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Federer, un bailarín con pies cansados

A los 32 años, el genio compensa su menor movilidad con agresividad y bajando de peso

J. J. MATEO
Federer, durante un partido del open de Suiza en julio.
Federer, durante un partido del open de Suiza en julio.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

“Serving bagels”. La camiseta con la que se entrena Roger Federer en Nueva York es toda una reivindicación en el argot del tenis: “Sirviendo 6-0s”, juguetea el lema con la redonda forma del donut salado. El suizo, sin la curva de la felicidad que le distinguió en el último lustro, debutó en el Abierto de EEUU ganando 6-3, 6-2 y 7-5 a Zemja. El campeón de 17 grandes se enfrenta a la última oportunidad de ganar un torneo del Grand Slam en 2013. Desde 2010 ha celebrado solodos. Con 32 años y dos hijas, aparece en la gran manzana como el número siete, su peor ránking en más de diez años; ha perdido dos partidos este verano contra jugadores que no estaban en el top-100; y se enfrenta al peligro de acabar el curso fuera del top-10. ¿Qué le pasa al genio? Quizás, como argumentó Novak Djokovic, nada extraño: “Es el ciclo de la vida”, dijo el número uno.

“Federer está más lento, está más desconcentrado. Lo suyo nunca fue la generación de energía, de fuerza, sino la fluidez en el juego”, analizó Gustavo Guga Kuerten, ex número uno, maestro de maestros en 2000 y ganador de tres grandes. “Ahora le cuesta llegar en posiciones buenas a la pelota y mentalmente es difícil para él salir de esa situación”, añadió. “Federer tiene que entregar demasiadas cosas en los partidos, depende de muchos más factores externos ahora que antes. Nadal, Djokovic y Murray le exigen mucho y él no está al nivel de antes. Tiene días malos. Antes, no”.

“Está más lento. Le cuesta llegar en buenas posiciones a la bola”, dice ‘Guga’ Kuerten

Federer fue siempre un bailarín con raqueta. Un Hermes de zapatillas voladoras. Una de sus mayores virtudes es el juego de pies, su talento para estar en el sitio adecuado en el momento correcto. “Es el epítome del ritmo. Su capacidad para moverse y ponerse en posición hacia todas las direcciones y rápidamente, manteniendo al tiempo el equilibrio y ejecutando tiros a alta velocidad, es suprema”, solía explicar Machar Reid, jefe del departamento de Ciencia Deportiva de la federación australiana, que como otros biomecánicos vio en el suizo un ejemplo perfecto de economía del esfuerzo.

El campeón de 17 grandes, un maestro de los pequeños pasos, siempre logró estar detrás de la pelota, la posición ideal para el golpeo. Ahora, sin embargo, se le suele ver en posiciones forzadas, hiperextendido para intentar llegar a bolas que le sobrepasan. La espalda le martiriza. Los pies no le responden. Por eso ha recurrido a tres soluciones terrenales con las que recuperar su tenis divino. Bajar de peso (a menos masa que trasladar, más velocidad), ser más agresivo para cerrar antes los peloteos, aunque eso le dispare en los errores, y cambiar de raqueta. En verano, Federer probó una más grande, que le ofreciera mayor superficie de impacto para reducir el espacio que le separaba de la pelota. Fracasado el experimento con derrotas sonrojantes ante el número 116, el número 114 y el número 55, ahora juega en Nueva York con su arma de siempre, aunque volverá a probar raquetas cuando acabe la cita.

“Por encima de todo, es Federer y siempre hay que contar con él para todo”, valoró Àlex Corretja, el seleccionador español, atento anoche a los debuts de Rafael Nadal contra el local Ryan Harrison y de David Ferrer contra el australiano Nick Kyrgios. “Es normal que pierdas intensidad a medida que pasan los años. La fluidez que tenía antes es menor y eso hace que cometa más errores, que llegue un poco más justo a la pelota, que no domine tanto el centro de la pista y que tenga que golpear más veces en carrera”, describe. “Este año ha jugado menos partidos [43, por los 56 de Rafael Nadal], por lo que también habrá perdido sensaciones”.

“Pero lo importante es que la pasión está ahí, que trabajo de la forma correcta, que estoy listo y que siento que puedo ganar el torneo”, se defendió Federer, que no está entre los cuatro mejores del mundo en ninguna de las estadísticas que miden el juego al saque y al resto. “El ránking”, añadió; “es secundario”. Federer ya solo juega por los grandes. Su raqueta aún es capaz de disparar truenos gloriosos. Sus pies seguramente se calienten en el último grande del año: un bailarín del Bolshoi siempre se guarda lo mejor para los grandes escenarios.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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