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Una Copa Davis sin brillo

Los tenistas piden un formato bienal mientras desciende la participación de los 20 mejores

Juan José Mateo
Roberto Bautista y Carlos Moyà, ayer en el banquillo español.
Roberto Bautista y Carlos Moyà, ayer en el banquillo español. ARNE DEDERT (EFE)

Pitos y abucheos. Eso es lo que recibe y despide al equipo alemán ayer, porque sus tenistas dejan a los espectadores sin uno de los dos partidos programados al tener ya resuelta la eliminatoria (Alemania, 4; España, 1). Esa decisión, como la ausencia de los cuatro mejores españoles por ránking (Nadal, Ferrer, Robredo y Almagro), subraya que la Davis ha perdido predicamento entre los mejores tenistas del planeta. Solo un competidor del top-5 disputó la primera ronda (Wawrinka). Pese a que en 2014 Federer y Murray ya han luchado por la Ensaladera, en los tres últimos años la participación de los top-20 siempre fue decreciente: 18 (2011), 14 (2012) y 12 (2013). ¿Qué ocurre?

“No solo es España. ¡Mire el equipo que ha sacado EEUU! No le gana ni a mi prima”, opina Manuel Santana tras ver a España condenada a la lucha contra el descenso por segundo año seguido. “Este no es el camino. Tiene que haber un compromiso más arriesgado de los jugadores. Los responsables de la federación española deben reaccionar”, añade. “Entre la final de Australia y la primera ronda de la Davis tiene que haber dos semanas para viajar y entrenarse [hay una]. La exigencia es muy grande. Los jugadores viven de la ATP, no de la ITF. Van demasiado pegados”, cierra el pionero, consciente de que la situación se repite tras el Abierto de EEUU (semifinales) y la Copa de Maestros (final). “La Davis está colocada en semanas clave y, como van al límite y ya han ganado tanto, se vuelve más difícil [contar con los mejores españoles]”, coincide Emilio Sánchez Vicario, exseleccionador.

España cae a la primera

Alemania, 4; España, 1. República Checa, 3; Holanda, 2. Japón, 4; Canadá, 1. Francia, 5; Australia, 1.  Kazajistán, 3; Bélgica 2. Serbia, 2;  Suiza, 3. Argentina, 1; Italia, 3 y EE UU, 1; Reino Unido, 3.

“Pero fueron los jugadores, en una carta de 2007, firmada por todos los top-20 menos Hewitt y Robredo, los que pidieron estas fechas”, dicen en la Federación Internacional, que no cree en el modelo que ahora proponen los tenistas, una Davis cada dos años, inspirado en la Copa Ryder o el Mundial. “El corazón y el alma de esta competición son los cruces como local y visitante. Lo otro se probó en la Copa Federación y fue un desastre: cuando pierde el equipo local, el público pierde el interés. El tenis no es el fútbol”, cuentan recordando que ya se reparten puntos ATP y los premios crecieron en más de 10 millones, dos viejas reivindicaciones de los tenistas. “Nosotros y las federaciones dependemos de la Davis [y su anualidad] para los ingresos, que van a la cantera”.

“El sistema no favorece que los mejores se impliquen más: si pierdes a la primera ya te juegas el descenso, lo que no es demasiado justo para que los mejores equipos estén en primera división siempre”, insiste Juan Carlos Ferrero, exnúmero uno. “La Federación no ha conseguido incrementar la comunión entre aficionados y equipo, lo que también favorece esa implicación. Los responsables de la organización no han sabido evolucionar y hacerla más atractiva para aficionados, medios y televisiones”. Hay un caso paradigmático. Hasta 2014, Federer, el mejor de la historia, había jugado solo dos veces la primera ronda en el último decenio. Como ahora se cumplen 10 años de que llegara el número uno, ha habido tiempo para que los organizadores dieran pasos normativos con los que ponerle alfombra roja al suizo y los mejores. No ocurrió. Son los efectos del gallinero institucional, que afecta al calendario: tienen voz la ATP, la ITF, la WTA, los Grand Slam... Y mientras discuten, la Davis pierde brillo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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