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Raúl fue la gran solución

La aparición de este táctico genial en 1994 iluminó el camino del Madrid hacia la conquista de tres Champions. Su declive coincidió con el esplendor de la selección

Diego Torres
Raúl calla al Camp Nou tras marcar el gol del 2-2, el 13 de octubre de 1999.
Raúl calla al Camp Nou tras marcar el gol del 2-2, el 13 de octubre de 1999.Marcel.li Saenz Martinez

Antes de su demolición para construir el complejo financiero de las Cuatro Torres, el Real Madrid emprendió la última reforma de su vieja ciudad deportiva de la Castellana instalando un par de canchas de césped artificial en los campos de la cantera. La superficie plástica resultaba tan novedosa como extraña y el despliegue constituyó un pequeño acontecimiento que los jugadores del primer equipo no se quisieron perder. El más curioso fue Raúl González, que acudió junto a Vicente del Bosque a pisar la mezcla de polímeros y goma con su característico tiento. Repasó la alfombra con los dos perfiles de su cara, ojo derecho, ojo izquierdo, como los pájaros. Examinó la topografía nivelada. Comprobó que se trataba de un plano geométricamente perfecto y que la pelota rodaba como una bola de billar. Luego dictó sentencia:

-De aquí los chavales saldrán gilipollas.

Raúl se formó aprendiendo a resolver problemas, que en el fútbol, para variar, siempre son inesperados. Lo supo adiestrándose en calles bacheadas, en campos de tierra o en pistas de barro donde el dominio de la pelota no exige tanta coordinación como ingenio y bravura.

Ni Raúl se rigió por manuales ni bastaron manuales para interpretarlo a él. Nacido en 1977 en un arrabal pobre de Madrid, la genética no le proporcionó otra ventaja que la fibra más aguda del instinto de supervivencia. Próspero en las categorías inferiores merced a una intuición extraordinaria para sortear dificultades urgentes, muy pronto fue evidente que metía muchos goles. ¿Cómo? Costaba identificar la causa. No era alto, ni rápido, ni potente, ni habilidoso. Hasta parecía débil en una época en que los entrenadores andaban embarcados en la búsqueda del futuro Van Basten. Preparadores como el académico Rafa Benítez, que en 1994 dirigía al Castilla y no le utilizaba. Apenas le llamó a pesar de que Raúl metió 71 goles en 33 partidos con el cadete y 16 goles en nueve encuentros con el Juvenil C.

Él me enseñó mucho más de lo que yo le pude enseñar a él”, dice Savarese, su entrenador en el Cosmos.

Benítez dudó. Jorge Valdano y Ángel Cappa lo vieron claro. Cuando en 1994 le promocionaron al primer equipo para relevar a Emilio Butragueño, sin saberlo, dieron el primer paso hacia la solución del gran problema existencial del madridismo. Pronto se cumplirían tres décadas de sequía en la Copa de Europa, la competición que había cimentado la leyenda del club. Los hinchas desesperaban sin sospechar el desenlace. Bajo la supervisión de Raúl y Hierro el Madrid conquistó la Champions en 1998, 2000 y 2002. En sus 16 años como profesional el madrileño levantó tres Copas de Europa y seis Ligas. El promedio salió a título cada temporada y media. Desde su marcha en 2010, la frecuencia se prolongó un año más: a título cada dos temporadas y media.

Raúl contagió al Madrid de su inquieto espíritu emprendedor en la misma medida en que fue incapaz de engancharse a la época dorada de la selección de España. Fue su gran decepción. Cuando la generación inmediatamente posterior de futbolistas españoles comenzaba a compartir su ingenio para resolver los dilemas del juego de un modo auténticamente propio, los mejores años de Raúl ya habían pasado. Jugó 102 partidos con España y ganó el 63% en un clima condicionado por los complejos. Desde su retirada, España se impuso en el 78% de los 129 partidos disputados. Casi un 20% de mejora, reflejo de dos Eurocopas y un Mundial conquistados sin él.

Aturdido por las ramificaciones políticas que emanaban de su figura, abandonó el Bernabéu con un mohín de hartazgo. Cuando Felix Magath, el entrenador del Schalke 04, le llamó para invitarle a jugar en Alemania, se quedó atónito al descubrir que Raúl ya había estudiado la región del Rhur en búsqueda del mejor domicilio para su familia. Al recién llegado le obsesionaba más el orden que a los alemanes. Se instaló en Dusseldorf. Estaba tan aliviado de salir de la burbuja de Chamartín que un día le confesó a Christoph Metzelder que lo que más ilusión le hacía en la vida era ir en bicicleta al peluquero.

Con Raúl el Madrid ganó un gran título cada año y medio; sin él, el promedio se estira a dos años y medio

El anonimato le hizo tan feliz que resultó natural que acabara asociándose al Cosmos de Nueva York. Desde hace un año vive en un piso cerca de la Avenida Lexington, al este de Manhattan. Habla inglés perfectamente. Dedica el tiempo libre a llevar a sus hijos Jorge, Hugo, Héctor, Mateo y María a ver a los Mets, a los Rangers, a los Knicks. No hay semana que no visite el Madison Square Garden. Al cabo de 21 años de oficio público, parece encantado ante la idea mágica de ser otro, menos competitivo, menos inflamado por la ambición extenuante de resolver problemas urgentes a pedido de la multitud.

“¡Todo el mundo me quiere empujar!”, se revolvió, en su última conferencia. “Pero no se me pasa por la cabeza ser entrenador, al menos en los próximos años. Quiero ser persona, padre de familia, disfrutar con mis hijos”.

Giovanni Savarese, su técnico en el Cosmos, seis años mayor que él, se encoge de hombros resignado a la pérdida más grande de su carrera profesional: “Él me enseñó mucho más de lo que yo le pude enseñar a él”.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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