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Nadal-Djokovic, duelo de titanes

El español y el serbio se cruzarán en semifinales tras ganar 6-2, 6-3 y 6-1 a Wawrinka y 6-3, 7-6 y 7-5 a Haas, respectivamente Con Ferrer enfrentado a Tsonga, puede haber una final española

Juan José Mateo
Nadal efectúa un servicio ante Wawrinka.
Nadal efectúa un servicio ante Wawrinka.Julian Finney (Getty)

¿Son esas pinturas de guerra? Stanislas Wawrinka sale a la pista con la cara embadurnada de blanco, igual que un mohicano. Destruye su raqueta contra el albero, desatado, rugiente, como si la vida le fuera en el partido. Son los cuartos de Roland Garros y el problema del suizo es que sus marcas guerreras quedan reducidas a una simple crema, que su raqueta rota es un síntoma de frustración. Al otro lado de la red, Rafael Nadal le tumba 6-2, 6-3 y 6-1 tras firmar un inicio de los que marcan los partidos (gana 8 de los 10 primeros puntos, con lo que se pone 2-0) para citarse en semifinales con el serbio Novak Djokovic, vencedor (6-3, 7-6 y 7-5) del alemán Tommy Haas en un disputado duelo. Como David Ferrer disputará la otra semifinal con el francés Jo-Wilfried Tsonga, puede haber una final española en Roland Garros.

La furia que atenaza a Wawrinka, ese fuego que le revoluciona y le saca de sus casillas, marca el partido: cuando intenta recuperar terreno, recién neutralizada una rotura de Nadal con un break suyo en la segunda manga (3-3), falla un remate que vuelve a darle al español la iniciativa (4-3 y saque). Este es un tenista volcánico, de maravilloso revés y poderosa derecha. Un peso pesado que golpea con contundencia, tiene pulmones para el tenis de alto ritmo y sufre cuando tiene que jugar en movimiento. Parado sobre la línea de fondo, Stan The Man es como un almirante en el puente de mando. Ordena una tras otra salvas de cañonazos. Nadal, que sabe muy bien cómo hacerle daño, le mueve de un lado al otro, busca pelotas altas contra el revés del suizo, y remata los puntos con la derecha.

No es un Nadal granítico, pero sí es un Nadal muy mejorado, sólido, el mejor que se ha visto en lo que va de torneo

Durante set y medio, el número diez tiene que defender bola de break en todos sus saques menos uno. Tarda 40 minutos en cogerle la temperatura al partido. Para entonces, Nadal ya se ha embolsado el primer set y le ha visto desquiciado, roto por los nervios, gritándole al público que la ocasión le viene grande. A Wawrinka le pueden los precedentes. Son nueve derrotas previas, ni un set sumado, siempre lejos del mejor jugador de la historia sobre tierra. En los momentos decisivos, además, el mallorquín da ese paso extra en el servicio que tanto necesitará en la próxima ronda, y se dispara por encima de los 190 kilómetros por hora para cerrarle a su contrario cualquier puerta por la que volver al duelo. No es un Nadal granítico, pero sí es un Nadal muy mejorado, sólido, serio, el mejor que se ha visto en lo que va de torneo. Un Nadal con las ideas claras, la mente limpia y la derecha buscando ese picante extra con el que afrontar un asalto que se lo exigirá todo: derrotar a Nole en su 20ª semifinal grande para luchar por su octavo título parisino.

Cuando acaba el encuentro, fundidas ya las fuerzas con las que lanza su último y desesperado ataque (recupera un break de desventaja en la segunda manga, para 3-3, y lo pierde inmediatamente), Wawrinka ya ocupa un lugar de privilegio en los almanaques que recogen la carrera del número cuatro del mundo: no hay ningún tenista que haya perdido tantas veces contra él sin haberle ganado al menos en una ocasión (10-0, como Nicolás Almagro y Paul Henri-Mathieu). Wawrinka intenta, como tantos antes que él, cruzar pelotas sobre la derecha de Nadal, pero sin hacerle daño. Esa es la especialidad de otro tenista, el punto fuerte de Djokovic, que ante Haas no pierde el segundo set por un fallo del alemán en el desempate (4-2 y una volea fallada) y que por dos veces cede el servicio en el tercero, incluida la primera vez que saca por el duelo. En las semifinales de París, dos titanes: Nadal contra Djokovic.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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