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Messi ilumina la rutina

El argentino, disperso en el juego, desatasca al Barça ante un Eibar irreprochable en el esfuerzo pero irrelevante en ataque (0-2)

Messi celebra su segundo gol ante el Eibar.
Messi celebra su segundo gol ante el Eibar.Javier Etxezarreta (EFE)

Hay muchas cosas que distinguen cada partido de fútbol. Que si una alineación, que si un sistema, que si un terreno embarrado o seco, que si aquel penalti, que si aquel saque de banda. Accidentes meteorológicos, isobaras, rachas atemporaladas o nubosidades variables. Pero hay cuestiones más cercanas o más lejanas, según se mire. Por ejemplo, no debe ser fácil jugar en una banda donde la mitad está a la intemperie. Por allí entraba el frío y desde allí se ven los visillos de la casa de enfrente que te vigila tu intimidad y tú la suya. Entre tu camiseta y tu cortina hay una complicidad que perturba. Y eso le debió ocurrir a Messi, que por allí le entraba el viento como un cuchillo afilado del que huía como la tela de la aguja. Allí, sin nadie, soplando el viento, solo podía resfriarse, bajo la llovizna gris, embelesarse con los visillos, saludar al graderío extemporáneo, el que no paga entrada, pero sufre y disfruta lo mismo. Pero hay vida después del frío. Tiene Messi un alma de flauta travesera, una especie de Ian Anderson en Jethro Tull capaz de insertar su flauta en los acordes poderosos del rock. No fue el mejor concierto de Messi, si acaso un bolo, pero lo selló con dos bises, uno de penalti, a la media hora, el otro, de cabeza en un saque de esquina, lo más parecido a un milagro por inesperado. Lo más parecido a la realidad por lo posible.

El argentino marcó de cabeza en un córner. Se tiró en plancha. No lo vigiló nadie

El Barça lo entendió a la primera. La banda derecha era un recurso desesperado. Por allí circulaba Montoya, sin demasiada ambición. Y le convenía centrarse. Luis Enrique había dado una vuelta de llave inglesa, apostando por la frescura de Sergi Roberto y Rafinha, con la vigilancia de Rakitic para subsanar posibles desajustes. Por delante, la triple corona, nada de reyes magos fuera de temporada. La terrazas con vistas, el edificio remodelado. Desde Luis Suárez y Neymar se veía poca cosa. Mucha nube y poco cielo. Cielo gris.

Eibar, 0; Barcelona, 2

Eibar: Jaime; Bóveda, Ekiza, Raúl Navas, Lillo, Vila (Boateng, m. 76); Errasti (Capa, m. 58), Borja Fernández, Javi Lara; Saúl y Del Moral (Piovaccari, m. 70). No utilizados: Irureta, Añibarro, Arruabarrena y Lekic.

Barcelona: Bravo; Montoya, Pique, Bartra, Adriano; Rafinha, Sergi Roberto, Rakitic (Xavi, m. 62); Messi, Luis Suárez y Neymar (Pedro, m. 70). No utilizados: Ter Stegen, Iniesta, Mascherano, Douglas y Mathieu.

Goles: 0-1. M. 31. Messi, de penalti. 0-2. M. 55. Messi.

Árbitro: Del Cerro Grande. Amonestó a Ekiza.

Unos 5.439 espectadores en Ipurua

El Eibar, con siete derrotas seguidas a sus espaldas sabía que cuando te duele la espalda el sol quema incluso de noche. El destino de quien parece condenado a la hoguera (en este partido) es jugar con fuego. Y Garitano protegió a su equipo con tres centrales, pero aplicó dos delanteros (Saúl y Manu del Moral) diciéndole al Barça: "Vale, te doy el balón en el centro del campo, pero no te confíes porque te espero y no te duermas porque te desvelo". Sin embargo, el Eibar se encontró con un problema fundamental: una cosa es proteger la pelota y otra, qué hacer con ella, cómo darle vida más allá de dos brazadas. Y ese dato no lo encontró en el archivo: una sola ocasión (remate al larguero de Piovaccari) solo puede premiar la actitud, no la trascendencia.

El Eibar descubrió un problema: una cosa es proteger la pelota y otra darle vida

El Barça cogió el balón y no lo soltó. Cuesta saber si el mérito estuvo en la generosidad del Eibar o en su habilidad para manejarlo, porque el tránsito entre los que lo tenían y los que lo esperaban no fue muy fluido. Era como si entre el tenedor y el solomillo no hubiera mucha comunicación. El tridente pinchaba más veces en hueso que en lo magro. Pocas noticias de Neymar, congelado, y de Luis Suárez, como Santa Teresa, ausente. Por detrás, Messi, con los intermitentes encendidos simulando una parada de emergencia, aunque ya se sabe que el argentino engaña con las luces: cuando parece averiado sale pitando. Total, que a ambos equipos les faltaba algo, pero en esos casos le afecta más al que menos tiene. Y el Eibar lo necesita todo y el Barcelona puede sobrevivir con las velas que Messi se pone a si mismo.

Tuvo el partido un aire de rutina, como si los goles desengancharan al Barça en la misma medida que los conseguía. Pedro le dio la velocidad inesperada, pero acababa siempre en el arcén. El partido fue como el betún: al Eibar le restañó la humedad ("Garitano, Garitano", "Es de Primera, el Eibar es de Primera", gritaba el público") y al Barcelona le dio el brillo justo, el que o deslumbra pero deja los zapatos limpios, listos para sueños futuros. Neymar y Luis Suárez tendrán que limpiarse las botas. Tienen barrillo.

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