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“Es como si estuvieras borracho”

El mal de altura de Bolivia incide en los pilotos y en el rendimiento del motor

G. PÉREZ
Uyuni (Bolivia) -
El chileno Pablo Quintana, durante la última etapa.
El chileno Pablo Quintana, durante la última etapa.FRANCK FIFE (AFP)

A las complicaciones habituales con las que se enfrentan los pilotos del Dakar se les ha unido esta edición un viejo enemigo. El mal de altura vuelve a ser protagonista en un recorrido que reúne un 30% de terrenos que se sitúan a más de 3.600 metros de altitud, con picos más elevados en las etapas que se desarrollan estos últimos días en Bolivia. Existen puntos en lo que se llegan a superar los 4.000 metros, provocando en los participantes una sensación de malestar general que puede resultar definitiva para las aspiraciones de muchos de ellos.

Durante la primera jornada, desde Iquique hasta Uyuni, el español Nani Roma sufrió fuertes dolores de cabeza. También su compañero en Mini, Nasser Al Attyhad. “Notaba el dolor con cada golpe del coche”, reconoció el catarí. Roma, que ya había padecido problemas intestinales en anteriores etapas, fue uno de los conductores más afectados por el mal de altura. Y eso que antes del comienzo del Dakar había podido simular las condiciones que se encontraría en carrera en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, gracias a las máquinas hiperbáricas. “En España tenemos montes de algo más de 3.000 metros, pero por allí no podemos circular”, se suma Marc Coma.

El mal de altura, sin embargo, no afecta por igual a todos. Los síntomas —dolor de cabeza, náuseas y somnolencia provocados por la falta de oxígeno en la sangre— pueden reproducirse en distintas personas o aparecer de manera parcial. “Cuesta mucho concentrarse, la visión tampoco es la misma. Es como si estuvieras borracho”, analiza Joan Barreda. La única manera de combatir los síntomas e incluso prevenirlos es hidratándose de manera continua, además de medicarse con 48 horas de antelación con pastillas y, en casos extremos, recurrir a suplementos de oxígeno.

No solo los pilotos notan las complicaciones. También los vehículos sufren. La pérdida de potencia hace que su desarrollo en carrera no sea el mismo. “El nivel de rendimiento del motor disminuye y es muy difícil de entrenar”, valora Coma. La altitud se suma al cóctel de complicaciones.

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Sobre la firma

G. PÉREZ
Es redactor de la sección de Economía y está especializado en temas laborales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en Cadena Ser. Es licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco y Máster en Información Económica de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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