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El portero que no sabía gritar

Casilla, guardameta del Espanyol, superó su timidez antes de sobresalir en los balones aéreos

Jordi Quixano
Kiko Casilla, ante Martins, del Levante.
Kiko Casilla, ante Martins, del Levante.Alejandro García (EFE)

El jueves por la mañana tocaba sesión de vídeo, esa que dura una media hora y que hacen los porteros cada dos semanas para repasar las jugadas críticas, con sus errores y aciertos. A falta de Cristian Álvarez, convocado con la selección argentina, se reunieron el preparador blanquiazul de guardametas, Tommy N'Kono, y el portero Kiko Casilla (Alcover, Tarragona; 1986), protagonista de los vídeos —los duelos eran ante el Levante y el Zaragoza— porque se ha cobrado el puesto bajo los palos por su seguridad y fiabilidad, acentuada en los balones aéreos. “Grito ¡voy! o ¡yo! y los defensas saben que ese balón es mío”, cuenta con cierto orgullo Casilla, sabedor de que ese es uno de sus fuertes y que hoy se mide con el Athletic en San Mamés. Pero lograr que retumbara su voz sobre el murmullo colectivo le costó lo suyo.

Lo pasé fatal hasta que un día, el entrenador me dijo: ‘O gritas y mandas, o te marchas” Kiko Casilla

Acostumbrado a ser el epicentro del equipo de su pueblo, hasta el punto de que jugaba a la vez en infantiles (de portero) y cadetes (mediocentro), se encasquilló un pelo el pase al Nàstic. “Cuando quise ficharle, apenas hablaba por su timidez”, recuerda Franc Artigas, entonces responsable del Cadete B tarraconense; “y no sabía qué hacer, si seguir con el fútbol o imitar a su hermano José Antonio, que es internacional con la selección de España de voleibol”. Pero la irrupción de Javi Robles, que dirigía al Cadete A (ahora al juvenil) y que se enfrentó con Casilla por casualidad en un torneo 24 horas de fútbol sala de Alcover, decantó la balanza a favor del balón de fútbol. Retoma la palabra Artigas: “Llegó al Cadete B, pero era tan bueno que en dos semanas ya lo habían ascendido con Robles”. Por entonces, Casilla multiplicaba sus manos, pero apenas se atrevía a hablar en el campo, gritar, imponerse. “Lo pasé fatal porque era tímido y me daba mucha vergüenza”, recuerda; “hasta que un día, el entrenador me dijo: ‘O gritas y mandas, o te marchas”. Lo recuerda Robles: “Era un portero con una gran planta, increíble en todo menos en el mando y la autoridad. Y llegué a exigírselo así porque era demasiado introvertido”.

Palabras, en cualquier caso, que agitaron la tranquilidad de Casilla, portero vocacional —“era de los que pedía guantes a los Reyes Magos”, confiesa—, que se esmeró en ampliar los decibelios de sus chillidos. Surtió efecto; seis meses más tarde, lo fichó el Madrid. “Allí me costó menos soltarme y en el Espanyol, ya nada de nada”, desvela. Una virtud que le ha servido para gobernar en el área chica y mecer esos balones aéreos, tan complicados para cualquier portero. Casilla lo tiene claro. “Me ayuda la altura [mide 1,92 metros], hay bastante de confianza y otro mucho de trabajo. También se aprende de los errores… Pero agarrar los balones cruzados no tiene nada de intuición porque no puedes salir antes de que salga la pelota”. N’Kono, además, refuerza esa excelencia. Por un lado, estudian los lanzadores, si tiran con el interior o con el empeine —“más fácil los que le pegan con el interior porque cogen rosca y van más flojos”, cuenta Casilla—; y, por el otro, dividen el campo en cinco zonas, donde se parte de la situación de la pelota para aclarar la colocación del portero. “En la zona 5, el cuero va desde un poco más atrás del centro del campo hasta la parcela de tres cuartos. En la zona 4, alcanza el borde del área… y así hasta el área pequeña”, explica Casilla. Y abunda: “A mí me gusta más blocar que despejar de puños porque así no doy opción a una segunda jugada y porque no es fácil despedir la bola en la dirección deseada”. Aunque sus guantes guardan un secreto.

“Me gusta más blocar que despejar de puños porque así no doy opción a una segunda jugada” Kiko Casilla

Inflexible en que deben ser blancas, le pidió a la marca Ho Soccer que le retocaran las manoplas. “Además de ponerme el nombre de mi hija, Ainara, quería que quitaran una zona donde hay pelos a cambio de una tela tipo chubasquero. Así, cuando los mojo, no pesan tanto y agarro igual”. Y el equipo agradece su fiabilidad. “Es muy bueno en los balones aéreos y nos da mucha confianza”, cuenta el central Colotto. “Nos da mucha seguridad. Tanto a balón parado como en los centros laterales”, abunda Capdevila. Poco queda ya de ese portero que no gritaba ni mandaba. “Ahora soy un pequeño entrenador bajo los palos. No chilló demasiado, pero sí que tengo que estar permanentemente corrigiendo o avisando a los compañeros de posibles peligros”, advierte Casilla. “Se le oye bien, sí”, bromea Capdevila. Justo lo que le faltaba.

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