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El prurito de Purito

Menchov gana en la Bola del Mundo, Joaquím Rodríguez se reivindica con un ataque a tres kilómetros de meta y Contador gestiona las distancias para asegurar la victoria en la general

Purito, durante su ataque al final de la etapa.
Purito, durante su ataque al final de la etapa.JOSÉ MANUEL VIDAL (EFE)

La épica y la física no siempre se llevan bien. De hecho, en terrenos deportivos tienden a llevarse mal, salvo alguna alianza que produce efectos espectaculares, como en Fuente Dé, sin ir más lejos en esta Vuelta. La Bola del Mundo, ayer en Navacerrada, era la reválida, la prueba de madurez de Alberto Contador para licenciarse como vencedor de la Vuelta a España, después de la matrícula de honor que obtuvo en tierras de Cantabria, cuando enloqueció divinamente y puso la carrera patas arriba y la Vuelta a sus pies. Examen aprobado. Tenía más que suficiente nota para que nadie le desbancase de ser el primero de la clase, el más aplicado, el más sabihondo y tan entregado como el que más.

20ª Etapa

La Faisanera-Bola del Mundo: 170,7 km.

Velocidad media: 38,8 Km/h.

ETAPA

1. Denis Menchov (RUS/Katusha) 4h 48m 48s

2. Richie Porte (AUS/Sky) a 17s

3. K. De Weert (BEL/Omega-Pharma) a 42s

4. Fredrik Kessiakov (RUS/Astana) a 1m 16s

GENERAL

1. Alberto Contador (Saxo Bank) 82h 14m 52s

2. Alejandro Valverde (Movistar) a 1m 16s

3. Joaquim Rodríguez (Katusha) a 1m 37s

4. Chris Froome (GBR/Sky) a 10m 16s

Y eso que todas las tinieblas anunciadas por la dureza de la etapa se volvieron negrísimas cuando de pronto, la lluvia, así a pleno sol, de golpe y porrazo, sin previo aviso, barrió Navacerrada como si de un aguacero de París se tratase previendo un final tenebroso para una etapa ya de por sí tétrica. Pero fue una nube tormentosa en la luz del mediodía. Chafada la fiesta de la afición, volvió a lucir el sol y los ciclistas respiraron aliviados.

Sin embargo, el último examen fue un ejercicio de categoría de Purito Rodríguez, que si bien descartó enfrentarse al chico listo, demasiado alejado para sus posibilidades, intentó ocupar la segunda plaza del cajón, atacando a Valverde, del que le separaban 45 segundos de distancia. Esperó a la parte dura, es decir, a los tres kilómetros de la Bola del Mundo, donde el cemento se agarra, se retuerce y se convierte en un enemigo más de los ciclistas. Allí se fue en cuanto su colega Dani Moreno le hizo los deberes, después de que Majca hiciera los suyos para Contador. Moreno seleccionó al pequeño grupo de supervivientes, y cuando ya eran pocos, apenas cinco, Purito Rodríguez, soltó su último hachazo, al que respondió Contador, pero poco, muy poco. Y al que reaccionó con calma Valverde. Y Purito se fue, haciendo gala de una generosidad asombrosa, de una deportividad sin límites, de una entrega absoluta.

Se supo pronto que la batalla no era la batalla final, sino una batalla más, un nuevo ejercicio de patriotismo ciclista, un nuevo ejemplo de competitividad controlada

Contador midió la distancia, calculó la diferencia y prefirió no aceptar el señuelo. Valverde se recuperó poco a poco, y al final, el podio no cambió. El acto de Purito fue un acto de fe. El triunfo de Contador, la lógica de la razón. Y el puesto de Valverde, un acto de esperanza.

Había una emoción contenida sobre un nuevo ejemplo de romanticismo, un ataque suicida del Katusha, una revuelta del Movistar, para revisarle las tuercas a Contador, para hacerle una ITV en condiciones, a tope. Pero los puertos pasaban y pasaban y solo confirmaban que la escapada se consolidaba mientras iba desgranando cuentas del rosario. Pero atrás, en el grupo de los elegidos, era una vez más el Euskaltel el que asumía la responsabilidad de elevar el ritmo de la marcha. Sin nada conseguido era la última posibilidad de reivindicarse. Todos los equipos importantes llevaban su lebrel en la escapada. Katusha especialmente con Menchov, ciclista experto y poco gastado en esta carrera, que podía ser la referencia de Purito.

Pero si bien los escapados iban cediendo en su ímpetu, uno a uno, dos a dos, la cabeza seguía manteniendo ventajas imposibles para el corral de los gallos que renunciaron a la etapa, a las bonificaciones, y que se jugaron un mano a mano particular independientemente del puesto en la clasificación. Fue una bella lucha. Corta, pero intensa, ya bajo el sol y con el fervor popular invadiendo los arcenes, primero, y el descarnado camino después.

El oculto Menchov, invisible todas las semanas, paseó su cuerpo gentil por las alturas de la Bola

Se supo pronto que la batalla no era la batalla final, sino una batalla más, un nuevo ejercicio de patriotismo ciclista, un nuevo ejemplo de competitividad controlada, pero un golpe rudo, de esos que la afición celebra por encima de los éxitos o los fracasos. En territorio Contador, ganó Purito, en un ejercicio soberbio de dignidad y de humildad al mismo tiempo. Quiso acabar ganando aunque quien ganase fuera definitivamente Contador, el que le engañó en Fuente Dé, el que le hizo pensar tantas cosas a la vez que acabó dudando y, por tanto, eligiendo la peor opción. O quizás simplemente el que aprovechó sus malas piernas de ese día en un acto bellísimo de ciclismo antiguo. Ayer sacó su prurito, del mismo modo que Contador sacó su clase para medir la carrera, efectuar el cálculo de probabilidad, minimizar su flaqueza y ganar a lo grande aunque en esta ocasión le viera el dorsal a Purito Rodríguez. Pero hoy estará en lo alto del cajón, donde mejor se ve el dorsal del ganador de la Vuelta.

Bien es cierto que cuando los gallos llegaron, el corral ya estaba lleno. Un compañero de Purito, Menchov, se llevó la etapa tras soltar en los metros finales al australiano Porte. El oculto Menchov, invisible todas las semanas, paseó su cuerpo gentil por las alturas de la Bola, mientras Purito se retorcía en los kilómetros anteriores. Lo dicho, la épica y la técnica no se llevan bien. Por eso entre otras cosas no siempre gana el mejor, pero normalmente lo hace quien se lo merece.

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