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Sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fútbol y otra cosa

Juan Tallón
Guardiola, en el partido ante el Eintracht.
Guardiola, en el partido ante el Eintracht.FREDRIK VON ERICHSEN (EFE)

Está por ver que un futbolista no lo sea todo el tiempo, también cuando no juega al fútbol. Algunas profesiones te persiguen si las interrumpes. No basta con cerrar los ojos y dormirse para que desaparezcan. Siguen ahí, como el Tetris, a todas horas. Mágico González muchos días ni siquiera acudía a los entrenamientos, y por las noches salía hasta las cinco de la mañana, para pensar en otra cosa. Salía con segundas. Simbolizaba una estirpe de delantero que jugaba todo el tiempo, aunque estuviese en un bar y llevase un pedalazo de puta madre.

En cambio, Karim Benzema prefiere subirse a sus coches y apretar el acelerador a fondo, mientras acaricia la velocidad. En diciembre de 2009, tras el clásico ante el Barça, el delantero francés se metió en su Audi Q7 para huir de la derrota, y a los pocos kilómetros se estampó contra un árbol, sin consecuencias. Sólo unos días después, en compañía del rapero Rohff, destrozó un coche en la isla Reunión, en pleno Océano Índico. Pasado el tiempo, en una continuación del fútbol por otros medios, un radar lo cazó a 211 kilómetros por hora. Le retiraron el carné durante una temporada. Pero un piloto de fútbol, como él, no sabe dejar de serlo, y siguió conduciendo.

En algunas profesiones, al suspender su actividad para hacer otra cosa, la actividad sigue su curso, en segundo plano, como una especie de inercia. Pep Guardiola, hasta cuando parece distraído en el Ockoberfest, vestido de bávaro, está pensando en la posesión y sus desarrollos. Y acaso también Benzema, esos días que conduce a doscientos por hora, esté entrenando el desmarque. O quizá sólo quiera olvidar que es futbolista.

Al fútbol se juega de muchas maneras, aunque sea dentro de un coche, con la música a tope; algunas de esas maneras te ayudan a descansar de él. Hay, digamos, muchos fútboles. Nadie puede limitarse a ser todo el tiempo la misma persona, con las mismas ocupaciones. Para ser algo, a veces hay que ser también otra cosa diferente. Imaginen un barman que actuase sólo como camarero, o una poeta que lo fuese todas las horas de su vida sin opción a ser algo más, para variar. Gil de Biedma, por ejemplo, era un especialista en escribir poemas durante las reuniones de negocios, en segundo plano. Estaba con gente cerrando tratos, y simultáneamente escribiendo poesía en esa soledad rodeada. “Se puede estar hablando con alguien y pensando en el poema. Es, además, bueno para el poema”, aseguraba.

El futbolista moderno, asfixiado por su fama, está abocado a la huida una vez finaliza el partido, se ducha y sale por la puerta de atrás. Puede huir en coche, en avión, o simplemente a través de un cambio de peinado. Cristiano Ronaldo, por ejemplo, vende ropa interior, y hace unos días, en otra modalidad de fuga, vimos a Messi disfrazado de yudoca y a Iniesta de casi Picasso, vendiendo una compañía aérea. No lo parece, pero eso también es fútbol. En concreto, fútbol y negocios.

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