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CON Y SIN BALÓN
Columna
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El maestro y su laberinto

No parece el mejor Uruguay ni con elementos para amargar el banquete a los chilenos, y ese es el problema: que no se lo cree

El entrenador de la selección uruguaya, Óscar Tabárez.
El entrenador de la selección uruguaya, Óscar Tabárez.MARCOS BRINDICCI (REUTERS)

“En algún lugar tiene que estar ese hilo hacia el pasado”, me explicaba Óscar Washington Tabárez en Sudáfrica, a unos meses del Mundial 2010.

Con semblante relajado, con discurso humilde, con acento que invita a querer escuchar más, con vocación pedagógica, con la gesticulación apoyada en un constante movimiento de rostro (casi como Beatle cantando), resumía lo que buscaba en esa, su segunda etapa al frente de la selección uruguaya: “Y yo me repito, que debo ser capaz de encontrar algo que nos una a lo que hicimos. Y son muchos, muchísimos años…, pero algo tiene que haber que nos conecte a ese pasado. Y yo busco ese hilo. Tiene que haber algún hilo. En algún lado”.

Poco después, en canchas sudafricanas, el hilo había aparecido. Por primera vez desde México 1970, Uruguay consumó una brillante Copa del Mundo, accediendo a la ronda semifinal. En el camino hubo padecimiento máximo para superar a Corea del Sur y, sobre todo, a Ghana (la agónica mano de Suárez, el travesaño de Asamoah Gyan, el panenka de Abreu), aunque nadie dudaba del renacimiento charrúa, con sus figuras otra vez mandando en las principales ligas de Europa.

Curiosa paradoja: el máximo ganador en la historia de la Copa América, es el país menos poblado de Sudamérica

Un año más tarde, en la Copa América de Argentina, este representativo volvió a ser experto, como dicta la añeja y épica tradición del Maracanazo, en echar a perder la fiesta a sus vecinos. Eliminó a los albicelestes en su casa y levantó el trofeo. El hilo, o algo parecido, ahí estaba. El maestro Tabárez veía salir del laberinto a su aguerrido Teseo, aferrado a un listón que acaso conduce hacia Leandro Andrade y “el Vasco” Cea en los años treinta, hacia Obdulio Varela y “Pepe” Schiaffino en los cincuenta.

Curiosa paradoja: el máximo ganador en la historia de la Copa América, es el país menos poblado de Sudamérica (arriba de tres millones de habitantes) y el de menor extensión (cabe casi cincuenta veces en Brasil). Nadie en el mundo tiene más futbolistas y estrellas per cápita que ellos. Pocos, como los uruguayos, encontraron en el futbol una manera de anunciar su existencia, expresar su identidad nacional, diferenciarse de los dos gigantes entre los que viven geográfica y culturalmente apretados.

Este miércoles vuelven a ejercer su predilecto rol de antagonista, a buscar incordiar a los de casa, a intentar romper los pronósticos. No parece el mejor Uruguay ni con elementos para amargar el banquete a los chilenos, y ese es el problema: que entre menos se le crea, más peligroso resulta. Máxime, si el maestro halló el hilo. Máxime, si el maestro los sacó del laberinto tras tantas décadas de malentendida garra.

Twitter/albertolati

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