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Ferrer devora el título ante Fognini

El español manda de principio a fin y celebra la Copa por 6-2 y 6-3

Juan José Mateo
Ferrer, durante la final.
Ferrer, durante la final. SERGIO MORAES (REUTERS)

David Ferrer conquistó el 23º trofeo de su carrera al ganar 6-2 y 6-3 a Fabio Fognini en la final de Rio. El italiano no se pareció en nada al tenista que había derribado a Rafael Nadal la víspera. Le pesó la importancia del encuentro, pero no solo eso. El alicantino tiene fama de fiero competidor, y eso pesa sobre la cancha, más cuando el rival acude al encuentro con siete derrotas en otros tantos partidos, como le pasó al aspirante. El número nueve mundial, que perdió el saque la primera vez que sirvió por el título, devoró la final de principio a fin. No solo demostró su hambre de victoria. Con su triunfo, Ferrer, de 32 años, también volvió a dejar claro que su pasión por el tenis puede quemar a la mayoría de contrarios.

Nadal: "Me canso antes de lo habitual"

J. J. M.

Antes de disputar la final del torneo de Río contra David Ferrer, Fabio Fognini vio una cosa única: a Rafael Nadal hincando una rodilla en la tierra, víctima de los calambres y del agotamiento, justo antes de inclinarse ante él en semifinales por 1-6, 6-2 y 7-5. No fue solo la derrota número 25 del español sobre la superficie que le ha convertido en una leyenda. Fue también la constatación de que su bajada en el ránking es inevitable (perdió el número tres) y de que el precio de tener solo 17 partidos en las piernas desde junio de 2014 es altísimo.

“Ha habido falta de continuidad en la competición durante muchos meses”, subrayó Nadal, que la víspera de su derrota jugó hasta las 3.30 con Cuevas. “Es lógico que esto afecte al físico compitiendo”, argumentó. “Más que preocuparme, entiendo que son procesos que tengo que pasar. Igualmente me sorprende tener calambres, pero es parte de un camino que tengo que recorrer”, añadió. “Físicamente mezclo momentos buenos con malos. Me falta continuidad. Me estoy cansando antes de lo habitual. Estaba con calambres por bastantes lugares del cuerpo. Me sorprende”.

El mayor problema de Nadal es que nunca sabe con qué Nadal va a encontrarse. Si con el que abrumó a Anderson en el Abierto de Australia o con el que sufrió una pájara frente a Smyczek en Melbourne. En su estrategia manda el sentido común. Asume que su ránking bajará en los próximos meses. Según fuentes de su equipo, su participación esta semana en el torneo de Buenos Aires es segura. Sin embargo, al español le preocupa más el futuro que el presente. Lo expresó con una metáfora. Habló de subir “la escalera”. Escalón a escalón, espera utilizar los próximos meses para llegar listo a Roland Garros.

El partido se discutió desde la línea de fondo y según las viejas leyes del tenis sobre tierra. Los intercambios fueron largos y tranquilos. Buscaron el desgaste. Los dos rivales se analizaron y convinieron que el mejor golpe del otro era el drive y el peor el revés. En consecuencia, se aplicaron a los intercambios cruzados para luego intentar ganar la iniciativa cambiando. Ferrer tuvo la paciencia que dan años de batallas ganadas, finales disputadas y contrarios eliminados. A Fognini le pasó lo que tantas veces: en ocasiones, tener muchas posibilidades técnicas es peor que no tenerlas. Es tanto su talento, y tantas las opciones que tiene para elegir en su muñeca, que a veces se enreda en imposibles.

Y a Ferrer es muy difícil ganarle inventando. O se le desborda por fuerza o se le enseña una distancia insalvable de talento o se acaba enredado en la asfixiante persistencia de su tenis de cemento. Ya en la treintena, el español sigue teniendo piernas para perseguir bolas que otros solo miran desde la distancia y se aplica con la fe del converso a la liturgia del tenis de alto ritmo. Empapado en sudor, el alicantino se llevó la primera manga en poco más de media hora. Sin que se le moviera un pelo, el italiano se fue a sentar en el banquillo sin que le inquietara lo más mínimo haber cometido 17 errores no forzados en 37 minutos. "Este es mi tenis", habría dicho si le hubieran preguntado.

Con eso no basta. De la paciencia del inicio, el italiano pasó a las prisas, y con él se diluyeron sus opciones. Le pesaron los fantasmas, esas siete derrotas precedentes en otros tantos partidos. Ferrer conquistó así su segundo título de la temporada, que le ha visto ya celebrar trofeos en cemento y tierra, y sumó un buen puñado de puntos para impulsarse en su sueño de escalar posiciones dentro del top-10. Pasan los años y su tenis sigue pesando en el circuito. Tiene mucho más talento del que se le suele reconocer, pero sobre todo le distingue una cosa que no se enseña en las academias y que le separa de la mayoría de tenistas: ilusión por el oficio.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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