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La ética en la cima de un ochomil

El himalayista Adam Bielecki, en el centro de una fuerte polémica en Polonia, conversa acerca de la muerte de dos compañeros tras hollar en invierno la cumbre del Broad Peak

Adam Bielecki posa durante la ascensión al Broad Peak. Al fondo, el K2
Adam Bielecki posa durante la ascensión al Broad Peak. Al fondo, el K2

Los alpinistas polacos definen el himalayismo invernal, el complicado ejercicio de escalar montañas de más de 8.000 metros en condiciones extremas, como el “arte de sufrir”. Adam Bielecki, apenas de 30 años, es el único hombre que acumula dos primeras ascensiones a ochomiles del Karakoram en invierno: el Gasherbrum I y el Broad Peak. Y, pese a su corta edad, entiende mucho de sufrimiento. El 5 de marzo de 2013, cuatro alpinistas polacos conquistaron el Broad Peak; sólo dos sobrevivieron. Esa noche, Adam Bielecki y Artur Malek esperaron el regreso de Maciej Berbeka y Tomasz Kowalski a la tienda del último campo de altura. En vano. Su desaparición se convirtió en un asunto nacional: se buscaron culpables, se emitieron juicios precipitados y el joven Bielecki, el más fuerte del grupo, el primero en hollar la cima y regresar, quedó sometido al escrutinio nacional. Él mismo solicitó la creación de una comisión investigadora. Bielecki, relajado pocas horas antes de protagonizar una mesa redonda acerca del himalayismo invernal polaco en el marco del Bilbao Mendi Film Festival, recuerda las horas clave de su ascensión al Broad Peak.

Sigo sin saber si tengo derecho a forzar a alguien a abandonar en su camino a lo alto”

Camino de la cima, la radio crepitó y lanzó clara la voz de uno de los líderes de la expedición, el legendario Krzysztof Wielicki. Era demasiado tarde como para pensar en la cima, debían regresar. Pero Berbeka llevaba 25 años esperando esa cima y declinó el consejo. Adam Bielecki opinó que debían dar media vuelta, a lo que Berbeka se opuso. Todo ocurrió en apenas unos segundos y Bielecki recuerda que antes de hablar tuvo que calentar los músculos de su cara, paralizados por el frío. Entonces, decidieron desencordarse para ganar tiempo y cada cual enfiló hacia la cima a su ritmo. Tras pisar el punto culminante, Bielecki se cruzó con sus compañeros, advirtiéndoles de que no podía esperarles y que seguía hacia el campo de altura. “Pensé en disuadirles, en decirles que tenían que bajar conmigo, pero no lo hice y ahora me arrepiento. Recuerdo que me giré y les vi muy cerca de la cima; miré al sol y vi que se estaba poniendo y pensé que estábamos con la mierda hasta el cuello y que íbamos a bajar de noche, así que mejor bajar todos con la cima porque unos minutos de más o de menos no iban a alterar nuestra realidad. Lo mejor hubiera sido convencerles, pero no lo pensé. Sigo sin saber si tengo derecho a forzar a alguien a abandonar en su camino a una cima. Es duro asumirlo”, rumia Bielecki.

Habitualmente, cuando el primer miembro de una expedición alcanza la cima, el objetivo queda cumplido y el resto no necesita hacer cima, máxime cuando las condiciones lo desaconsejan. ¿Quizá debieron hablar de esto antes de atacar la cumbre? Sí, pero nada hubiera impedido a Berbeka ir a cima, opina Bielecki: “A veces no hace falta gran cosa para ayudar al compañero: basta con animarle… No estoy en absoluto de acuerdo con los que afirman que por encima de los 8.000 metros estás solo, que no puedes ayudar a nadie”.

Por supuesto todo esto es un asunto de ética y moral. La comisión decidió que la ética en montaña no tiene que estar sujeta a la altura o las condiciones. Simplemente, si cuatro suben juntos deben bajar juntos. Bielecki lo sabe, pero también señala, sin buscar por ello disculpas, que los miembros de la comisión no han estado nunca a 8.000 metros en invierno: “Por encima de los 7.500 metros nunca me he parado más de 10 minutos. Caminas sobre el filo que distingue la vida de la muerte. Cuanto más subes, tienes que calentar el aire que respiras, y eso te hace emplear mucha energía, energía de la que apenas dispones. El frío te mata. Es muy duro, mentalmente”, ilustra. “Una parte de la comunidad montañera polaca me rechaza y la otra me apoya”, observa Bielecki, a quien pesan las ausencias. “Desearía no haber estado en el Broad Peak. Es una historia muy triste”, concluye.

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