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Iker Casillas, el extraño caso del guardameta pálido

Ni por edad ni por trayectoria hay explicación para los fallos que está cometiendo en Oporto el gran portero español

Iker Casillas se lamenta de su fallo ante el Vitoria de Guimaraes.
Iker Casillas se lamenta de su fallo ante el Vitoria de Guimaraes.MIGUEL RIOPA (AFP)

Una vez más, su primera reacción fue levantar el brazo para echar la culpa al árbitro y a su defensa; pero su palidez le delata: era su balón y está dentro de la red. Una pifia de Iker Casillas fue el origen de la última derrota de su equipo en la liga portuguesa. No es el primer gran fallo desde su llegada en julio a Oporto, ni siquiera el único de su partido contra el Vitoria de Guimaraes. Fallos suyos facilitaron la eliminación de la Champions del equipo. El gran portero de España ha cumplido 34 años, pero en su especialidad, esa edad no es la de la inmadurez, síntoma que flota en sus actuaciones.

Esta vez, la prensa portuguesa no ha ahorrado críticas al fallo de Casillas. Esta vez, nadie le tapaba ni le habían dejado vendido; no tenía que conseguir imposibles. Era él y la pelota. Solo había que cogerla o despejarla; pero era tan blanda, cayendo como un copo de nieve, que ni bajaba con fuerza para expulsarla; pero Casillas tampoco la cogió, se quedó entremedias mientras un jugador contrario se acercó por si acaso, por incordiar más que otra cosa, cuando de improviso se encontró con el balón a sus pies, caído del cielo, y se la metió al exmejor guardameta del mundo.

Como otras veces, como cuando Williams (Chelsea) le clavó una falta por el lado que guardaba, como cuando se autogoleó a un tirito de David González (Dinamo de Kiev), la primera culpa fue de otros; pero Iker Casillas es un buen tío, una buena persona, y después, ante los periodistas, reconoce sus culpas sin ambages. Ayer, tras pitar el árbitro, se fue humildemente hacia la grada de sus seguidores, y les pidió perdón. De un tiempo a esta parte, Casillas más que un buen portero es un portero bueno. Fuera del césped, nadie podrá decir algo malo de él; lo grave es que su vida se la gana dentro de cuatro rayas de cal.

Después de una carrera consagrada al Real Madrid, Casillas decidió este verano dejar ese ambiente enrarecido, dividido entre filias y fobias. Con 34 años y un contrato fabuloso para las posibilidades de la economía futbolística portuguesa, llegó a Oporto -gracias también a la ley fiscal favorable a los residentes no habituales- con su fama impoluta de un futbolista excepcional. También arrastraba una jugada de marketing para disparar al club portugués en el mundo. Gracias a Casillas, radios y televisiones españolas solicitaron señales para seguir sus partidos, además de la atención internacional.

No hay explicación para el declive de un portero excepcional de 34 años, dos menos que Julio César, que va a renovar hasta los 38. Su admirado Buffon tiene 38, Cech, 33; Claudio Bravo 32 y el mismo Iraizoz, 34.

Antes de su llegada, el equipo no tenía un grave problema de porteros, pero la operación de marketing y, sobre todo, la amistad con su entrenador, Julen Lopetegui, animaron al presidente del club, Pinto da Costa, a ese sacrificio económico. El Porto, club siempre rivalizando con el poderío del Benfica de Lisboa, levantaba un trofeo inigualable: jamás el fútbol portugués había tenido un jugador tan laureado.

El amor de los dragoes (la afición del Porto) era correspondido por la familia Casillas, que salía del infierno madrileño para vivir en absoluta paz y tranquilidad.

En el campo, cualquier nimia intervención del madrileño era subrayada con aplausos, y los pequeños descuidos tampoco tenían mayor importancia en la liga local; pero llegaron los partidos de compromiso, la Champions, y la misma Liga en avanzado estado, y los fallos del guardameta se han ido haciendo más trascendentes. El domingo fue contra el Vitoria de Guimaraes, pero antes en los dos partidos ante el Dinamo, que apearon al Oporto de la Champions.

No hay otro con 154 partidos de Champions, 165 veces internacional, 100 victorias con la selección; más de un centenar de partidos a cero, amén de todos los títulos europeos y mundiales, con el club y con la selección. Todos tenemos que morir, pero no a los 34.

En estos seis meses en Portugal, las actuaciones de Casillas han demostrado que no todo era culpa del ambiente cargado del Bernabéu. Casillas ha perdido -como es normal a su edad- reflejos y agilidad, aquella capacidad de obrar milagros; ahora le llega, simplemente, la edad de no hacer tonterías. Incomprensiblemente, las hace, y se han acrecentado sus defectos. No sale por alto jamás en los saques de esquina, no se impone en el área, se trastabilla con frecuencia en el juego con los pies; el enemigo lo sabe y en la cabeza de portero ha quedado grabado el miedo.

No hay explicación para este declive de un portero excepcional. Ni siquiera la edad. Tiene dos años menos que Julio César, el colega brasileño del Benfica que va a renovar hasta los 38. Su mismo compañero en la reserva, Helton, cumple a sus 37 años, cada vez que juega. Su admirado Buffon este mes sopla 38 velitas, y aunque le duelan los riñones, se hace respetar en el área. El titular del Barca, Claudio Bravo, solo tiene dos años menos que Casillas, y el del Athletic, Iraizoz, se lleva días con el de Móstoles.

Así que la fecha de nacimiento no justifica de ningún modo los reincidentes fallos de Casillas, que no son producto de una mala preparación física sino de inseguridades mentales y una pérdida de confianza en tus propias habilidades. Si su crisis comenzó por el desprecio de un entrenador, ahora parece que es el gran Iker Casillas quien se faltara al respeto a sí mismo.

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