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Kyrgios encadena a Nadal

El australiano, de 19 años y número 144 del mundo, elimina al campeón de 14 grandes en octavos 7-6, 5-7, 7-6 y 6-3

J. J. MATEO
Kyrgios y Nadal, tras el partido.
Kyrgios y Nadal, tras el partido.CARL COURT (AFP)

Nyck Kyrgios, australiano de 19 años y número 144, eliminó 7-6, 5-7, 7-6 y 6-3 a Rafael Nadal en un partido de los que cambian una carrera y la ponen en la senda de la pelea por los grandes títulos. Ocurre en los octavos de Wimbledon. El español se pasa toda una tarde viendo pasar aces (37) como quien ve pasar el AVE, es decir, sin tener tiempo siquiera de decir “hasta luego”. Kyrgios, el boxeador Alí disfrazado de tenista, pega, manda y grita, no se reserva ni una gota de energía y se convierte en el primer adolescente capaz de derribar a un número uno desde que el propio Nadal lo consiguiera en Roland Garros 2005 (Roger Federer). Sus primeros servicios tienen una media de 192 km/h. Desde 1992, nunca un tenista de fuera del top-100 había tumbado al mejor del mundo. El campeón de 14 grandes no perdía con un rival con una clasificación tan baja desde 2006. De golpetazo en golpetazo, Kyrgios, que ganó el 83% de puntos con su primer saque, le quitó el polvo a todas esas viejas estadísticas y se citó por las semifinales con el canadiense Milos Raonic.

Tienes que creer en ti, y yo lo hago. Estoy jugando increíble en hierba"

“Lo que vimos es un tenista sin miedo”, fotografió Pat Cash, el campeón de 1987 y australiano como Kyrgios. “Juega a lo grande. Impresionante. Su saque es una herramienta en la que confiar cuando está bajo presión, pero es mucho más que un saque: tiene control de bola, movilidad, pega duro y es capaz de relajarse en las situaciones de presión, cuando a otros les llegan los nervios”, añadió. “Rafa no hizo nada mal. Simplemente no pudo hacer nada”.

“Siempre estuvimos al borde del precipicio”, coincidió Toni Nadal, tío y entrenador del número uno.

Kyrgios celebra la victoria sobre Nadal
Kyrgios celebra la victoria sobre NadalANDREW YATES (AFP)

Esto es lo que ocurre. El australiano sale a la central de Wimbledon, quizás el escenario más imponente de su deporte, como quien pisa el patio de su casa. Se quita los auriculares rosas con los que pisa la hierba escuchando rap y se pone a lo que mejor hace: martillear un saque tras otro. Cada juego suyo al servicio se decide en un suspiro, de ace en ace, sin que Nadal pueda decir nada. El chico de Canberra juega con la desinhibición de quien tiene todo por ganar y nada por perder, porque el futuro es suyo y el pasado no existe. El número uno no consigue embridar el encuentro. Sobre sus saques se compite. Sobre los de Kyrgios no pasa nada. El campeón de 14 grandes es como un peatón al borde de la autopista: los coches pasan rugiendo, y a él solo le queda ver cómo se alejan.

Nadal, en definitiva, se pasea por el alambre. Sopla el viento y el español sufre mientras el australiano disfruta. El mundo al revés. Así llega hasta el punto de set el aspirante. Así pena el banquillo del mallorquín, al que el juez de silla advierte educadamente por sus ánimos (“Gracias”, dice con un gesto de mano cortante). Así se lleva la primera manga Kyrgios en el tie-break, pegando y rugiendo, mandando de principio a fin.

Nadal, claro, ya se ha visto muchas veces en estas. Piensa en que esto es Wimbledon, la catedral del tenis. En que juega al mejor de cinco sets. En que el camino es largo y sinuoso y el desgaste de sacar una bomba tras otra, profundo. Nadal pronto se hace presente. Gana la segunda manga porque Kyrgios baja físicamente (“¡Mueve las piernas! ¡Elévate!”) y se procura punto de set en la tercera. El australiano se lo niega y el español empieza a ver fantasmas. Por la pista se pasea Rosol, que le eliminó de saque en saque en 2012; Soderling, que de golpe en golpe le despidió de Roland Garros 2009; y Boris Becker, aquel alemán desconocido que dejó que la hierba le acunara hasta un título de récord (17 años) en 1985.

He jugado un tenis extraordinario”, resumió el ganador, con su pendiente brillando en la oreja izquierda

Los miedos de Nadal son las fortalezas de Kyrgios, que ve cómo a su rival se le encoge la mano. El español sabe que cada punto en juego vale su peso en oro, que hay que aprovecharlo, exprimirlo, devorarlo. Según se humaniza Kyrgios (baja su porcentaje de primeros, disminuye la velocidad de su servicio y su movilidad) se humaniza también Nadal. Presionado el español y apurado el australiano, el partido se dirige irremediablemente hacia el tie-break de la tercera manga, donde se decide todo: cuando Kyrgios lo gana, a Nadal se le hace de noche.

“He jugado un tenis extraordinario”, resumió el ganador, con su pendiente brillando en la oreja izquierda. “Tienes que creer en ti, y yo lo hago”, añadió el australiano, que salvó nueve puntos de partido en contra frente a Gasquet.

“He perdido cediendo solo una vez mi saque y creándome oportunidades. No fui capaz de leer su saque. No pude poner los suficientes restos en juego. Sacó mejor que yo en los tie-breaks, como pasa cuando no tienes nada que perder. Ese es el resumen”, fotografió Nadal. “Le felicito… y a la playa”.

La derrota deja al campeón de 14 grandes con el sinsabor de haberse quedado lejos de luchar por la Copa por tercer Wimbledon seguido. Para el ganador, Kyrgios, el triunfo no se conjuga solo en presente, sino también en futuro: pase lo que pase en Wimbledon (y puede pasar de todo), hay tenista.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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