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Penas millonarias bajo la lluvia

París y Roland Garros gastarán 340 millones en construir un techo y expandir el torneo, pero hasta 2018 el agua seguirá paralizándolo como ayer

J. J. MATEO
Operarios del torneo tratan de secar la lona que cubre una pista.
Operarios del torneo tratan de secar la lona que cubre una pista.CHRISTOPHE KARABA (EFE)

A las 11.30 de la mañana, el campeón entra en el club. Es un día de lluvia en París, y Rafael Nadal se recluye en el vestuario como el resto de favoritos. En los aledaños, se suceden las quejas, las penas y los lamentos. Los ejecutivos que se mueven cerca de la caseta recuerdan que Roland Garros no tendrá una central con techo hasta, como pronto, 2018, porque su construcción se incluye dentro de un ambicioso proyecto de expansión valorado en 340 millones de euros. Los entrenadores critican que las pistas que el grande tiene alquiladas fuera de su recinto no cuenten con lonas para cubrirlas y protegerlas del aguacero, lo que deja sin entrenamientos a quienes no tengan un partido oficial. Y los tenistas empiezan a sacar sus penas.

“¡A la cama! ¡No hagas nada! ¡Ni te muevas!”, le dicen a Garbiñe Muguruza, a los 19 años la mejor esperanza del tenis femenino español, que tras ganar su primera ronda se pasea con la capucha de la sudadera echada sobre la cabeza. Tiene más de 38 grados de fiebre. También, una oportunidad. “Probablemente no juegues hasta el viernes, descansa. ¡Métete en la cama!”, le dicen.

Mucho más entera camina Carla Suárez, también ganadora de su primera ronda, cuartofinalista del torneo en 2008, quien, sin embargo, compite con un dedo vendado. “Se lo cortó sujetando una puerta. Un par de milímetros más, y al quirófano”, cuentan en su equipo. “¡Menos mal que le da al revés con una mano!”, se felicita luego Xavi Budó, su técnico, porque la lesión es en la mano izquierda.

Finalmente, se acerca al vestuario Samuel López, el entrenador de Nicolás Almagro, uno que es temible sobre arcilla, que llegó a cuartos el año pasado, y que, sin embargo, no compitió la semana pasada. ¿Qué le pasa al murciano? “Que tiene dolores en un lado de la cadera, un poco inflamado”, explica el técnico, que la víspera vio cómo su pupilo remontaba en primera ronda. “Aquí, ojalá los primeros partidos le sirvan para coger ritmo”, cierra.

Pasa todo en el París frío de la lluvia, en el Roland Garros gris del aguacero: sin techo como mínimo hasta 2018, y eso si los juicios interpuestos por la oposición del Ayuntamiento y los ecologistas no prosperan, un simple chaparrón sigue deteniendo al segundo grande del año.

La 'policía de la ropa'

Hace frío en París y los tenistas buscan maneras de protegerse. Marion Bartoli sale a la pista con mallas y sudadera, dispuesta a jugar así un partido que luego se estira 3h12m y acaba con su sufrida victoria sobre Govortsova  (7-6, 4-6 y 7-5). La juez de silla, sin embargo, observa que esa extraña vestimenta no respeta las estrictas reglas sobre dónde deben ir los logotipos de los patrocinadores. Obligan a cambiarse a Bartoli. La francesa no se sorprende. No es la primera vez que interviene la policía de la ropa, como la llaman en el vestuario.

El domingo, durante su partido de primera ronda, Ana Ivanovic acaba compitiendo con gorra. Sus seguidores más acérrimos, esos que conocen al dedillo sus manías competitivas, no salen de su asombro. ¿Qué pasa con su famosa visera?, se preguntan. Ocurre lo siguiente: la policía de la ropa ha observado que la serbia porta dos logotipos en esa prenda, y le recuerda que Roland Garros no es un torneo de la WTA, que permite ese número desde 2013, sino ITF (solo uno).

Lo mismo le pasa a Lacko en su debut. Demasiado manchada su camiseta, demasiadas marcas comerciales: con unas tijeras, lo arregla.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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