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El tiempo es de Cavendish

El inglés consigue su primera victoria en la quinta etapa, en el ‘sprint’ de Marsella Gerrans mantiene el 'maillot' amarillo del Tour

Carlos Arribas
Mark Cavendish durante el transcurso de la quinta etapa.
Mark Cavendish durante el transcurso de la quinta etapa.Jacky Naegelen (Reuters)

El futuro no quiere al Tour, se opone como el mistral que sopla de cara y mata las últimas esperanzas de los fugitivos con Marsella a sus pies. El futuro es los denterosos materiales sintéticos símil terciopelo que han sustituido en las mesas de las salas de prensa los manteles de papel que permitían escribir en ellos al ritmo de la inspiración súbita, o, más grave aún, la evolución de las explotaciones agrarias que una vez cosechado el cereal no empacan ya los rastrojos en pequeñas pacas manejables, cubitos de 30 kilos que una vez forrados de plástico rojo y blanco como gigantescas piezas de una construcción infantil permiten desde 1996 levantar murallas en rotondas, puentes, estrechamientos de la carretera y curvas peligrosas para proteger los huesos y la piel del corredor que pueda golpear, sino en gigantescos rollos de quintales de peso, inútiles para algo más que pudrirse en los campos y alimentar a cuatro caballos. La carencia de pacas, casi penuria, es un problema para los servicios de carreteras estos días de largas llanuras y rotondas —ayer, 55, una cada 4.000 metros; hoy, llegando a Montpellier, casi las mismas, pero concentradas en los últimos diabólicos kilómetros—, y han enviado a sus espías por todos los campos de Francia buscando explotaciones antiguas, pacas vintage e incluso empacadoras de otras épocas para sus elementos protectores.

El Tour no quiere a su pasado próximo, el 98 y aquellos años, de los que intenta borrar todo rastro, cualquier contaminación (y ha logrado que el Senado francés retrase al 24 de julio, tres días después de la llegada a París, la publicación de la lista de los positivos de aquel Tour, unos cuantos además del condenado Jalabert), como si pudiera con una mascarilla sumirlo en el olvido, evitar su olor, o fumigarlo como se fumigan los frutales, mientras Virenque a página entera en el libro de ruta oficial anuncia relojes Festina con la misma prestancia, pose y seguridad en sí mismo con la que un golfista anuncia su Rolex.

Con el futuro en contra y en contra de su reciente vida, el Tour se refugia en el pretérito, en la historia de René Vietto, quien antes de ser el Rey René, el escalador sacrificado y amado antes de la guerra, fue botones en el Negresco, ante cuya fachada se inclinaron los corredores cuando pasaban durante la contrarreloj de Niza; o en la figura afilada y alerta de André Darrigade, con gafas aerodinámicas a juego con su nariz fina que corta el aire, el lebrel de las Landas, el sprinter de los años de Bahamontes que ganó 22 etapas y del que se acuerdan e invitan a la salida de Cagnes, junto al Mediterráneo, y allí habla con Cavendish y le dice que no piense ni en el futuro ni en el pasado, que en el Tour siempre ganan los de siempre. "Y el de siempre, el más rápido, es el tiempo, y ese eres tú, mi heredero, que llevas ya 23 etapas, y no te quedarás ahí", le promete enigmático.

Mark Cavendish en el 'sprint' de meta.
Mark Cavendish en el 'sprint' de meta.G. Horcajuelo (Efe)

Y ese tiempo con ayuda del viento borra a los de la fuga, en la que hay ciclistas cuyo futuro parece ya pasado, como Thomas de Gendt, el belga que ganó en el Stelvio en el Giro de 2012 y que ahora para justificar su Tour triste esprinta en perfumadas cotas de cuarta provenzales, como la de Grasse, donde nació Vietto; o el vasco francés Sicard, campeón mundial sub-23 en 2009 por delante del colombiano de dinamita Betancur, y ganó también el Tour del Porvenir; y ciclistas cuyo futuro está pasado el presente, como el kazajo Lutsenko, espléndido de clase que ganó el Mundial sub-23 en 2012, o el francés Kevin Reza, que llega del mundo de las cités, los suburbios duros de París, de los que ha salido pedaleando.

No llegan a Marsella, se quedan colgados en el mínimo col de la Gineste después de pasar los acantilados de Cassis, y en la avenida del Prado, larguísima y cálida, se exhiben Trentin y Steegmans, los lanzadores que llevan a Cavendish casi hasta la línea donde proclama con un grito feroz su 24ª victoria en el Tour. El eco del grito es un estrépito de hierros y frenazos unos centenares de metros atrás, una caída sin heridos graves aparentemente y decenas de corredores, entre ellos Nairo Quintana, sin un rasguño, y Astarloza, repitiendo: “yo frené a tiempo, pero me arrollaron”. La culpa es siempre de alguien que viene por detrás y golpea, como el pasado.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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