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Mucha seguridad, no tanto caos

Gran despliegue en Sochi para prevenir posibles atentados, con registros lentos y minuciosos Contrasta con la agilidad de los controles de acceso para el personal acreditado

Amaya Iríbar
Un par de cosacos y un policía rusos patrullan por el aeropuerto Adler de Sochi (Rusia)
Un par de cosacos y un policía rusos patrullan por el aeropuerto Adler de Sochi (Rusia)Hannibal Hanschke (EFE)

Como todo gran evento de la magnitud de unos Juegos Olímpicos, los primeros días son siempre los más complicados. Es cuando llegan los visitantes a miles y se tienen que ajustar todas las piezas para que cuando la competición empiece todo funcione como un reloj. Que esa es la imagen de un país en el mundo, dicen. El juicio es más severo si, como ocurre en Sochi, se trata de los Juegos más caros de la historia con una inversión total que se ha estimado en unos 50.000 millones de dólares, 36.000 millones de euros.

Por eso las historias aireadas los últimos días por decenas de periodistas sobre hoteles inacabados de categoría dudosa, de baños imposibles y limpieza deficiente chocaban más. O ese aspecto desangelado del Parque Olímpico, tan blanco y tan vacío todavía. O los comentarios sobre hoteles que han vendido más plazas de las disponibles, lo que da como resultado que sea casi imposible encontrar una habitación en la gran Sochi.

Pero más allá de que en algunos aspectos sí parece que a los rusos les ha pillado el toro, lo que más llama la atención al llegar a esta ciudad costera del Mar Negro, soleada con viento frío por la mañana y gélida a partir de las tres o las cuatro de la tarde, es la seguridad. Ya en el aeropuerto, que recibe estos días a miles de fanáticos del hielo o del esquí, la presencia policial y del ejército contrastaba con los colores de los aficionados daneses y canadienses. Con los retrasos consiguientes.

Si los Juegos son los reflejos de un país, Rusia aún se da los últimos retoques

A lo largo de la carretera que une el aeropuerto con el Parque Olímpico de la costa (el de nieve está arriba, en la impresionante montaña que corona este destino playero), también se ven militares salpicados en el paisaje, al borde de la autopista, en las intersecciones, como se advierten muchos coches de policía y uniformes distintos por las calles de la ciudad y en el anillo olímpico.

La primera impresión al llegar al Parque Olímpico de Sochi, que en realidad está en la vecina Adler, es que un fortín. No es que los controles sean más exagerados que en otras grandes citas para el personal acreditado —de hecho se han agilizado con respecto a los de Londres, en parte porque el acceso es por código de barras—, pero los coches, al menos este viernes por la mañana, cuando se ultimaban los preparativos para la ceremonia de apertura, eran registrados de forma lenta y minuciosa: abriendo el capó y luego todas las puertas y el maletero, haciendo salir a los ocupantes, revisando los bajos con espejos por si hubiera algún artefacto… Y eso que eran vehículos de la organización con las llamativas letras de colores del logo en la puerta. Las autoridades son conscientes de la amenaza terrorista que los rusos han vivido hace muy poco y no tan lejos de aquí, en Volgogrado, a unos 600 kilómetros.

Esos controles sí formaron algún que otro atasco dentro de la zona olímpica. Claro que nada comparado con la parálisis del centro de Adler sobre las dos de la tarde. En el centro de la ciudad se ve algún que otro perro abandonado de esos que aseguraban las protectoras que estaban siendo aniquilados, pero el espíritu olímpico queda reducido a algunos carteles. La familia olímpica se ha ido al otro extremo del municipio, precisamente el más alejado de Sochi.

Allí están los hoteles, los estadios, la  Villa Olímpica. Los que duermen en esa villa (hay otras dos en la montaña) aseguran que esta es muy parecida a las anteriores, a la de Londres, a la de Vancouver. Que las habitaciones están bien, que tienen mucha luz. Los que han subido a la montaña, a la Krasnaya Polyana donde se disputará el esquí, donde ya ha empezado el snowboard y donde este sábado entran en acción los dos primeros españoles (Laura Orgué y Víctor Lobo), añaden que el transporte es complicado porque aunque hay un tren rápido directo al Parque Olímpico hay que andar una distancia considerable hasta él. Pero el transporte interno por ahora no está masificado.

Si los Juegos son la cara de un país, Rusia aún se da los últimos retoques en Sochi.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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