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Intensidad infinita

Luis Enrique aplica sesiones eléctricas, charlas motivadoras y fútbol de laboratorio

Jordi Quixano
Luis Enrique.
Luis Enrique.sciamarella

Entendió el fútbol desde la vertiente del Barça, sobre todo porque realizó las prácticas exigidas para obtener el carnet de entrenador con los cadetes azulgrana y también porque antes fue el capitán del primer equipo por dos temporadas (2002-2004), el octavo en el club que asume la pizarra tras el brazalete. “4-3-3 o 3-4-3 son sistemas de ataque que el Barcelona utiliza siempre y desde los niños. Y yo interpreto el fútbol como un juego de ataque, donde es mejor marcar cinco que cuatro goles”, explicaba Luis Enrique (Gijón; 1970) al aterrizar en filial azulgrana, allá en 2008 para las cámaras de Barça TV. Tras lograr un ascenso a Segunda y después clasificarlo como tercero —récord del club—, decidió aceptar una oferta del Roma porque “era el momento”, del mismo modo que después se marchó y cogió al Celta. Ahora, llega al Barça. “Un técnico con energía y determinación para hacer frente al entorno de dentro y fuera, un entrenador que aporta soluciones tácticas”, esgrimen desde el club. Lo mismo piensan quienes le tuvieron como entrenador.

No era raro que Luis Enrique se llevara a los jugadores del Barça B de excursión, bien a jugar al paintball, bien a correr con los karts, bien a echar una pachanga al fútbol sala. Incluso, ayudado por el psicólogo Joaquín Valdés, hacían juegos para fomentar la unión, obsesión de Luis Enrique. “Los jugadores que tienen un objetivo personal más que colectivo, fuuummm, pasan rápido”, explica. Así, un día rellenaban una portería con hilos, tipo telaraña, para que los jugadores, por equipos, pasaran de lado a lado sin tocarlos; y otro tenían que hacer por grupos una especie de torreta con diferentes piezas que había sueltas en el vestuario. “Fomentaba mucho el hacer piña”, explica Jonathan Soriano, ahora en el Red Bull Salzburgo austriaco. “Por eso organizaba varias comidas de la plantilla y las pagaba todas de su bolsillo”, amplía Abraham (Espanyol). “Su puerta siempre estaba abierta y hablaba con todos, nos trataba muy bien”, recuerda Muniesa (Stoke) desde Lloret, donde como es habitual está apadrinando el torneo Memorial Juan Antonio Pomares del próximo fin de semana. “Pero si algo no perdonaba, era que no se diera todo sobre el césped”, señala cada uno, como una coletilla. Luis Enrique lo aclara: “No acepto que un jugador no dé el máximo o no sea ambicioso porque se engaña a sí mismo”. Para ello, entiende el técnico, se debe estar bien en forma, amante como es de agónicas expediciones deportivas como triatlones, carreras de montaña y carretera, también en el desierto. La clave: las pretemporadas.

En Italia se jugaba distinto y no estábamos preparados para su modelo” Simone Perrotta

“Nos llevaba a Collserola y a la Carretera de la Aigües, donde corríamos, además de subir y bajar escaleras”, cuenta Abraham. “Sí, eso fue el primer año, cuando el calentamiento era de media hora corriendo, cuando no parábamos de correr”, añade Víctor Sánchez (Espanyol). “Pero eso duró un año porque después, aunque exigía en lo físico, siempre utilizábamos el balón”, abunda Muniesa. “Y el equipo llegaba sobrado de piernas al final del curso”, revelan desde el Barcelona. “Bueno”, recoge el testigo Simone Perrotta, que colgó las botas el año pasado en el Roma; “no eran entrenamientos demasiado duros para lo que conocemos en Italia. Eran, sin embargo, más breves y mucho más intensos”. Y se suma su excompañero José Ángel (Real Sociedad): “Te exigía siempre al máximo, que no aflojaras. Pero eran sesiones divertidas porque siempre había balón de por medio y el grupo estaba contento”.

