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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hernández Coronado inventó las rotaciones

Una caricatura de Hernández Coronado, en un periódico de la época.
Una caricatura de Hernández Coronado, en un periódico de la época.

El Madrid estrenó campo, el nuevo Chamartín, construido en parte sobre el viejo (algo así como en una variación de 30º sobre el eje anterior, paralelo al Paseo de la Habana, y a partir de entonces paralelo a la Castellana) en 1947. El empeño por hacer el nuevo campo redujo severamente la inversión en la plantilla. Esa Liga, la 47-48, las pasó canutas. Llegó a la última jornada en riesgo de descenso, aunque al final se salvó, por su victoria en casa (2-0) sobre el Oviedo. Por si acaso, había primado al Atlético para ganar en Gijón, cosa que hizo (2-7).

Pero la gran capacidad del Nuevo Chamartín (no se llamaría Santiago Bernabéu hasta enero de 1955) permitió pronto renovar el equipo. La plantilla, envejecida, fue bruscamente agitada en dos veranos. Llegaron jugadores notables, entre ellos Muñoz, Montalvo, Olmedo, Pahíño, Marcet, Juanito Alonso, Cabrera… El Madrid se hizo con una plantilla pareja, en la que había figuras singulares, particularmente Molowny y Pahíño, pero en la que primaba el fondo de armario.

Por la época era secretario técnico del club un tipo singular, Pablo Hernández Coronado, hoy olvidado, pero que merecería una jaculatoria en su nombre al comienzo de cada partido, al menos en el Bernabéu… a no ser por la peligrosa fama de gafe que empañó sus brillantes ideas. Hernández Coronado, que vivió más de cien años, fue coetáneo de Bernabéu. Portero del Madrid antes de la guerra, quedó vinculado al club hasta los 50. Fue velador de los archivos del club durante el sitio de Madrid, del 36 al 39. Fue inventor, literalmente, de la figura del Secretario Técnico, puesto intermedio entre la directiva y la plantilla, traducible hoy por la enfática figura de Director General Deportivo. Escribió innumerables artículos y un inolvidable libro, Las cosas del fútbol, que recomiendo a quien sea capaz de encontrarlo en alguna librería de viejo o vía Internet. Y eso que no tenía un gran concepto de los periodistas deportivos. En el libro nos despachaba con una frase:

—Para escribir de fútbol en un periódico es necesario reunir dos condiciones: ser amigo del director y no servir para otra cosa.

En la época de que me ocupo, Hernández Coronado era el Secretario Técnico de Bernabéu, que le toleraba por su conocimiento y su ingenio, pero empezaba a inquietarse. Ya para entonces había tenido una incursión como seleccionador en 1947, durante la cual dijo: “Tendré el honor de ser el primer seleccionador que pierda con Portugal”. Cosa que, efectivamente, sucedió. Y, claro, le echaron. Empezaba a cargar fama de gafe.

Era secretario técnico del Madrid, un tipo singular que merecería una jaculatoria en el Bernabéu antes de cada partido

A finales de los 40 era el Secretario Técnico del Madrid. Hizo las adquisiciones que he citado y alguna más, muy original: Dida, un muchacho de Villa Cisneros, ciudad del Sáhara Español, que no consiguió ni siquiera sostenerse en el Plus Ultra, filial del Madrid en Segunda.

Pero al arranque de la 49-50, el Madrid tenía buena plantilla. Eran dos veranos fichando jugadores de prestigio, gracias a las taquillas del monumental Nuevo Chamartín, cuya dimensión de la época excedía al resto. Y se llenaba. Bernabéu, tachado de megalómano cuando emprendió su obra, se cargaba ahora de razón.

En el estreno de la Liga 49-50, 4 de septiembre, el Madrid gana 4-2 al Sevilla, un gallito. La gente se va contenta de Chamartín. Y eso que faltaba Molowny, la estrella, por una lesión. Juegan: Adauto: Clemente, Pont, Mariscal; Muñoz, Narro; Macala, Olmedo, Pahíño, Toni y Arsuaga.

