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Nadal se queda de piedra el primer día

Renqueante de la rodilla izquierda, se inclina en tres sets ante el belga Steve Darcis, número 135 del mundo

Juan José Mateo
Rafael Nadal durante su partido con el belga Steve Darcis
Rafael Nadal durante su partido con el belga Steve Darcisandy rain (efe)

Bajo un cielo plomizo, Rafael Nadal cae por primera vez en la ronda inaugural de un grande: Steve el tiburón Darcis, que es el número 135 mundial, le despide 6-7, 6-7 y 4-6 y se convierte en el rival con el ranking más bajo en derrotar al mallorquín en un torneo del Grand Slam. Para llegar hasta ese marcador, el belga construye una bella telaraña de tiros cortados y saques acertados (13 aces) contra un Nadal que juega encadenado por su rodilla izquierda, dubitativo sobre la hierba, sin la movilidad y la velocidad de desplazamientos que le distinguen. Derrotado, el número cinco mundial se queda pensativo y deja la sala de prensa bajando las escaleras con la precaución de los doloridos.

“Mi único sueño es irme a casa y pensar, analizar las situaciones”, dice el campeón de 12 grandes, que tras coronarse en Roland Garros decidió competir en Londres sin ningún torneo en césped de preparación para así proteger la articulación, que en ningún momento pone como excusa. “Vengo de un proceso complicado, en el que he pasado momentos malos, y no quiero repetirlo”, sigue en referencia a los siete meses de baja que sufrió hasta febrero de 2013 por una rotura parcial de ligamento rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda. “Quiero hacer las cosas lo mejor posible para que esto no vuelva a ocurrir. Por eso no quiero tomar decisiones en caliente, sino dentro de la lógica, de lo mejor para mi futuro y quizás no para mi presente. Es fácil dejarse llevar por euforias, por luchar por el número uno, como en 2012, pero este año tengo claro que mi objetivo no es ese (…). Seguir protegiéndome del problema en la rodilla es lo prioritario para mí”.

“No me he notado con la fuerza habitual para darle la vuelta a la situación”, reconoce

Nadal ataca el partido con dudas y tras tomar unos antiinflamatorios. En los entrenamientos ha sufrido molestias en la rodilla y el codo. Antes del duelo, miembros de su equipo hablan con el médico. Este no es el Nadal que se coronó en París hace dos semanas. El mallorquín pisa con cuidado y pega varios respingos durante el partido. Pendiente de los peligros de la hierba (“la peor superficie para mi rodilla”), parece ahorrarse carreras. Darcis explota el césped bajando la pelota con el cortado, pero la derrota nace y crece en la raqueta del número cinco, disparado en los errores no forzados (21 en las dos primeras mangas), desacertado en los momentos cumbre y sin una marcha más para hacerle notar al belga que compite contra un purasangre.

Nadal busca en la mochila de sus recursos y no encuentra nada. solo el vacío. Los pasantes no entran. Las piernas no llegan. Los restos encuentran con una frecuencia pasmosa la valla, más teniendo en cuenta que su contrario nunca pasó por ser un bombardero. Solo su cabeza y su corazón le mantienen a flote y le impulsan hasta servir por el segundo set y tener una bola al resto para llevarse la segunda manga, que podría haber cambiado el duelo.

“No me he notado con la fuerza habitual para darle la vuelta a la situación”, reconoce luego Nadal. “El otro ha estado bien, ha competido mejor que yo. He tenido oportunidades que no he aprovechado, pero todo eso es secundario”. “Lo importante es que no he conseguido adaptarme muy bien a la superficie, no me he movido como necesito moverme para ganar en hierba. Sin una gran intensidad, para un jugador como yo, se hace un poco más complicado”. “No es una tragedia”, cierra.

Su verdugo es el tenista con ‘ranking’ más bajo en derrotarle en el Grand Slam

En los momentos clave, Darcis se crece. Donde otros tiemblan, el belga encuentra una oportunidad para el disfrute, un partido para recordar toda la vida: acaba con 53 ganadores. Sorprendentemente, se impone en todos los apartados del juego, incluido el que el español debería haber dominado: en el cuerpo a cuerpo, con la pelota en juego, es el número 135 el que manda. Cuando gana la primera manga, el belga sonríe tímidamente. Sin duda pronto llegará la carga del séptimo de caballería, piensa. Sin duda, antes o después aparecerá el campeón para marcar a dentelladas las diferencias, para decir aquí estoy yo, para argumentar tiro a tiro el porqué de la clasificación y los títulos.

Eso, sin embargo, nunca ocurre. Nadal cede y a los 27 años firma su peor resultado desde que en febrero se recuperó de su lesión. Tras firmar siete títulos y dos finales en los nueve torneos precedentes, se despide a la primera en Wimbledon, el torneo de sus sueños. Fue en una tarde de verano inglés, fría, nublada, llena de viento. Nadal perdió con Darcis y se quedó de piedra. 

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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