo (43 kilómetros) son habitualmente en el triatlón fases de eliminación, que minan las fuerzas, dejan fuera de juego a los más débiles; la carrera a pie es la prueba de destrucción, la que proclama al más fuerte. Sin embargo, para Gómez Noya, y para su entrenador desde 2008, Omar González, pues juntos diseñaron la estrategia, las tres en Hyde Park deberían ser fases de afirmación, la única manera de minar psicológicamente la fortaleza de los hermanos, los dos más fuertes del mundo físicamente. “Su actitud, que es lo que marca a un deportista en unos Juegos, ha sido de oro”, dijo el técnico, que dedica las 24 horas del día, los siete días de la semana a preparar a Gómez Noya en Pontevedra.

“Decidimos que tenía que estar delante en todas las partes, aunque fuera un esfuerzo mayor. Por eso ya estuvo delante en la natación, por eso en la bicicleta, donde los Brownlee contaron con tres gregarios, el eslovaco, el ruso y su compañero inglés, tuvo que estar saliendo a todos los cortes. Por eso en la carrera a pie, en el momento clave, se puso entre ellos, aguantó sus primeros 2.000 metros y dio un golpe encima de la mesa y dijo: aquí estoy yo”. Dividió y venció, sabiendo que Alistair, de 24 años, dos más que Jonathan, el más ambicioso, no iba a esperar a su hermano pequeño, quien, además, debía descontar una penalización de 15s.

Noya, que ha perdido con los años los coloretes en la mejilla que delataban su fogosidad y ha ganado patas de gallo y amagos de canas, lo narra con más sencillez e igual decisión. “En la natación pude coger las piernas de Varga, el eslovaco, el mejor nadador, pues sabía que me iba a llevar delante”, dijo Noya, quien, como todos, dado que el agua se quedaba en 19,6 grados, debió usar protección de neopreno, lo que igualó la prueba pero no impidió que los seis mejores marcaran la diferencia. “Después, corriendo, me puse entre ellos para que el mayor, Alistair, el más fuerte, no oyera las pisadas del pequeño, no supiera si se quedaba descolgado, no pudiera hacer táctica común para descolgarme”.

Dio duro en los últimos 2.000 metros Alistair, y soltó a Noya, pero no le hundió. El gallego, terminada la prueba, se tiró, feliz, horizontal sobre el suelo. “Vine a por el oro, pero la plata también es muy bonita”, dijo. “Es una recompensa reconfortante. Cruzas la línea de meta y solo piensas en que se ha acabado el sufrimiento, y no solo la carrera, sino todo el sacrificio de los últimos años”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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