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Sharapova contra la estadística

La rusa se cita en la final del sábado con Serena Williams, que le ha ganado 15 partidos seguidos

J. J. MATEO
Sharapova, durante las semifinales.
Sharapova, durante las semifinales. MAL FAIRCLOUGH (AFP)

A veces para cumplir un sueño primero hay que vivir una pesadilla. En Melbourne, donde el verano se encoge ante el frio, Maria Sharapova ganó 6-3 y 6-2 a Ekaterina Makarova y se citó en la lucha por el título con Serena Williams, que eliminó 7-6 y 6-2 a Madison Keys. La rusa ha perdido los 15 últimos partidos que ha disputado contra la estadounidense (16-2 en el cara a cara). Si quiere levantar la Copa, tendrá que detener esa sangría estadística. Su infierno es el paraíso de su contraria. Para Williams, cada partido contra Sharapova no ofrece solo la posibilidad del triunfo, le regala también la posibilidad de la venganza. En 2004, la rusa, le arrebató el título de Wimbledon, y hay cosas que no se olvidan.

Serena, durante el partido.
Serena, durante el partido.Hannah Peters (Getty Images)

“Es fácil descorazonarse ante un gran escenario o un gran momento, cuando en realidad es para lo que trabajas, el lugar al que quieres llegar. Lo que hay que hacer es darle la vuelta a eso en tu cabeza y verlo todo como una oportunidad”, reflexionó la rusa, de 27 años, que estuvo a punto de ser eliminada en segunda ronda. “La fuerza y la agresividad de Serena siempre me han hecho ser un poco demasiado agresiva, forzar demasiado. Soy competidora. Haré todo lo que esté en mi mano para cambiar la estadística. Mi confianza debe ser muy alta porque estoy en la final de un Grand Slam, aunque tenga un récord terrible contra mi rival. Me merezco mi sitio en este partido. Estoy en él por algo”.

Su contraria también. Porque Serena, de 33 años, tiene 18 títulos grandes y la cabeza centrada en asegurarse un lugar de privilegio en la historia: si celebra el título, desempatará con Chris Evert y Martina Navratilova y se acercará al récord de trofeos de Margaret Court (24). Esa meta es una espuela en el ánimo de la favorita frente a las dificultades. Así, en semifinales y ante Keys, de 19 años, la estadounidense remontó un break de desventaja en la primera manga y aguantó las acometidas de su compatriota, una tenista de carácter y tremendo servicio, que fue capaz de neutralizar ocho puntos de partido en contra.

“Tuve que excavar muy profundamente para salir de esta”, reconoció la número uno mundial, que despidió entre aplausos a Keys. “Ella nunca se rindió. Jugó muy bien cuando iba por detrás en el marcador”, resumió entre toses, aún con los restos del constipado que le ha afectado durante la quincena en Melbourne.

Sobre su rival en la final, aseguró que “es una luchadora. Se niega a rendirse. No tiene nada que perder y tiene todo por ganar”, para apostillar: “Yo quiero el título, pero para mí no es una cuestión de vida o muerte. Espero que eso me ayude a relajarme. Mi juego se adapta bien al suyo y estoy orgullosa de mi récord contra ella”.

Pasará el sábado. Dos tenistas con la cabeza llena de sueños pisarán el cemento de Melbourne. Una los hará realidad, y la otra vivirá una pesadilla.

Murray, finalista al ganar a Berdych

J. J. M.

Andy Murray remontó 6-7, 6-0, 6-2 y 7-5 al checo Tomas Berdych para clasificarse para la final del Abierto de Australia, que el domingo le enfrentará al ganador del Novak Djokovic-Stan Wawrinka. El doble campeón de grandes, que también tiene dos medallas olímpicas, no jugaba un partido decisivo de la categoría desde que se operó de la espalda, en septiembre de 2013. En consecuencia, el británico lo celebró a lo grande: "¡Sí! ¡Sí!", se gritaba mientras apretaba el puño en el banquillo. Será su cuarta final en Melbourne (ningún triunfo) y la primera en un grande con Amèlie Mauresmo en el banquillo: "Creo que esto demuestra que una mujer puede ser una gran entrenadora. Aceptar fue valiente por su parte y espero pagarla en unos días".

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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