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Una noche larga y oscura en Charleroi

La “party” del Bilbao Basket en el hotel se convirtió en un digno calvario

Katsikaris sigue el partido desde la banda.
Katsikaris sigue el partido desde la banda.THIERRY ROGE (EFE)

Arriba, en la cafetería del Hotel Charleroi Aeroport, los escasos aficionados del Lokomotiv, en su mayoría familiares y amigos de los jugadores, brindaban con champán, con cerveza, con algunas copitas de vodka. De vez en cuando un grito ininteligible rompía el murmullo de una animada cafetería. El grito generalmente provenía del grupo lituano de familiares de Jasaitis y Kalniatis: “¡Lietuva, Lietuva, Lietuva!”, gritaban en honor a su país mientras corría el champán, con la Copa pululando por las mesas y sillones del revuelto establecimiento.

Abajo, en el sótano, un salón acogía lo que el hotel había denominado apresuradamente “Party, Bilbao Basket” y que en realidad era una forma de entretener la espera desde las 11 de la noche cuando los aficionados y los jugadores llegaron al hotel hasta las 5,50, hora a la que tenía previsto despegar el avión que les conduciría a Bilbao, un aeropuerto que abre a las siete de la mañana. La cena: hamburguesas, pizza y patatas fritas con cerveza y refrescos. Abajo no se oían los gritos de arriba y arriba no se escuchaba el silencio de abajo. La entrada de Katsikaris en el salón fue recibida con un aplauso unánime que luego se repitió cuando hicieron acto de presencia los jugadores, derrotados y tristes, pero no hundidos.

Algunos habían estado previamente departiendo con sus amigos rivales. Prácticamente todos habían coincidido en equipos anteriores o en partidos anteriores. Los del equipo ruso estaban felices no solo por el triunfo sino por la despedida que les brindó la afición bilbaína cuando se retiraron de la cancha, aplaudidos uno a uno cuando buscaron los vestuarios. Kalniatis era el más emocionado con la afición rival.

Katsikaris se disculpaba con los seguidores con una mueca que era la pura expresión del dolor

Los aproximadamente 200 aficionados que viajaban con el Bilbao Basket se tomaron la derrota con filosofía. Sabían que no es fácil volver a jugar otra final de estas características, pero sobre todo prevalecía el miedo al futuro. Katsikaris se disculpaba con los seguidores que le abrazaban con una mueca que era la pura expresión del dolor. Nadie lloraba ni reía. Era una decepción contenida.

La noche se hizo larga hasta llegar al aeropuerto de Charleroi donde el sueño real suplió al sueño imaginario del éxito. Era casi un día entero sin dormir hasta que el avión se elevó por el cielo belga. Entonces uno a uno los doscientos y pico pasajeros fueron cayendo dormidos, anestesiados física y moralmente. En Bilbao lucía un sol radiante y un calor por el que en Bélgica se hubiera pagado a millón el grado. Acababa un viaje deportivo muy largo y un viaje físico interminable. Los hombres de negro, los unos y los otros, se fueron a dormir. Y a vivir, que son dos días.

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