Pero la paz de la semana se altera con un anuncio: Hernández Coronado ha decidido sacar un once radicalmente distinto en La Coruña, primera salida. La teoría era que fuera de casa se juega de otra forma. No se ataca una defensa cerrada, sino se contraataca. No valen los artistas frágiles, sino los tipos duros, a los que no aflija el ambiente. El juego es distinto, hacen falta otros.

La portada de Marca del jueves 8 trae la sensacional revelación: en La Coruña el Madrid va a sacar un equipo B. La foto es para Marcet, que va a ocupar el puesto del sensacional Pahíño, autor de uno de los goles al Sevilla. Hernández Coronado defiende sus argumentos durante la semana. Campa por sus respetos, porque el entrenador del equipo, el inglés Míster Keeping, es suspendido por la Federación. España estrenó ese verano el curso de entrenadores, que se dictó en Burgos, y Míster Keeping, llegado al Madrid el año anterior con la WM bajo el brazo, no se apuntó, lo que se consideró una afrenta. No se apuntó porque ni sabía español ni creía que pudiera aprender nada ahí. El caso es que le suspenden.

¡Les he dicho que para decir tonterías ya estoy yo!"

Lo más parecido a un caso Zidane ya en 1949, como ven.

Coronado, sin contrapeso, tira con su idea. Ni siquiera le hace cambiar el partidillo del jueves, contra el filial Plus Ultra. Juegan el primer tiempo los de fuera y no pasa nada. En el segundo juegan los de casa y se salen, sobre todo los interiores Belmar y Molowny, éste ya recuperado. Marcan un chorro de goles, pero Hernández Coronado sigue a la suya.

El Madrid viaja a La Coruña, en coche cama, la noche del viernes. En la ciudad hay una mezcla de decepción y esperanza cuando se ve que llega sin sus figuras. Hernández Coronado se ve obligado a defenderse: “Yo considero a todos los jugadores del Madrid de una calidad muy semejante (…). Lo que me propongo es tener a estos dos equipos bien acoplados y bien entrenados (…). Es una medida previsora, que me hará tener 22 hombres en forma (…)”.

El domingo 11 de septiembre de 1949, día para la pequeña historia del fútbol, salta al campo el Madrid para enfrentarse al Deportivo. El equipo es: Adauto; Azcárate, García, Barinaga; Muñoz, Soto; Juanco, Toni, Marcet, Montalvo y Cabrera. Sólo repiten Adauto, Miguel Muñoz (luego legendario, sobre todo como entrenador) y el interior Toni, cambiado de lado. El resultado es calamitoso. Partido muy malo, ganado por el Deportivo 3-0, con Adauto regalando dos goles. Hernández Coronado prohíbe a los jugadores hacer declaraciones. Cuando el corresponsal de Marca, Ponte Patiño, acude a él, se lo confirma:

—Es verdad. ¡Les he dicho que para decir tonterías ya estoy yo!

La bronca es monumental. La tercera jornada es en casa, ante el Barça. Salen los de casa, los buenos, y ganan 6-1, con tres goles de Pahíño y un Molowny brillante. Toca ir a Atocha, a visitar a la Real. Bernabéu le dice a Coronado que se deje líos y vuelven a salir los buenos. Resultado: 1-1, goles de Molowny y Ontoria, el jugador favorito de Iñaki Gabilondo. Ya no habrá más rotaciones: el Madrid viaja siempre con los buenos. Empata en Valencia, gana en Málaga, empata en Sarrià, gana en Tarragona… Siempre los mejores, Pahíño y Molowny por delante… Acaba la primera vuelta en cabeza. Pero empieza la segunda perdiendo en Sevilla, y ya flojea sistemáticamente. Incluso es goleado en sus visitas a los dos atléticos, el de Madrid y el de Bilbao. Gana la Liga el Atlético de Madrid, seguido del Deportivo y el Valencia. El Madrid es cuarto.

Hernández Coronado masculla. “Si Bernabéu me hubiera dejado seguir con mi idea…”.

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