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Contador está preparado para el Tour

El chico de Pinto derrota a Quintana en un duelo que se resolvió en el descenso de Balès

Carlos Arribas
Bagnères de Luchon -
Contador y Quintana, el pasado domingo.
Contador y Quintana, el pasado domingo.Y. Sunada (Cordon)

Terminado el Giro, en el podio de Milán y en las fiestas de esa noche, Alberto Contador era un hombre triste. Le invadía la que Paul Fournel llama la tristeza de los cracks, ciclistas, como Merckx, para quienes no ganar equivale a perder; corredores que se han impuesto el deber de ganar siempre; ciclistas que cuando tienen el ramo de ganador entre las manos huelen las flores y cansados piensan ya en la próxima carrera, en la necesidad de volver a ganar, en el miedo a empezar a perder. En lo alto del podio de la Ruta del Sur instalado bajo los plátanos calurosos de la gran avenida de Bagnères de Luchon, la ciudad de los Pirineos que, enclavada entre el Peyresourde, el Portilhon y Balès, huele al azufre de sus aguas termales y huele también, y más, a Tour todos los días del año, el tercer sábado de junio, Contador, el crack, el campeón, sonríe y hasta ríe, y parece feliz por primera vez en el año, ni un rastro de preocupación en su rostro cansado. Acaba de ganar la etapa, acaba de vestirse de líder, acaba de derrotar a Nairo Quintana, el otro gran escalador del pelotón, el ciclista colombiano con el que mantiene un duelo íntimo desde hace un par de años. Faltan dos semanas exactas para que en Utrecht comience el Tour, la segunda parte de su desafío loco iniciado hace mes y medio en las calles de San Remo del Giro. “Esto está muy bien”, dice. “Pero no olvidemos que lo importante es el Tour”. Contador está preparado.

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El de Quintana, bajo sus grandes gafas oscuras de montura blanca, es un rostro voluntariamente hermético. Sube con la boca cerrada, inexpresivo, responde casi sin necesidad de levantar el culo de sillín la decena de ataques que le lanza Contador subiendo Balès, un puerto estrecho sinuoso, con múltiples descansillos, húmedamente asfixiante, muy difícil e interpretar. El colombiano persigue a Contador y cuando lo alcanza se frena y se coloca paralelo al español, ni detrás ni delante, como Anquetil hacía con Poulidor en el Puy de Dôme, respondiendo a sus acelerones con fingida indolencia, una provocación gestual: te alcanzo fácil y no te ataco yo porque no quiero, porque hoy no toca. No van solos porque un chaval de 21 años, Pierre Latour, un francés descabalado y entusiasta que se deja el alma en cada aceleración, está con ellos, pero para ellos no existe más mundo que el suyo, sus miradas sus gestos. “Han sido ataques fuertes”, dice Contador de las banderillas que clavó en Balès. “No ataques máximos como los que haces cuando intentas ganar un Tour, pero fuertes de verdad”. Y Quintana, a quien le duele el orgullo, también dice que sus respuestas fueron buenas, y que no, que no iba tan sobrado como parecía, que él no atacó porque no podía más.

La víspera del gran duelo, de la que podría ser la revancha del Terminillo, el puerto de la Tirreno nevada en el que Quintana derrotó al español, Patxi Vila, el director del Tinkoff, dijo: “en el ciclismo actual, dada la igualdad de los grandes escaladores, se hacen más diferencias bajando que subiendo. Y el descenso de Balès son 40 minutos”. Vila hablaba pensando en cómo Vincenzo Nibali había puesto de los nervios a Chris Froome en la Dauphiné. Hablaba previendo lo que puede ocurrir en el Tour, anunciando lo que ocurriría bajando hacia Bagnères. Coronaron juntos Contador y Quintana. Llegaron tres curvas complicadas que el español, viejo conocedor del puerto, sabía importantes, pasaron, y tras ellas cambió el paisaje: Contador estaba delante, solo. Detrás, a casi una docena de segundos, Quintana. “Me vi solo y ya me lancé”, dice el español. “Se me fue en dos curvas y ya no pude alcanzarlo”, dice Quintana. Ambos se entregaron al máximo en el descenso. “Fui a tope, no podía ir más rápido”, dice Quintana, quien mostró sus limitaciones y un cierto descuido, y su sinsabor de amarga lección recibida tras llegar segundo, a 13s. “Quería alcanzarlo”, dice. “No quería ganar. Quería simplemente entrar con él”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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