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‘Bienvenido al mundo real’

El presidente más votado en la historia del Barça controló la oligarquía catalana y creyó dominar a los medios, pero terminó perdiendo en la calle y en las redes sociales

Ronaldinho y Sandro Rosell con el carnet de socio del F.C. Barcelona.
Ronaldinho y Sandro Rosell con el carnet de socio del F.C. Barcelona. AS

“No us fallaré!”. O sea, que no les iba a fallar, dijo Sandro Rosell a sus acólitos la noche del 13 de junio de 2010, tras ser elegido presidente del Barcelona. 35.021 socios le votaron, un récord que le dio absoluta legitimidad. Nunca un presidente había recibido tanto apoyo. Ha bastado un solo socio de a pie, con nombre y apellido, al que siguen más de 3.000 cuentas en Twitter, un hombre comprometido que se involucra al tiempo por el derecho a decidir del pueblo catalán, que se confiesa cruyffista y guardiolista, para tumbarle. Sandro se lo anunció a sus colaboradores ayer en los bajos de su finca en Les Corts, donde antes de ser candidato perfiló su estrategia para ser presidente de un cargo que abandona de mala manera.

De joven, Rosell tocaba el botón del ascensor y el elevador le dejaba en el salón de su casa. Nació el 6 de marzo de 1964, en buena casa aunque nunca hizo gala de ello. Su padre, que fundó Convergència, siempre fue su referente. Es diplomado en Empresariales por la UB y MBA por Esade, pero le gusta explicar que encontró empleo en Myrurgia más allá del abrazo paterno y que fue tan listo que le vendió colonia al mundo árabe porque “se la bebían”. En 1990 se incorporó al departamento de marketing internacional como responsable de patrocinadores del Comité Organizador de Barcelona 1992. A partir de ahí, su nombre va ligado a múltiples empresas relacionadas con el fútbol, hasta terminar como hombre fuerte de Nike en Europa antes de dar el salto a Latinoamérica. Entre otros, gestionó el contrato entre Nike y la Confederación Brasileña de Fútbol. Regresó a España en 2002 y fundó la empresa Bonus Sports Marketing S. L. (BSM) dedicada a la mercadotecnia deportiva.

Sobre sus negocios, siempre hubo dudas. Lo que pudo contar, anécdotas, lo hizo en un libro, Bienvenidos al mundo real, que en su día le tiró a la cara a Txiki Begiristain. “Espero que se lo lea y aprenda”, le dijo al entonces director deportivo del club. “Mientras él estudiaba en Esade, yo jugaba en el Barça”, le atizó el hoy director deportivo del Manchester City. Con el mundo real se ha dado de bruces esta semana.

Al tiempo, siempre alimentó la figura de un tipo humilde con mocasines, y presumió a menudo de que su mejor amigo es un payés, de Alàs, en la Seu D’Urgell: “Él no tiene un Porsche, tiene 50 vacas”. Pero resulta que Sandro se compró una lujosa masía en la comarca de L’Empordà (una zona que alberga segundas residencias de otros ilustres), y tardó años en ir a saludar a sus vecinos más próximos, los payeses que viven todo el año en el pueblo. Mucho menos tardó en sustituir los setos de la verja que rodea la masía por plafones que hacen imposible ver qué ocurre dentro o en instalar una barrera (exótica en la zona) en el camino de acceso. Si se acerca a la costa, le pasa lo mismo; que les pregunten a algunos pescadores de la Costa Brava por cómo les devolvió su hospitalidad el presidente. Por el contrario, consta que se desvive por Tito Vilanova, su esposa y sus hijos, en la misma medida que se ha alejado del catalanismo activo en el que vivió su padre.

Adalid de la integridad, ha sido víctima de una manera de hacer negocios y de la memoria colectiva. “Me parece inaudito que un compañero de junta me diga que no me puede explicar las negociaciones en China para el patrocinio de la camiseta amparándose en una claúsula de confidencialidad”, razonó el día que junto a Moix y Bartomeu, presentó su dimisión de la junta de Laporta en 2005. Hablaba de las gestiones de Ferran Soriano y Marc Ingla para encontrar un patrocinador en China. Se fue del club con su álbum de cromos, maquinó para volver y lo hizo. Pero en el camino dejó muchos muertos y se ha ganado enemigos a cada paso, el primero, Johan Cruyff.

Rosell controlaba la oligarquía catalana, por herencia, y creyó dominar los medios, pero resultó que terminó perdiendo en la calle y en las redes, y que tan pronto ha metido mano al vestuario, con el fichaje de Neymar como proyecto de futuro, ha salido trasquilado. Su gran paso al frente como presidente, su golpe en la mesa, ha terminado por ser su condena y le ha costado el cargo. El presidente vuelve a ser solamente el socio número 12.556 del Barcelona.

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