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Los imprescindibles

El éxito de la selección de fútbol, la primera en ganar dos Eurocopas seguidas y un Mundial, radica en que los formadores de jugadores se sienten identificados con el mismo ideario

Los jugadores de la selección celebran la Eurocopa.
Los jugadores de la selección celebran la Eurocopa.ALEJANDRO RUESGA

Cuando Iniesta controló, la secuencia cambio de velocidad. Como un globo el balón se elevó despacio, muy despacio, apenas venciendo la ley de gravedad. Al llegar a su punto más alto, quedó suspendido en el aire con esa sensación de ingravidez, silenciosa y estática, que producen los colibríes. Durante una milésima de segundo permaneció allí, como si tratara de decirnos algo o esperara a que todo el estadio se pusiera en pie antes de volver a caer. Tal vez esa milésima fue la más larga en la historia de España.

Aún después de eso, aún después de esa pequeña eternidad, Iniesta dejó picar la pelota y espero de nuevo. Espero todo el tiempo que fue necesario, hasta que esta alcanzó su punto exacto. Recién ahí soltó el disparo. Es curioso que el gol más importante en la historia de España haya sido así. Que, incluso en el momento de mayor presión imaginable, un jugador se haya tomado el tiempo necesario para poder ejecutar la acción técnica de la mejor manera. Apurarse y patear a botepronto no era natural, era forzar la situación. Así, tras esa ejecución, el gol importa tanto por sí mismo como por su simbolismo. Un recuerdo permanente de que toda gran obra requiere una preparación y es fruto de una espera.

El proceso que llevó a España a ser doble campeona de Europa y campeona del mundo absoluto tampoco se dio a botepronto. Desde hace más de doce años España trabaja con paciencia en las selecciones menores. Respeta un proceso a largo plazo en el que no se dejó tentar por la soberbia de la liebre y eligió el paso recto y constante de la famosa tortuga de la fábula de Esopo.

Claro que es lógico, tras un éxito como el vivido, buscar los cuellos más visibles para colgar las medallas. Es totalmente merecido el reconocimiento a Casillas, Xavi, Iniesta y esta increíble generación de futbolistas. A Luis Aragonés, que tomó las primeras decisiones difíciles y, tras el Mundial de Alemania, inició un recambio generacional que asentó el equipo alrededor de Casillas y Xavi. Unos cambios que, con pragmatismo, y apoyado también en los recientes logros de Rijkaard, iniciaron el proceso que culminaría con el Europeo de 2008. Una victoria fundamental para que, primero, los propios jugadores y luego todo el país terminara de convencerse de la validez de esa idea de juego. Y a Vicente del Bosque que, fiel a su estilo, tras la salida de Aragonés realizó un diagnóstico certero, mantuvo en su sitio todo aquello que funcionaba y, sin estridencias pero con convicciones firmes hizo los aportes y cambios necesarios para potenciarla y llevarla a lo más alto.

Sin embargo, España, que tanto debe a esos nombres, empezó a ser campeona mucho antes que ellos. A estos éxitos, como a las cuentas de un collar, los atraviesa y mantiene unidos un ideario. Ese ideario, ese hilo, considera al individuo como totalidad, al futbolista como dueño del futbol y a la pelota como centro de su universo. Entiende al jugador no como medio sino como ser autónomo y a la compleja misión del entrenador como liberador de talento. Considera al sujeto que aprende como un protagonista indispensable de su propio aprendizaje, generando situaciones donde se favorezca la reflexión para que, lejos de métodos academicistas, encuentre un espacio para procesar y encontrar sus propias soluciones y respuestas. Está abierto al liderazgo participativo, valora los métodos inductivos, tiene en cuenta en todo momento la diversidad y considera que, en un deporte con una realidad difícilmente segregable, donde se conjuga a cada paso lo físico, lo técnico, lo táctico, lo cognitivo y lo psicológico, el mejor entrenamiento es el integrado.

Ese ideario entiende al jugador como dueño del fútbol y a la pelota como centro del universo

Este hilo, esta tanza de donde luego empezaron a colgar medallas, se comenzó a extender en la Federación Española a partir de las bases dejadas por Teodoro Nieto, y luego continuadas por Iñaki Saez y, más adelante, por Fernando Hierro, como director deportivo. En 2001 Ginés Meléndez y su equipo (un equipo que se agrandó con el tiempo y que incluye muchos de esos héroes poco visibles) se hicieron cargo de las inferiores y comenzaron una etapa sin precedentes en la historia del fútbol español. Unificaron método, estilo y patrón de juego y dedicaron al proyecto todo su tiempo, pasión y energía. Los resultados, increíbles: subcampeón de Europa y del mundo sub-17 y subcampeón Mundial sub-20 en 2003; subcampeón de Europa sub-17 y campeón de Europa sub-19 en 2004; oro sub-20 en los Juegos Mediterráneos de 2005; campeón de Europa sub-19 en 2006; campeón de Europa sub-17 y sub-19 y subcampeón del mundo sub-17 en 2007; campeón de Europa sub-17 en 2008; oro en los Juegos del Mediterráneo sub-20 en 2009; subcampeón de Europa sub-17 y sub-19 en 2010; campeó de Europa sub-19 y sub-21 en 2011 y campeón de Europa sub-19 en 2012.

Esa ristra interminable de éxitos es, como en los icebergs, solo la parte visible de la coherencia, el trabajo y la perseverancia que dedicó España a sus divisiones inferiores la última década. Lo que también se ve con claridad, más allá de esos trofeos, es que ese trabajo en juveniles siempre se realizó mirando al futuro. Una prueba irrefutable de esto es que, con excepción de Pedro, todos los futbolistas campeones del mundo con la absoluta en Sudáfrica formaron parte previamente de alguna de las selecciones juveniles. No es raro, si uno se da una vuelta a la mañana por la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, ver a todos los entrenadores y preparadores físicos de las distintas selecciones (absoluta y juveniles) desayunando juntos, hablando de fútbol. La imagen es elocuente. Un resumen de la vocación que los convoca a trabajar en equipo.

Pero el éxito invisible de este proceso es más profundo y, probablemente, mucho más duradero. Radica en que, a día de hoy, una gran parte de los formadores de jugadores de todas las edades y todas las divisiones de España se sienten identificados con las líneas generales de este ideario. Hoy, España no solo es una referencia mundial con su Liga y con sus selecciones sino que también está a la vanguardia en la formación de formadores. Algo que, evidentemente, no significa que España vaya a salir campeón todos los días, pero sí que las bases están sentadas para que en el futuro haya más Iker, Iniestas, Alonsos y Xavis.

A todos los formadores de futuros entrenadores, que ofrecen su tiempo para ayudar a pensar en aulas anónimas, y a todos los entrenadores que, a diario, con paciencia infinita, carencia de instalaciones, de elementos y ninguna ayuda, compaginan sus trabajos con su vocación de educadores para ayudar en la formación integral del niño en canchitas perdidas, también les corresponde su medalla de campeón de Europa y del mundo. Porque ellos, igual que Ginés Meléndez, Del Bosque e Iniesta son los que mejor conocen los secretos del éxito de la tortuga de Esopo.

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