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Un bravo en área ajena

Correa, el nuevo atacante argentino del Atlético, es un joven con una historia familiar difícil que lo ha fortalecido en su juego hábil y solidario

Ángel Correa celebra un gol con el San Lorenzo.
Ángel Correa celebra un gol con el San Lorenzo. J. MABROMATA (AFP)

Es uno de los mejores futbolistas surgidos en los últimos años de la liga argentina. Algunos lo comparan con Sergio Agüero o Carlos Tévez por sus características de juego, aunque de perfil bajo fuera del campo. También de origen pobre, Ángel Correa, la nueva adquisición del Atlético de Madrid, es un atacante que no le teme a nada, hábil, de regate y sorpresa, potente, más asistente que goleador, aunque también con mucho para aprender. Tiene solo 19 años, pero quienes lo conocen lo juzgan más maduro de lo que su edad indica.

Es que tuvo una vida difícil. Nació el 9 de marzo de 1995 en Rosario, pero no en un barrio de clase media como Lionel Messi o Ángel Di María, sino en uno que con el tiempo se ha puesto más violento, Las Flores. “Veía que había un montón de pibes que la rompían (jugaban muy bien al fútbol) en el barrio y después se quedaban en el camino, porque fueron padres, o por la droga, o por el alcohol, o porque fueron heridos de bala por estar parados en un lugar en el que no tenían que estar. (Yo) siempre trataba de evitar algún problema”, contó a la revista El Gráfico Correa, estrella del San Lorenzo campeón argentino en 2013, bajo la dirección técnica de Juan Antonio Pizzi. A los diez años perdió a su padre y a los 12 a uno de sus nueve hermanos en situaciones que ha preferido callar. Precisamente a los 12 se fue a Buenos Aires a probar en San Lorenzo, fue fichado y se quedó viviendo en la pensión que este club, uno de los cinco grandes de Argentina, tiene en el mismo estadio. Jugando se olvidaba de sus problemas familiares, pero echaba mucho de menos y cuando viajaba a visitar a su madre algún fin de semana se quedaba varios días de más. Recuerda que en aquel tiempo él era “terrible”, pero en la actualidad periodistas y dirigentes del club lo describen como una persona tranquila dentro y fuera del campo.

“Me acuerdo de que mi papá me dijo antes de irse: ‘Yo no voy a estar más y tengo fe de que vos vas a sacar a la familia adelante’", recuerda quien ya de pequeño deslumbraba en ligas infantiles. "Para mí no fue una presión, sino que era lo que tenía que hacer para darle una alegría a él. Lo único que me pidió fue eso”, le dijo a El Gráfico. Se ha tatuado la palabra “familia” en su pecho. “Todo lo que me pasó en la vida me ayudó para hacerme más fuerte. También creo que me pude adaptar siempre por lo que uno trae, que es de barrio, que es humilde. Con la humildad, vas a caer bien en todos lados. Porque, además de tener condiciones para jugar, tenés que ser buena persona”, añadió en aquella entrevista este joven sencillo, introvertido para el gran público o en el campo y simpático entre sus conocidos.

El nuevo atacante del Atlético, que se quedará en San Lorenzo para jugar las semifinales y, si lo logra, la final de la Copa Libertadores de América, viene de los barrios que ha convertido a Rosario en la ciudad con más alta tasa de homicidios de Argentina, sobre todo por las peleas entre bandas de traficantes de droga. El joven nunca ha tenido nada que ver con ese negocio, pero su representante y dueño del 30% de su ficha, Francisco Lapiana, fue procesado en febrero pasado por el presunto lavado de dinero de la más temible banda de narcos de Rosario, Los Monos. San Lorenzo era propietario del 60% de Correa y lo acaba de vender por 5,8 millones de euros.

A los 14 años, cuando ya llevaba dos en Buenos Aires, los responsables del club invitaron a los canteranos a una misa que iba a dar allí uno de sus hinchas ahora más famosos, el entonces arzobispo porteño, Jorge Bergoglio, el actual papa Francisco. Correa fue y aquel cura a quien desconocía lo confirmó en la fe católica. “Yo vivía en la pensión, estaba encerrado ahí todo el día, y vinieron a preguntarme a mí y a los demás chicos si queríamos confirmarnos, y aproveché la posibilidad. Al tiempo me enteré de que el tipo que me había confirmado es el Papa. No lo podía creer. Parece que le di un poquito de suerte, ¿no?”, bromeó ante El Gráfico.

Cuatro años más tarde, a los 18 Pizzi lo hizo debutar en Primera. A los pocos partidos fue confirmado en el once inicial y nunca más lo dejó. Aquel mismo año se consagró campeón de liga en un torneo en el que marcó goles clave. En el área regatea y resuelve con eficacia, aunque lo suyo es más escaparse por ambas bandas, crear jugadas y asistir a los que atacan por el centro. Este diestro es tan fundamental para San Lorenzo que el club, el único de los cinco grandes de Argentina que nunca ha ganado la Libertadores, ha pedido al Atlético que no viajara a Madrid hasta la definición de este certamen, el más valioso de América.

“Es rápido, ágil, sale para cualquier lado, es una fuera de serie que seguro andará muy bien en el Atlético”, opina el manager de San Lorenzo, Bernardo Romeo, exatacante del Mallorca y el Osasuna. También están quienes aclaran que no es tan veloz como Agüero. “Tiene cosas de crack, pero tiene mucho para aprender, en España va a crecer”, pronostica Romeo. El propio Correa reconoce que se engolosina con el balón y le gusta regatear en el medio campo e ir para adelante, pero, como sabe que eso puede perder el balón y perjudicar al equipo, también se esfuerza por pasarla a los que están mejor situados que él para anotar el gol. En ese sentido, es generoso, como con su familia.

Correa tiene morro y bravura. No se amilana con las faltas que le cometen. Incluso reacciona ante ellas también con rudeza, y por eso suele recibir tarjetas amarillas. Pero no es de protestar ante los colegiados. De juego alegre, es fuerte pese a su contextura similar a la de Agüero. Veremos si brilla tanto como el Kun en el Atlético. Para eso lo ha escogido su compatriota Diego Simeone.

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