Aunque, inquieto como es, Luis Enrique decidió hacer mutis por el foro del Barça B. Y le llegó la oferta del Roma, donde empezó el curso torcido, toda vez que el modesto Slovan Bratislava (Eslovaquia) le eliminó de la previa de la Liga Europa. “Era un reto muy complicado porque el club tenía nuevos propietarios y el equipo estaba en fase de reconstrucción”, explican desde el entorno del técnico; “pero cuando le vieron trabajar, sus ideas y metodología, se entregaron a él”. El problema fue que no le regaló la titularidad a Totti, símbolo intocable del Roma, del mismo modo que acabó el curso sin clasificar al equipo para competiciones europeas. Una muesca negativa recordada también por sus enfrentamientos con el plantel, como la exclusión a Osvaldo por un rifirrafe con Lamela y la de De Rossi por llegar tarde a una charla técnica. “No tuvo problemas con ninguno de ellos. Eso es mentira”, corrige José Ángel; “de hecho, ellos dicen que es con el técnico que más aprendieron y yo lo suscribo”. Interviene Perrota: “No hubo nada raro. Él siempre miraba por el bien del equipo y no del jugador en particular. Y lo digo yo que desde diciembre apenas jugué. El error fue que en Italia se jugaba diferente y no estábamos preparados para su modelo”.

Nolito (Celta), en cualquier caso, tiene claro que su librillo premia el esfuerzo: “Pone a los que se lo merecen y eso gusta a los jugadores. No es un técnico que se corte y no se casa con nadie ni le tiene miedo a nada”. Luis Enrique se reafirma: “Yo hago las alineaciones el sábado porque valoro cómo se entrena de verdad”.

Recuerdo sus charlas antes de los partidos. Eran brutales, súper emotivas” Jonathan Soriano

Esta es, en cualquier caso, una de las virtudes que le aprecia el Barcelona, que sabe que el “vestuario te mata” si le rindes pleitesía. “La gente tiene al principio un poco de miedo por su carácter, pero al final te das cuenta de que saca lo mejor de cada jugador”, argumenta Soriano. “Cuando tiene que sentar a alguien en el banquillo, lo hace”, completa Nolito. “Porque es así, porque tiene una personalidad fuerte y porque tiene las ideas muy claras”, remata Perrota.

Al contrario de lo que se dijo, a Luis Enrique no lo echaron del Roma. “Le pidieron que no rompiera el contrato, que siguiera un año más en el Olímpico”, apuntan desde su círculo más íntimo. Pero se fue y después aceptó la oferta del Celta al tiempo que pedaleaba en una etapa de montaña de los Dolomitas. Llegado a Vigo, Luis Enrique se subió al andamio —una estructura que le hicieron para ver desde las alturas los entrenamientos, para corregir aspectos tácticos— y pronto se hizo con el vestuario. “Se ganó al grupo porque hacía entrenamientos de gran calidad y porque tanto él como sus ayudantes aportaban soluciones y sabían escuchar”, relatan desde el camerino. Se refieren a que al equipo le costaba sacar el balón jugado desde atrás y, tras quejarse a Luis Enrique, cambió un poco la táctica. “Pero sobre todo alucinamos por cómo preparaba los encuentros”, amplifican. Algo que siempre ocurrió: “Estudiaba mucho al rival y durante la semana, después del día de recuperación, enseñaba cómo defenderle y atacarle”, revela Muniesa. “Te remarcaba cómo salían, cómo presionaban… lo miraba todo”, agrega Soriano. “Conocía a todos los rivales y su juego, y no dejaba nada a la suerte”, intercede Perrotta; “pero a nosotros siempre nos pedía que jugáramos igual, que se adaptaran los rivales a nuestro juego”.

En lo que no cambia Luis Enrique es en su faceta motivadora. “Tiene la facilidad de enchufar al jugador, de exprimirlo”, revela Nolito. “Realmente sabía motivar”, explica José Ángel. “Es un entrenador óptimo para eso porque no permite la relajación”, añade Perrota. “Es que era muy exigente en todo, pero eso te ayudaba a la hora de jugar”, ahonda Víctor Sánchez. “Recuerdo sus charlas antes de los partidos. Eran brutales, súper emotivas”, aclara Soriano. “Y solía poner al final del año vídeos de imágenes de todo el año, de goles, de celebraciones y momentos importantes”, añade Muniesa.

Luis Enrique, que en su día firmó el contrato de jugador del Barça en el parking del aeropuerto de Barajas y que ayer lo hizo en el palco del Camp Nou, es el nuevo técnico azulgrana. Y su receta, de intensidad infinita, ya está lista.

Luis Enrique en la conferencia de prensa.Foto: atlas

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